RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 27 de octubre de 2016

GÓNGORA: LA CORTEZA Y LA MEDULA



PARA UNA REAPROPIACIÓN DE GÓNGORA

Manuel Fernández Espinosa

Sobre la obra poética de Luis de Góngora siempre ha pesado la acerva incomprensión. Y una sombra de oprobio tampoco ha dejado de pesar sobre la figura del mismo Góngora, tan duramente atacado por Lope de Vega o por la maliciosa musa de Quevedo. No obstante, siempre tuvo sus valedores y los encontró tanto en su época como en la posteridad. Aunque se le atribuye a la Generación del 27 la recuperación de Góngora en el siglo XX, años antes, ya en 1922, cuenta Alfonso Reyes que Azorín había impulsado en fecha desconocida un "Góngora Club" -una sociedad "secreta" más de las que había ideado el ínclito noventayochista. Y, es cierto, que -como sentencia Alfonso Reyes al hilo de estas empresas culturales casi soterráneas de Azorín: "Pequeñas causas, grandes efectos". Que la pléyade poética del 27 se reuniera alrededor del centenario del tan preclaro cuan obscuro cordobés, bien pudiera ser uno de los "grandes efectos" resultantes de esos pequeños aportes azorinianos.

Los conocedores de la producción literaria gongorina concuerdan, por descontado que salvando a Quevedo que no lo podía ver ni en pintura (imaginamos que ni en el retrato de Velázquez), en que la poesía de Góngora es tolerable e incluso encomiable en lo que constituye su obra exotérica: romances, letrillas... Más popular, inspirada y clara como el agua cristalina. Sin embargo, a partir más o menos de 1610, su poesía se torna oscura. Cascales, uno de sus primeros críticos, lamentó ese viraje comparando la primera etapa con la de un "ángel de luz" y reservando a la última etapa de la poesía gongorina el calificativo de etapa propia de un "ángel de tinieblas". Son sobre todo la "Fábula de Polifemo y Galatea" y las "Soledades" las obras que le merecieron más incomprensión y sañudos ataques. Quevedo fue, sin duda, el más encarnizado de sus enemigos aludiendo más de una vez a los orígenes judaicos de Góngora, lo cual desmiente la prosapia de sus apellidos. Por Argote, era D. Luis descendiente de Ruy Martínez de Argote y, por lo Góngora, lo era de D. Ximeno de Góngora, ambos caballeros se hallaron en la Batalla de las Navas de Tolosa: Góngora era un hidalgo venido a menos que, al igual que Quevedo, podía tener tanta sangre judía en sus venas como la que tenía cualquier hidalgo español de aquel entonces, sin que se escapara el mismo Quevedo.

Según Menéndez y Pelayo la oposición a Góngora tuvo seis agrupaciones literarias como focos implacables de antigongorismo: 1) Los humanistas (Pedro de Valencia y el más arriba mencionado Cascales); 2) La escuela sevillana (con Jáuregui como portavoz); 3) La escuela nacional y popular que representaba Lope de Vega. 4) Quevedo al frente de la escuela conceptista y 5) La escuela lusitana que, representada por Faría y Sousa, elevaba a Camoens a modelo absoluto de toda lírica y épica.

Por lo que atañe a los defensores de Góngora pudiéramos decir que se alistaron Juan López de Vicuña, José Pellicer de Salas y Tovar, Martín de Angulo y Pulgar, Andrés de Almansa y Mendoza, Francisco de Córdoba, Juan Francisco Andrés de Uztarroz y Enrique Vaca de Alfaro Gómez... Y la lista se extiende a lo largo de las centurias hasta el mismo siglo XXI.

Si en la forma, también en el fondo, las "Soledades" constituyen el poema, a la vez que incompleto, el más ambicioso como el más esotérico del poeta cordobés. Pensó escribir cuatro "Soledades", pero sólo quedaron una íntegra y la segunda en estado parcial: poetas del 27, como Rafael Alberti, pretendieron completar las "Soledades" con relativa eficacia. Estamos por lo tanto ante una obra que aspiraba a la monumentalidad y que se vio truncada por razones varias que no es ahora el caso comentar. La complejidad del lenguaje culterano, las alusiones mitológicas y clásicas, el barroquismo llevado a sus retorsiones más extrañas arroja el resultado, en las "Soledades" de Góngora, de una escandalosa provocación para algunos en todas las épocas (Menéndez y Pelayo la calificará de "nihilismo poético"), por un lado, así como por otra parte suscita la admiración de cuantos han llegado a quedar fascinados por la medula que bajo cifra culterana quedó en esa obra que constituye un desafío para la inteligencia. Y, lo más importante, es un desafío lanzado por el mismo poeta a la posteridad; un reto a las inteligencias del que era consciente el mismo Góngora que, en su defensa, alega en una carta: 


"Pregunto yo: ¿han sido útiles al mundo las poesías y aun las profecías (que vates se llama el profeta como el poeta)? Sería error negarlo; pues, dejando mil ejemplares aparte, la primera utilidad es en ellas la educación de cualesquiera estudiantes de estos tiempos; y si la obscuridad y estilo entrincado de Ovidio (...) da causa a que, vacilando el entendimiento en fuerza de discurso, trabajándole (pues crece con cualquier acto de valor), alcance lo que así en la lectura superficial de sus versos no pudo entender, luego hase de confesar que tiene utilidad avivar el ingenio, y eso nació de la obscuridad del poeta. Eso mismo hallará V. m. en mis "Soledades", si tiene capacidad para quitar la corteza y descubrir lo misterioso que encubren". (La cursiva es mía)

Las "Soledades" de Góngora no son, como escribió Menéndez y Pelayo, un sonrojante epílogo a una obra que era digna en su juventud: "Llega uno a avergonzarse -escribió Menéndez y Pelayo- del entendimiento humano cuando repara que en tal obra gastó míseramente la madurez de su ingenio un poeta, si no de los mayores (como hoy liberalmente se le concede), a lo menos de los más bizarros, floridos y encantadores en las poesías ligeras de su mocedad". Tampoco es un pedantesco y absurdo ejercicio poético -como parece a primera vista- que se resuelve en una vacía "jerigonza", tal como Quevedo denigraba el estilo del cordobés. Por muchos motivos: de sensibilidad estética en Menéndez y Pelayo o personales, en Quevedo, no se quiso ir al fondo de las "Soledades". Pero algo encubren las "Soledades", incluso a pesar de quedar truncadas: un mensaje que, toda vez descifrado, podrá mostrarnos la "filosofía" de Góngora, entendiendo como tal la visión del mundo que en su madurez quintaesenció en sus versos el desengañado y maltratado poeta que, tan pobre como injuriado por sus contemporáneos, se anticipaba siglos antes a lo que más tarde serían llamadas "vanguardias artísticas" desde un profundo sentido tradicional inspirado en los moldes griegos y latinos; con razón pudo Eugenio d'Ors ponerlo -en "El Valle de Josafat"- con Monteverde, diciendo de ambos: "Dos barrocos de la vanguardia. En ellos, la pasión rompe las formas. El barroquismo es el primer romanticismo. Es la interjección romántica, no articulada todavía". Si se hubiera limitado a la poesía de los romances y las letrillas, hoy no ocuparía el lugar que ocupa en nuestra literatura. Pero, no obstante, la importancia adquirida en la historia de la literatura siempre es relativa, dado que las etiquetas y los lugares comunes parecen exculparnos de penetrar la corteza de los textos para extraer su medula.

Es por ello que, a Góngora, como a todos nuestros grandes poetas, toda generación debe apropiárselo, hacerlo suyo a su manera, deshaciéndose de la ganga que mezcla en los manuales de texto "opiniones públicas" que no son más que "perezas privadas" y que, a la postre, impiden una asimilación. Pues, como atinadamente acertó a decir García Lorca: "A Góngora no hay que leerlo, sino estudiarlo".

En eso andamos.

viernes, 21 de octubre de 2016

AL AVARO SE LE VA LA OLLA




UNA REFLEXIÓN SOBRE LA AVARICIA


Manuel Fernández Espinosa

La avaricia es un pecado capital que frecuentemente pasa desapercibido. Frente a los otros pecados capitales cuyos efectos parecen más visibles, la avaricia es un pecado que quien lo padece lo lleva con mayor discreción que, pongamos por caso, la soberbia, la lujuria o la ira que no pueden disimularse tan fácilmente. Como apenas se habla de pecados en esta sociedad empecatada, bueno será que recordemos lo que Tomás de Aquino decía sobre estos pecados capitales: "Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales son originados en aquel vicio como su fuente principal" (Suma Teológica, II-II: 153:4); los vicios capitales son, por lo tanto, la madre de todos los pecados. Los modernos pueden pensar que estos vicios ya han sido erradicados, en virtud del progreso, pero nada más lejos de la realidad. Los pecados capitales no desaparecerán nunca: nos acompañan desde que somos hombres y nos acompañarán en este mundo mientras haya humanidad. Y aunque no hubiera moneda, en tanto que haya bienes, la avaricia siempre ha sido y será una de las flaquezas humanas.

Todas las culturas antiguas lo intuyeron así y de ello es la prueba la prolífica literatura que sobre la avaricia podemos enumerar. La "Aulularia" de Plauto es sin duda uno de los documentos más antiguos que podemos alegar. Aunque la "Aulularia" (traducido el título por lo común como "La comedia de la olla") no se conserva íntegra, se nos ha conservado lo suficiente como para contemplar todo el ridículo y enfermizo comportamiento que genera en el viejo Euclión el hallazgo de un tesoro en una olla. El tesoro había sido escondido por un antepasado del mismo Euclión en su propia casa y será el dios Lar el que dispone todo para que la olla sea encontrada por Euclión, con el propósito de enloquecerlo en su afán de ponerla a salvo para que no se la arrebate nadie. El dios Lar quiere premiar la piedad de Fedria, la hija de Euclión, por lo que favorece el descubrimiento del tesoro doméstico: pero, ¿no hubiera sido más fácil disponerlo todo para que fuese la beneficiaria quien encontrara la olla por sí misma? Leyendo la comedia se deduce que, por muchos motivos, era mejor que primero se la encontrara su cicatero progenitor, entre otras cosas para desencadenarle una fiebre obsidional por conservar y poner a buen recaudo el tesoro, perderlo a la postre y, lo más importante, por lo que podemos colegir de los fragmentos que de la comedia se han conservado, terminar curando a Euclión de su avaricia, por lo que éste mismo termina reconociéndose recuperado de los males que le acarreaba aquel vicio: "Ni de noche ni de día tenía un momento de tranquilidad. ¡Ahora podré volver a dormir!". La divinidad doméstica ha recompensado la piedad de Fedria por vías tortuosas, con el resultado feliz de haber exorcizado los demonios de la avaricia de su padre. La comedia no sólo es una muestra del mejor humor de los antiguos, donde se imita lo risible y feo de un carácter humano, sino que en Plauto adquiere hasta proporciones de catarsis que -según los preceptos aristotélicos- quedaba reservada para la tragedia: pues el viejo Euclión queda purificado de su obsesiva adhesión a su olla de oro.

Pudiéramos decir que la "Aulularia" aborda un tema tan universal que pareciera tener como un eco en uno de los cuentos tibetanos cuyo protagonista es el popular personaje Aku Tonpa (lo que podría traducirse como el Tío Maestro). En uno de esos preciosos cuentos que el tibetólogo español Iñaki Preciado Idoeta ha traducido y que titula "La olla de oro", vemos que otro es el argumento, pero Aku Tonpa -a manera del Lar de la "Aulularia"- también entreteje lo que pudiéramos llamar un timo, por el cual Aku Tonpa le devuelve la olla que el avaro le ha prestado con una olla pequeña y así lo hace varias veces cada vez que se la torna a devolver, hasta que lo acostumbra; cuando el avaro le pregunta que de qué modo la olla que le devuelve trae otra consigo, Aku Tonpa le persuade de que la olla ha parido. La codicia de la esposa del avaro hará el resto: ésta convence a su marido para que la próxima vez que le preste una olla a Aku Tonpa, la olla sea de oro en la confianza de que le devuelva la olla de oro con su "cría" de oro también. Pero la vez que el avaro le da la de oro, Aku Tonpa la destroza y reparte los trozos de oro entre los pobres. Cuando el avaro le requiere la olla, Aku Tonpa le dice que la olla de oro se ha muerto. "¿Cómo es posible que la olla muera?" -le increpa el avaro que se las prometía tan felices.

-¿Acaso no sabes que todo aquello que puede parir hijos es algo que nace y muere? Vuestras ollas eran capaces de parir, luego por fuerza algún día también morirían. -le responde Aku Tonpa.

El cuento popular tibetano se convierte así en un castigo a la avaricia, a la vez que de él se desprende una enseñanza sobre la transitoriedad de la existencia mortal en este mundo.

En la literatura española no podemos olvidar el episodio del "Cantar de Mio Cid", cuando el Cid Campeador se aprovecha de la avaricia de los judíos Raquel y Vidas, tomándoles un préstamo en metálico a cambio de arcas llenas de arena. El avaro siempre es burlado: pierde la olla, se reparten sus tesoros, cambia sus tesoros por arena. Así también el Harpagón de "L'Avare" de Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Molière. Y más tarde, desde un enfoque mucho más introspectivo, Charles Dickens nos pintará con todas sus miserias a Ebenezer Scrooge que, al igual que el Euclión de Plauto, será curado -cristianamente- de su sórdida tacañería.

El liberalismo económico, el capitalismo, ha hecho de la avidez avarienta un título de honor que, calculadamente repartido entre los beneficiarios y accionistas de las sociedades de finanzas, parece haber perdido la censurable gravedad que reviste cuando, por ejemplo, el avaro es un individuo perfectamente identificable, al cual sufren aquellos que tiene alrededor que quedan menoscabados por el afán depredatorio y acaparatorio del avariento. En el capitalismo los avaros se han invisibilizado, pero siguen siendo tan grotescos y abyectos que poco importa que por arte de birlibirloque (y todo lo que quieran invocar el ficticio bienestar económico) hayan disuelto su avaricia en el anonimato. 

La enseñanza tradicional sobre la avaricia no consiste tanto en la hilarante cuan miserable conducta del avaro, sino en lo vulnerable que éste es en cuanto cifra su felicidad suprema en los bienes materiales (sus ollas de oro, sus cofres) mientras labra su desgracia: desgracia que los demás aprueban y ríen. Y, tal como sentencia la moral clásica de los buenos tiempos: la mejor forma de librarse de esta lacra es fomentando el amor y la práctica de esa virtud que es maleada por la avaricia: la virtud de la generosidad que los dioses lares y los maestros tibetanos premian y que el verdadero Dios siempre recompensa

BIBLIOGRAFÍA:

Suma Teológica, Santo Tomás de Aquino.

Aulularia, Plauto.

Poética, Aristóteles.

Historias mágicas del Tíbet, Iñaki Preciado Idoeta.

Cantar de Mio Cid, anónimo.

El avaro, de Molière.

Cuento de Navidad, Charles Dickens. 

  

domingo, 16 de octubre de 2016

EL REINO DE LAS LUCES




CARLOS III ENTRE EL VIEJO Y EL NUEVO MUNDO, DE IGNACIO GÓMEZ DE LIAÑO

Manuel Fernández Espinosa


"El reino de las luces. Carlos III entre el viejo y el nuevo mundo" (2015) es una obra reciente del filósofo Ignacio Gómez de Liaño (Madrid, 1946). El autor es, sin ninguna duda, uno de los filósofos de más fuste en la España contemporánea por sus propios méritos, pero a la vez es un gran desconocido para el público por no prestarse a los tejemanejes de los premios editoriales. Aunque su familia es oriunda de Peñaranda de Bracamonte, Ignacio Gómez de Liaño abrió los ojos en Madrid y en la villa y corte empezó su actividad cultural, primero en las vanguardias como poeta, conoció a Salvador Dalí y mantuvo con el pintor catalán una buena amistad. Licenciado y doctorado en Filosofía por la Universidad Complutense, ha sido profesor de Estética en la Escuela Superior de Arquitectura de la Politécnica de Madrid, profesor más tarde de Ciencias Sociales en la Complutense y profesor visitante en la Universidad de Estudios Extranjeros de Osaka y Pekín.

Mérito de Ignacio Gómez de Liaño es haber descubierto -en un estudio que pudiéramos denominar arqueología de las ideas filosóficas- que los mandalas empleados por religiones de Extremo Oriente, como el hinduísmo y el budismo, son productos procedentes de los diagramas mnemotécnicos empleados por las antiguas escuelas helenísticas y, más tarde, usados por las sectas gnósticas de los primeros siglos del cristianismo.

El presente libro que comentamos -"El reino de la luces. Carlos III entre el viejo y el nuevo mundo"- no es una biografía de Carlos III ni tampoco un estudio exhaustivo del reinado de Carlos III. Lo que el autor nos ofrece es un friso de lo que constituyó el reinado de Carlos III en lo concerniente a empresas culturales (como las excavaciones de Pompeya y Herculano, que bien pueden ser consideradas las primeras cavas arqueológicas modernas o los primeros pasos de la arqueología prehispánica en Iberoamérica), las expediciones científicas comandadas por los científicos y marinos españoles, las primeras andanzas de la antropología comparada o la etnografía, auspiciados por España, o la ayuda prestada por España a la independencia de las colonias británicas de Norteamérica.

El libro sale al paso de muchos de los atávicos clichés de la Leyenda Negra antiespañola y pone las cosas en su sitio con la solvencia que caracteriza a un polígrafo como Gómez de Liaño. El capítulo dedicado a la Guerra de la Independencia estadounidense es una magnífica reivindicación de la verdadera aportación de la España carolina a los rebeldes que fundaron los Estados Unidos de Norteamérica, una gesta que, si por un lado movilizó al gobierno español contra Inglaterra, aliándose a los rebeldes useños y a Francia, por otro lado suscitaba las reservas de no pocos políticos españoles que sospechaban lo que podría deparar la constitución de una nueva nación (que ya en sus inicios apuntaba maneras de convertirse en una ambiciosa potencia que, andando el tiempo, vendría en efecto a perjudicar severarmente los intereses españoles en Amércia; toda aquella ayuda en dinero, armas, munición, apoyo logístico, ropa... Sería muy pronto olvidada por sus máximos beneficiarios: y ni siquiera nos pagarían sus deudas.

El libro se cierra con la muerte de Carlos III y con el descubrimiento en México de la famosa Piedra del Sol poco después de la defunción del Rey Arqueólogo. En este hallazgo arqueológico novohispano -con el que se exhumó un testimonio pétreo de tiempos de crueles hecatombes humanas- Gómez de Liaño ve como el símbolo de la clausura de un tiempo de luces que coincide con el último esplendor de España que, como canto de cisne, llega a su máxima expansión imperial y la apertura de una edad sombría, en la que vuelven los holocaustos a dioses terribles, esta vez bajo la máscara de las ideologías modernas que inmolarán millones de vidas en los altares tenebrosos de la Diosa Razón jacobina y, más tarde, a todos esos ídolos de las ideologías modernas que le siguen en los siglos XIX y XX.

El libro constituye una apología, bien fundada, de los logros de España bajo el reinado de Carlos III que se convirtió en el árbrito de la vida política internacional. Y se muestra como una excelente propedéutica cultural al legado del siglo XVIII, a veces tan injustamente silenciado incluso por los mismos compatriotas que resaltan sus sombras y soslayan sus luces.

domingo, 2 de octubre de 2016

CRÍTICAS

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Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor


Cuando uno es escritor, tiene que aceptar las críticas. Gusten más o gusten menos, es así. Todo lo que no haga en la vida estará sujeto a críticas, como nos enseñó con sus cuentos el infante Don Juan Manuel, allá por el Medioevo. La república de las letras no iba escapar a tal cosa.

Recuerdo que cuando publiqué la novela “Los salvadores de la mafia” (1) comprobé que, gracias a Dios puedo decir que soy profeta en mi tierra y en Bollullos de la Mitación, mi pueblo del alma, el libro se vendió como rosquillas. Recibí muy buenas críticas en general, pero hubo una que me llamó más la atención: A un paisano le había encantado la novela pero el final lo vio flojito. Un amigo cordobés también me dijo que se quedó con más ganas, como si la novela fuese “demasiado definitiva”. Y bueno, estas críticas, lejos de molestarme, sirvieron para estimularme en mis trabajos. Ahí sigo dándole a la tecla y tengo muy en cuenta las críticas y los consejos.

Asimismo, cuando más nuevo, mis profesores me decían que era muy barroco. Otros me decían que se me notaba la influencia del romanticismo. Probablemente, eso me ha acompañado con los años, pero creo que me he ido puliendo. Eso sí: Uno nunca deja de encontrarse errores y de aprender. Y para eso, aparte de escribir, hay que leer.

Hasta aquí creo que todo bien. “Fresco”, como dicen en Colombia. Pero hay críticas y críticas. La crítica de verdad, reitero, se acepta y hasta se agradece. El problema viene cuando algunos amigos perplejos refieren, no sin rubor, asombro y hasta consternación, que en cierto estercolero de internet me ponen a parir cada vez que escribo algo. Y en verdad escribo bastante, así que hay quien se toma bastante trabajo. Y cuando voy a algunos enlaces que me refieren, me encuentro con lo de siempre: Toda una corte de frikis marujonas y cobardes que, a entrambas orillas de la mar océana, se amparan en el anonimato para difamar, tergiversar, manipular y confundir mis escritos, poniendo cosas en mi boca que yo jamás he dicho, y demostrando lo incapaces e impotentes que son al exhibir una incomprensión lectora que va más allá del infantilismo. Resulta que según este microsector virtual/marginal, yo soy agente de Putin y estoy en contra de la seguridad social. Eso para empezar. Casi nada…

Y en verdad, vive Dios que debería estarles agradecido, porque nadie me da más publicidad. Pero hay que reconocer que esa obsesión da yuyu. Hay algo oscuro por ahí. Y más allá de los peligrosos  y oscuros"gustos" de cada cual, lo que va más allá de la casualidad es que se ponen con espumarajos nerviosos cuando un servidor osa criticar a instituciones tan poco recomendables como la Unión Europea o la OTAN. Se conoce que, como me tienen tan presente, al ser yo una de sus máximas referencias, esto les irrita especialmente. ¡Quién osa perturbar la tranquilidad de sus putas vidas!

Cuando en el Año de Nuestro Señor de 2013, Manuel Fernández Espinosa, Luis Gómez y un servidor iniciamos la aventura de elaborar una revista cultural hispánica (de nuestro puño y letra, sin anonimatos rastreros), yo también sabía que me exponía a las críticas. Muchas veces, desde posiciones izquierdistas, se me ha criticado con un mínimo de coherencia. Sin embargo, las “peores” críticas las he recibido siempre de esta caterva de mamarrachos, compendio junto y revuelto  derechoides/frikifachas/pseudotradis. Lo mejor de cada casa, vamos…

Hablando de críticas, desde estos circulitos se me ha dicho a veces que si soy “grosero” por hacer algún que otro poema o artículo jocoso. Y yo me pregunto: ¿Es que han leído La Celestina de Fernando de Rojas o Las desgracias del ojo del culo de Francisco de Quevedo? Sólo por ponerle dos títulos para que se ilustren un poco. Tanta anglofilia vuelve puritana a la gente, a la par que más tonta todavía, por imposible que ello parezca. 

Así las cosas, no nos extrañe que en tres décadas en España nada se haya construido en el “área patriótica”; un área que está muerta y cuya apestosa falsedad sólo se halla en los escombros de las redes sociales; redes que, lejos de ser aprovechadas, han servido para terminar de sepultar las sempiternas pedorretas de cabezas huecas que van de maestros politólogos cuando en verdad están impidiendo que brote nada nuevo o bueno. Porque es que son hasta antipáticos. No valen ni para tomarse una cerveza. Seguro que van a un bar y amargan a los parroquianos. Con esas caras, no necesitan disfraces para el carnaval. Entre ellos se contará el que le quitó la cartera al hombre lobo y el que le hace los mandados a Drácula. Y es que hay frikis, locos o etc. que tienen gracia, pero estos no valen ni para eso. A decir verdad, no valen para nada y se empeñan en demostrarlo, que es lo malo. Pero peor aún que eso es que por culpa de este ganado haya tanta gente potencialmente buena que se haya quemado y se haya ido a su casa, asustada, confundida y asqueada de tanto tiparraco que está más colgado que unos cojones en un andamio, que tiene más tonterías que un mueble-bar y que no quiere salir de su terapia de autoayuda; de tanto abrazafarolas picándose a ver quién es el rey de la tertulia más impedida. Desde luego, psicólogos y psiquiatras de más de medio mundo se los tienen que estar rifando a fuer de enjundiosas tesis doctorales. Pero es muy triste, preocupante e indignante el tema. Un tema que no da para creer en conspiranoias, porque con el talento que hay, no hacen falta Anacletos agentes secretos. Esta gente le sale totalmente gratis al sistema. Ya no tienen gente ni para una comilona fantasmagórica. Por eso cada vez resultan más ridículos ciertos pedantes que van por el mundo muy bien anclados en el sistema (sistema que dicen combatir, jajaja), así como esos redactores sensacionalistas de esperpéntica imaginación; los mismos que dan carnets de pureza según antojos y amistades; los mismos que satanizaron tiempo ha la revista “Raigambre” porque les salió del amanerado culo que tienen por cerebro.  Y luego, analicen ustedes las amistades de este farisaico sanedrín…

Ciertamente, la biología se está encargando poco a poco de esta forrajera que no llega ni a pintoresca. El problema, reitero, es el daño que dejan hecho, que va a ser muy difícil de subsanar. No es gente que haya quemado los campos: Les ha echado sal. Y hasta que no nos quitemos esta pesada losa con olor a mierda que han dejado a toda causa noble que se precie, no levantaremos cabeza. Ya sabemos qué no hay que hacer y a quién no hay que parecerse. Y por supuesto, también sabemos quién necesita lijas para cuernos. Aunque algunos de pelados frailunos no llegan ni a eso. 

En fin, que Dios nos coja confesados, y alejémonos (y procuremos que se alejen los potencialmente buenos) de esta peste a la que ya le queda poco. Sigamos a lo nuestro, y el que no pueda, que arree. 
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