RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 4 de febrero de 2016

ESPAÑA COLONIZADA EN EL SIGLO XIX



Un inglés de la colonia británica en India, servido por indígenas



UNA LECTURA DE LOS LIBROS DE VIAJE DEL XIX

Manuel Fernández Espinosa

Cuanto más lee uno a los viajeros extranjeros que recorrieron España en el siglo XIX más se percata de que, desde esa nefasta centuria, en España comienza un proceso de colonización -y no de progreso, como quieren y dicen los desinformados que hablan sin ton ni son. Si uno se cree cuanto puede leerse en los libros de historia (esos que se pergeñan para uso de bachilleres) terminará por desconocer el siglo XIX que, ya de suyo, es un siglo no por próximo a nosotros mejor conocido.


 
La bibliografía oficial quiere que este siglo XIX sea entendido, en lo que concierne a España, como una época de progreso, de apertura al exterior, de avances, presentándolo como algo positivo en su conjunto. Y todo ello a pesar de las fuerzas reaccionarias que, como todo el mundo sabe (y quien diga lo contrario, sea anatematizado), frenaron en su cerrazón oscurantista el progreso maravilloso, la europeización plena de España que, por torpes políticas de aislamiento católico, se había estancado. Abolida la Inquisición, las ideas de allende Pirineos atravesaron la frontera y vinieron a sacarnos de las tinieblas seculares en que la Iglesia Católica -en alianza con un Trono chapado a la antigua usanza- nos había mantenido, privándonos de la felicidad de la herejía, de la orgía de la revolución, de la borrachera de sangre de la guillotina, del genocidio jacobino, etcétera. Es la versión de la historia liberal que, a pesar de lo embustera y tergiversada que resulta, no deja de gozar de buena salud, jaleada por sus terminales mediaticas.

 
Sin embargo, dejando ahora a un lado la labor de apología de la España tradicional, lo que nos cuentan los viajeros extranjeros da idea de lo que realmente pasó en España durante el siglo XIX. Amén de la atávica corrupción de nuestra casta política (podredumbre que, como sabemos, se ha perpetuado hasta nuestros días), lo que en España ocurrió fue un proceso de colonización. De haber sido siglos atrás Imperio, España pasó a ser una colonia (con presunta soberanía "nacional" aparente), una colonia de los intereses económicos de capitalistas ingleses y franceses.



Llegar a esta conclusión exige haber leído muchos libros de viajes donde los extraños, personajes particulares más o menos famosos en sus países de origen, nos retratan el retraso en que viven nuestros pueblos españoles, desde el norte hasta el sur. La visión romántica de los extranjeros que visitan España, románticos viajeros, deja paso así a una visión que dicta sus notas de viaje desde un sentimiento de superioridad que, no en pocos casos, desprecia con petulancia todo lo español. Todo ello quedó cristalizado en aquella frase de Alejandro Dumas: "África empieza en los Pirineos".

 
Pero esta impresión de Dumas no es un caso aislado. Otro francés, Eugène Poitou, en su "Viaje a Andalucía" nos ha dejado el paradigma de esa actitud desdeñosa por todo lo español que sustentaron no pocos visitantes extranjeros del XIX. Es Poitou el que nos revela cuanto estamos diciendo, cuando al visitar Sevilla, escribe:

 
"El barrio de Triana se extiende por la ribera derecha del Guadalquivir y hoy es el barrio industrial de Sevilla: desde lejos se ve el humo de algunas fábricas, entre las cuales, la más importante es una de lozas explotada por una compañía inglesa. Todas las grandes empresas industriales, agrícolas o comerciales que encontramos en este país, menos unas poquísimas excepciones están dirigidas por extranjeros, la mayoría ingleses o franceses" (lo subrayado es mío).


 
No se trata de un solo comentario. Más adelante afirma:

 
"Los grandes viñedos del país, su explotación y el comercio de los vinos cuya producción alcanza los ocho millones de litros por año, están en manos de extranjeros franceses e ingleses".



Aquí está hablando de Jerez, por supuesto.

 
Para el observador francés que seguimos (Poitou), cargado con sus prejuicios y reafirmado en las peripecias que vive en la península Ibérica, el estado de las cosas que exhibe España es deplorable y la causa de que España esté siendo colonizada por Inglaterra y Francia queda apuntada en este comentario:

 
"En todos los campos nos encontramos con un barniz de civilización en la superficie, mientras la ignorancia y la barbarie están en el fondo. Tienen ferrocarriles y telégrafos, pero cuando no son extranjeros los que los dirigen y explotan, todo anda sin orden, sin regularidad, sin seguridad. Tienen un Gobierno constitucional y Cámaras, pero el país desde hace cuarenta años está sometido a golpes de Estado; las insurrecciones militares se suceden periódicamente; las finanzas están arruinadas; el desorden reina. Hablan sin parar de nobleza, de patriotismo y de honor, aunque, según me contó la gente que vive aquí desde hace veinte años, la corrupción es general, la codicia se exhibe sin pudor y la venalidad no tiene límites".

 
Es la codicia de las clases dirigentes la que ha conducido, en su lucha por el poder, a esta situación. Mientras unos y otros partidos políticos y camarillas se ocupan en alcanzar el poder por los medios que sean, para gozar de las mieles del dinero y la posición social, el pueblo sufre y calla, sumido en la miseria y la incultura. Y es que, según Poitou, las convulsiones que se suceden en España no se deben a otra cosa que a una lucha sin cuartel por el poder, lucha de banderías que se mueven por los más ruines intereses:



"No se trata de partidos políticos que luchan por el triunfo de ciertos principios; son, desde siempre y en todas partes, las mismas ambiciones egoístas bajo distintas banderas, las mismas ardientes concupiscencias y la misma avidez insaciable. Los liberales derriban a los reaccionarios, los progresistas a los liberales, pero en el fondo nada cambia, sólo una revolución más y un dinero menos en las arcas del Estado".

 
Mientras tanto, aunque el pueblo español padece esa lacra de políticos inútiles y perniciosos, el pueblo, más sano que los políticos que contienden por el poder y muy a diferencia de esa casta, desprovista de todo noble ideal comunitario, el pueblo -lo veremos en las notas de Poitou- conserva un vestigio de honor, un resto de dignidad que no encuentra otra salida que la sorda hostilidad hacia el extranjero. Así dice el francés:

 
"Todo extranjero está aquí mal visto; lo paga todo más caro, haga lo que haga encuentra por todas partes dificultades y obstáculos. España le debe a los extranjeros todos los progresos que ha hecho, y en vez de buena voluntad y participación, sólo han encontrado desconfianza, celos y hostilidad. El orgullo nacional sufre con la superioridad de los extranjeros. Los españoles preferirían no ver ninguna mejoría a debérsela a los extranjeros y tener que reconocer que la noble España no está a la cabeza de Europa".

 
Poitou, desde sus prejuicios supremacistas, juzga que es orgullo español esa xenofobia que se trasluce en el trato que los españoles dispensan a los extraños. Orgullo e ingratitud, como si los españoles tuvieran que estar agradecidos a los extranjeros "civilizados" el que, aprovechándose del caos político de su aciaga clase dirigente, explotan sus recursos naturales y someten a los españoles a ser parias en su propio suelo.

 
Lo vemos cuando anota lo siguiente, noticiado por la colonia británica en Málaga:

 
"Antes, muchos ingleses vivían en Málaga. Atraídos por el agradable clima, intentaron hacer aquí una estación de invierno igual que han hecho en Niza y en otras ciudades del Mediterráneo. Trajeron mucho dinero al país, pero sólo encontraron a cambio malevolencia y solapada hostilidad. Terminaron por cansarse de esta mala acogida y dejaron Málaga".



Habría que revisar los libros de Historia de España de 2º de Bachillerato y el libro que no contuviera mención de esa vergonzosa colonización de España a manos del capitalismo europeo (gracias a los liberales), el libro que se empeñara en bastardear la historia desde la perspectiva estrecha de un sectarismo ideológico acrítico, presentando el siglo XIX como un siglo de apertura, europeización y progreso, ese libro, por embustero y, en el mejor de los casos, por desinformado, habría de ser secuestrado en toda su edición y mandar reciclar el papel.

 
Mientras nos dejemos falsear nuestra historia, ¿quién puede pretender poner solución al mal actual? ¿Y tendremos que tragarnos el cuento aquel de que la Iglesia católica y la monarquía tradicional (no la constitucional, por favor) son los culpables de todos los males de España?

 
La raíz de todos los males de la España del siglo XIX fue el liberalismo y sus derivados: el socialismo y otros engendros facturados en las metrópolis que nos estaban colonizando, sometiendo y explotando. Y mientras el liberalismo decimonónico goce de prestigio, como sus monstruosos hijos (tal el marxismo), seguiremos viviendo en la mentira y quien vive instalado en la mentira no será jamás libre.



Y ya tiene que ir acabando esa lectura superficial que se hace de los libros de viaje a España. Nos enseñan bastante, si sabemos leer.

2 comentarios:

  1. Muy atinado el artículo, como todos los del profesor Fernández Espinosa, pero hay que aclarar una cosa de los comentarios extranjeros que cita. Con la desamortización, muchos bienes de la Iglesia pasaron a manos de extranjeros (como el ejemplo de la Cartuja sevillana, citado en el artículo, que se convirtió en la fábrica de loza de Pickman). En cuanto al caso de las bodegas de Jerez observado también por Poitou, es preciso señalar que muchas tienen nombres extranjeros porque fueron fundadas por ingleses católicos que huyeron de las persecuciones de que fueron objeto por parte de Isabel I, Cromwell y otros impresentables que gobernaron la pérfida Albión. De ahí nombres como Osborne, Williams & Humbert y otros, o más mestizos, como González-Byass. Porque todos se casaron con españolas y se hispanizaron y "andaluzaron", hasta el punto de que muchos de esos apellidos se pronuncian castellanizados. Y el caso concreto de Garvey es de origen irlandés (por eso su más conocido fino se llama San Patricio). Como los ingleses siempre se pirraron por el Jerez, era natural que muchos se vinieran aquí y se dedicaran a producirlo. En el caso concreto de Domecq, la única bodega con nombre francés, la fundaron un irlandés y un francés a mediados del siglo XVIII. Conclusión: el ejemplo de Jerez no se aplica a este caso, pero ello no resta veracidad al conjunto del artículo del profesor Espinosa, que, si mal no recuerdo ya ha hablado en algunos de sus blogs de la colonización de España por parte de extranjeros (los Rotschild incluidos) en el siglo XIX. Coincido en que es un tema del que no se habla y que por eso hay que estudiar más a fondo y divulgar más.

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  2. Totalmente de acuerdo con usted.
    Cuando las elites rectoras de un país adoptan la ideología de sus enemigos, ese país está condenado a la destrucción. Eso pasó en España y en Hispanoamérica con la Ilustración y el liberalismo.
    A título de curiosidad le incluyo el enlace a la versión digital de un interesante opúsculo sobre las hazañas de José Canga Arguelles, ministro de Hacienda en el Trienio Liberal, titulado “Canga Argüelles en carnes / por un Cesante en Cueros”. Parece escrito ayer mismo. http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000172293&page=1

    Mitrofán

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