RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 7 de septiembre de 2017

EL CABALLERO DE OLMEDO

 
Representación de El caballero de Olmedo (Teatro Fernán-Gómez, 2013)



TRAGEDIA EN ESTADO PURO EN LA ESPAÑA CATÓLICA
(Notas a una lectura)


Manuel Fernández Espinosa


"El Caballero de Olmedo" es con diferencia la gran tragedia de Lope de Vega: las comedias de honor, de comendadores, de capa y espada, de enredo... Tienen poco que ver con ésta, donde lo que orienta todo es el Hado de Alonso de Manrique, personaje trágico cuya muerte es anunciada desde el principio hasta su cumplimiento. Los que afirman por ahí que hubo que esperar a García Lorca para que la antigua tragedia griega renaciera en el teatro hispánico es que prefieren pasar por alto "El Caballero de Olmedo" (estoy pensando, cuando digo esto, en cierto reportaje que le hicieron a García Lorca en vida, por los años 30 creo, donde se afirmaba que hasta el teatro de Federico no reapareció la tragedia de moldes griegos en la escena nacional.)


Como en las tragedias griegas, el espectador sabía de antemano el desenlace (romances y letrillas populares cantaban, con anterioridad a la obra dramática de Lope, el funesto destino del de Olmedo, como los griegos sabían lo que le aguardaba a los protagonistas de Sófocles); la obra, además de eso, muestra que Lope no era ajeno a los saberes ocultos que en su día todavía se practicaban.

Fabia está inspirada en la Celestina: es alcahueta y bruja que saca muelas a los ahorcados y prepara sortilegios igual que restaura la virginidad de las doncellas desfloradas y, con un profundo conocimiento de las pasiones juveniles, manipula la situación a su gusto y a sus conveniencias. Los personajes femeninos tienen mucha fuerza (contra lo que algunos dicen, Shakespeare no fue ni el primero ni el único que eleva a la mujer en el teatro): ahí está Doña Inés que no es ninguna tonta enamorada que se resigne a las decisiones paternas si le son contrarias a su voluntad, sino que está dispuesta a mentir (incluso poniendo el monjil por medio) para burlar a su pretendiente D. Rodrigo que, con el beneplácito del padre de Doña Inés, ha concertado sus bodas. Tello tiene su punto de "gracioso", pero no es un "gracioso" como los de las otras comedias (había que dosificar los golpes cómicos en una tragedia) y es el contrapunto realista al enamorado platonizante que es Alonso de Manrique. Alonso de Manrique (propiamente el Caballero de Olmedo) es, verdaderamente, el más "extrañado" de los personajes, todo indica (lo mismo los presagios que su falta de sentido de la realidad) que terminará muerto en el camino de Medina a Olmedo, asesinado a manos de sus enemigos envidiosos, desagradecidos y traicioneros. Alonso se pasea por la escena con sus arrebatos de amor sublimado, ascensos y descensos anímicos que lo llevan a vivir en su nube, sin pisar la realidad: está "extrañado" por flotar en su nube de fantasías amorosas y alguien que anda en las nubes -parece decirnos Lope- sólo podía acabar como acabó este caballero de Olmedo. Todos los demás personajes (a excepción tal vez del viejo padre de Doña Inés; y éste por ser engañado por su hija) muestran su sentido de la realidad, menos Alonso enamorado; y Doña Inés, aunque enamorada, es enamorada práctica que no se detiene ante nada para salirse con la suya.

El amor entre hombre y mujer tiene su fundamento astrológico (como ya afirmaba el gran Enrique de Villena), nace por los "espíritus vivos" que irradian invisiblemente de los ojos, tal y como enunciaba la teoría del gran Marsilio Ficino, fundada en la tradición filosófica de Al Kindi (que es el mismo soporte de la creencia en el "mal de ojo"). La magia negra también ocupa su lugar, de la mano de la vieja Fabia que, mientras en la mano lleva su rosario y con la boca grande dice "Jesús", con la boca chica invoca a los demonios: 

"¡Apresta,
fiero habitador del centro,
fuego accidental que abrase
el pecho de esta doncella!"

El "habitador del centro" es Satanás y los demonios son invocados para conjurar la pasión erótica necesaria a los propósitos de la vieja (interesada en la recompensa material que pueda obtener del joven enamorado). Interesa destacar (y no poco) que la Iglesia defendía la libertad de la mujer, puesto que era la institución autorizada para anular, por ejemplo, un acuerdo matrimonial entre padre y pretendiente, si no era voluntad de la casadera contraer nupcias con el postulante "postor": y esto ocurría en la España católica de la Inquisición, sí, pero difícilmente lo hallaremos en un ámbito islámico, tampoco judío... A ver si nos enteramos que una cosa es la realidad y otra la propaganda antieclesial); esto apenas se dice y conviene decirlo, que muchas veces se da la impresión contraria que no corresponde a la realidad histórica.


Como tragedia que es, "El Caballero de Olmedo" está atravesado de presagios funestos, sueños premonitorios del mismo protagonista e incluso se produce una sombría aparición fantasmagórica que anuncia la muerte, pudiendo incluso ser considerada esta enigmática sombra que sale al paso de Alonso un "Doppelgänger". Lo que muchos no habrán reparado es que, aunque Lope explícitamente sostiene la doctrina eclesial por boca de Tello: 

Ven a Medina y no hagas
caso de sueños ni agüeros,
cosas a la fe contrarias.

Lo cierto es que cuanto anuncian los sueños y malos presagios se cumple fatídicamente con la muerte violenta del protagonista trágico. Al término de la obra, no se nos puede escapar que el teatro lopiano, como todo el nuestro de los Siglos de Oro, reafirma al Rey en su carácter de trasunto humano del Juez Justo, en apología manifiesta de la Monarquía Católica de España.