RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 15 de octubre de 2015

SEMBLANZA DE VALLE-INCLÁN (I)

Imagen de cultura.elpais.com

Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor

No hace mucho que tuve la oportunidad de leer una extensa, controvertida, apasionada y premiada biografía de Valle-Inclán: La espada y la palabra, editada por Tusquets y escrita por Manuel Alberca; ganadora del XVII Premio Comillas de historia, biografía y memorias. Y en verdad valió la pena. Setecientas y pico páginas muy bien documentadas y destinadas, entre otros objetivos, a desterrar la vana mitología existente sobre el genio gallego. Y es que si hay algún personaje de la literatura española que esté saturado de mitos, ése es nuestro Valle-Inclán. Cualquiera se lo imagina pobre de solemnidad, de aspecto pordiosero, bohemio, con una etapa carlista sólo por estética y luego feroz bolchevique; desordenado, borracho… Y nada más lejos de la realidad, porque nada de eso fue.

Ciertamente, Don Ramón fue un personaje harto complicado. Si bien nos parecería en principio que era muy extrovertido, en verdad era un tímido de padre y muy señor mío que tenía una férrea coraza en torno a su intimismo. Tal vez ello precisamente ayudó a alimentar las leyendas, toda vez que él también se encargó, con su carácter de por sí fantasioso, peleón e hidalgo, de alimentar una imagen paralela a la realidad. Y en esos paralelismos, casi todo valió. A los años, su propia familia ha hecho mucho por desmitificar la figura del gran literato, intentando apartar las advenedizas e ideológicas manipulaciones. Esperemos que entre eso y biografías como las de Manuel Alberca, poco a poco se vayan corriendo tupidos velos.

Reconocemos, por supuesto, que hacer una semblanza sobre Valle-Inclán tiene mucho mérito. Tal vez por eso nos atrevemos.

Mas, ¿quién era Valle-Inclán? Intentemos analizarlo lo más fríamente posible, por más que sea conocida nuestra admiración y hasta devoción por este prócer de las letras hispánicas.



ESCRITOR

Hemos de decir que antes que cualquier otra consideración que se nos pueda venir a la cabeza, Ramón del Valle-Inclán fue un escritor. Así fue su propósito desde muy joven y así lo consiguió. Fue el único de la llamada Generación del 98 que vivió sólo de escribir. Hasta hace años, no es que diera para mucho, pero hasta para malvivir daba. En cambio en nuestro tiempo hay que pagar para escribir…

Con todo, Valle-Inclán no sólo se limitó a escribir, sino que muchas veces se autoeditó y dirigió él mismo sus ventas y hasta los diseños de las portadas de sus respectivos libros. Desde muy joven frecuentó círculos literarios y tuvo muy claro que era lo que quería ser, y de hecho, no hizo otra cosa en toda su vida. Tuvo algunos cargos (“momios” que se decía en la época) por enchufe pero tampoco es que dieran para mucho.

Valle-Inclán fue escritor, sí, pero no un escritor cualquiera: Tuvo muy claro su compromiso con la lengua española y su renovación estética. La fiebre del estilo fue apañada al alimón del modernismo. No era lo suyo un rechazo al pasado, como a veces se ha pretendido: Al contrario, veía en el pasado probablemente mayor creatividad. Sin embargo, su gusto por lo tradicional no era por mera nostalgia; era porque le inspiraba para ser creativo. Y esto muchas veces no se entiende: Don Ramón no era un “ser estático”. Cuidaba cada palabra, cada expresión. Prefería confundirse con un paisaje antes que pronunciar algo sin sentido o insignificante. Y es algo que se da mucho en los literatos gallegos, siempre apegados a un fuerte sentimiento lírico que suele impregnar una estética transversal y talentosa.

Como corolario, si bien el realismo mágico se asocia a la creación de autores hispanoamericanos, y concretamente cercanos al Caribe (Gabriel García Márquez, Arturo Uslar Pietri, Miguel Ángel Asturias…), es un invento gallego, y que se debe principalmente a Ramón del Valle-Inclán y Álvaro Cunqueiro (1); autores de hecho conocidos por el genio colombiano García Márquez. Sin el esperpento valleinclanesco y sin las invenciones cunqueirianas, desde luego no habría sido posible el realismo mágico; aquella realidad que flota sobre una ficción que, en el fondo, nunca supera a una realidad siempre paradójica, humorística y contradictoria. Los dobles sentidos, el humor negro, las exageraciones, el colorido, la riqueza de conceptos, las irreverencias… Todo eso ya está presente en Valle-Inclán y Cunqueiro; ambos, grandes estetas, cuidadores y transmisores de un lenguaje con conciencia de arte.

El lenguaje de Valle es muy cuidado. Se atrevió a mezclar lo culto y lo popular de una manera sabrosa, y desde luego, si bien pasó muchos años fuera de su terruño, le marcó el carácter y la tradición de Galicia, a tal punto que a veces su castellano parece agallegado, aunque quizá no tanto como Cunqueiro. Pero la inclusión de galleguismos, latinismos, americanismos o hasta gitanismos está presente a lo largo de toda su obra en mayor o menor medida.

Al fin y al cabo, insertado de joven en la estética modernista, era como darle una vuelta de tuerca al romanticismo tardío frente al imperio del realismo y el naturalismo. Era una constante reivindicación artística.

Asimismo, Valle-Inclán nunca se consideró un bohemio: En todo caso, encajaría mucho mejor en la forma del dandy. El bohemio no era sino una fórmula indefinida y zarrapastrosa para él en todo caso. De hecho, muchas veces se ha interpretado Luces de bohemia, una de sus obras cumbres y toda una apisonadora en la dramaturgia, como una suerte de apología, ¿pero alguien se ha molestado en interpretarla como una crítica? Ahí hay muchas claves al respecto de la personalidad y la literatura de nuestro autor.


“UNIVERSO IDEOLÓGICO”

El “universo ideológico” de Valle-Inclán es, probablemente, su faceta más compleja. Estamos ante un mundo lleno de contradicciones y paradojas. Desde muy joven, Valle-Inclán mostró un rechazo frontal al mundo burgués-liberal; mundo al que pertenecía buena parte de su familia. Sin embargo, si bien Don Ramón no fue ningún inculto, nunca dejó de ser un autodidacta, sin una formación universitaria completa. Así como desde muy joven conoció a Alfredo Brañas y Juan Vázquez de Mella, quienes ya eran figuras señeras del tradicionalismo católico en Galicia, no pareció asumir nunca con sabiduría ni coherencia los principios del catolicismo.

De niño, siempre mostró rechazo al mundillo de caciques y comerciantes que dominaban su pontevedresa zona. Puede que ya desde su infancia le atrajera el carlismo, o que como mínimo, escuchara historias de carlistas; que después alimentaría en sus años universitarios en Santiago de Compostela, que no en vano fue un foco carlista durante la III Guerra (que duró de 1872 a 1876). Ya en su infancia comenzó a desarrollar un carácter fantasioso que acaso era una máscara ante su talante reservado; talante que comparte con muchos de sus paisanos; dicho sea esto sin ánimo de estereotipos; pero es algo bien presente en la psique galaica; psique que por otra parte, admiro y hasta venero.

Sea como fuere esto es importante para entender a nuestro personaje: Don Ramón era experto en inventar –o cuanto menos adornar mucho- historias.

No podemos negar que tuviera interés en el tradicionalismo, porque de hecho lo tuvo, y le acompañó ese rechazo al mundo liberal de su época. Empero: ¿Era por mera estética, como bien se dice “oficialmente”, aun en contra del criterio de sus descendientes? Nosotros damos una respuesta negativa: El tradicionalismo, para Valle-Inclán, no era simplemente una estética. Otra cosa sería que alguna vez lo comprendiera del todo… Tanto el tradicionalismo político como la doctrina religiosa católica en sí. Como tampoco conocía bien del todo la historia de España, sobre la cual tuvo opiniones contradictorias y paradójicas toda su vida, cayendo al final en un hondo pesimismo que yo calificaría de hasta negrolegendario.

Valle-Inclán se sentía parte de una élite, de una élite intelectual concretamente. Sentía que quería tener su sitio y que debía formar criterio. Y vio en el Antiguo Régimen un modelo social mucho más perfecto y armónico. Probablemente, es por ello que verá en el carlismo una suerte de reserva de ese mundo, sin alcanzar a comprender del todo la versatilidad del movimiento legitimista español. Éste creemos que es otro punto débil del biógrafo Manuel Alberca, pues su visión del carlismo adolece de objetividad(2)Alberca piensa que el carlismo es una suerte de extrema derecha de antiguo régimen y masa tutelada; y puede que eso pensara Valle-Inclán, pero el carlismo jamás se pronunció en semejantes términos, y de hecho, su transversalidad, interclasismo y complejidad son evidentes, porque si bien el carlismo defiende a calicanto las tradiciones espirituales y políticas, nunca se ha olvidado de la justicia social, férreamente condensada en la Doctrina Social de la Iglesia, especialmente a partir de la encíclica Rerum novarum de León XIII. Tal vez por eso todavía el carlismo, si bien guarda un buen recuerdo en muchas familias españolas, sigue siendo un gran incomprendido. Por ello no comprenden que personajes de lo más variopinto (y no pocos, intelectuales) se hayan acercado al carlismo, porque en su desconocimiento, creen que estamos ante “simples reaccionarios”.

Otrosí, se suele decir que Valle-Inclán pegó muchas gambayás ideológicas, pero yo no diría tanto así: En verdad, Valle-Inclán siempre tuvo una concepción confusa acerca del “elitismo” y del pasado, idealizando la figura de los mayorazgos y los hidalgos, frente al decadente mundo del turnismo. Filosóficamente, estaba influido por Schopenhauer. Puede que también por la idea del superhombre de Nietzsche. No era nada germanófilo, pero es curioso cómo algunas ideas venidas de un país al que decía denostar por “bárbaro” y “pagano” le influyeron bastante. Curioso y paradójico, porque una idea que defendió Valle-Inclán toda su vida fue el panlatinismo. No creemos que supiera Valle-Inclán los auténticos orígenes del panlatinismo, en puridad, una farfolla inventada por la administración de Napoleón III para intentar contrarrestar los albores pangermanistas y justificar la intervención francesa en México. El fracaso de Napoleón III con el II Imperio Mexicano, quedando damnificado el pobre Maximiliano de Habsburgo al que dejaron en la estacada; empero, no obstaculizó que durante buena parte del XIX y principios del XX se desarrollara esta idea que, si bien no se definía estrictamente, apelaba a la hermandad de los pueblos “latinos”, toda vez que el tan manoseado término en aquella época aludía mayormente a los descendientes de la Roma occidental, y tal vez a Grecia y Rumanía. Claro que omitía decir que la que se consideraba superior dentro de esos pueblos latinos era Francia… Empero, tanto en Francia como en España tuvo bastante predicamento a nivel intelectual/cultural. El poeta provenzal Frédéric Mistral  fue un exponente de ello, y tanto en la Acción Francesa como en el carlismo hubo destacados ecos acerca de una alianza o hermandad latina en Europa. (3) Es aquí donde hay que entender el apoyo a los aliados de Valle-Inclán, que no venía por las mismas razones que las de Miguel de Unamuno o Vicente Blasco Ibáñez, u otros tantos aliadófilos, que lo hacían por puro liberalismo o progresismo. En aquella época, se supone que Valle-Inclán era militante carlista, y en el carlismo, si bien hubo una amplitud de sentimientos germanófilos, también hubo algunos aliadófilos. No hay que olvidar que Melchor Ferrer, el gran historiador del tradicionalismo español, llegó a combatir con Francia. Buena parte de España se dividía a través de las encendidas polémicas de los casinos. El mismo rey Jaime III ha sido calificado muchas veces (a mi juicio alegremente) de aliadófilo. Pero lo cierto es que su posición era complicada: Exiliado en Francia, donde asimismo, vivía parte de su familia, y habiendo sido húsar del zar Nicolás II. Y recordemos que fue húsar del ejército ruso porque los austrohúngaros le vetaron ingresar en su ejército, amén de que le imposibilitaron posibles y buenos matrimonios, en connivencia con el liberalismo que dominaba y asfixiaba a España. Don Jaime en verdad opinaba que ante aquel conflicto, a España sólo le quedaba ser neutral. Valle lo admiraba mucho acaso como arquetipo de aristócrata español: Militar, aventurero, políglota, patriota, temerario, hombre de mundo, conocedor de los problemas de su tiempo, amante de la justicia social… Y D. Jaime nunca dejó de admirarlo, a tal punto de concederle la Orden de la Legitimidad Proscrita ya en 1931, una fecha digamos “tardía”... 




S.M.C. Jaime III



CONTINUARÁ...





NOTAS: 






(1) Sobre Álvaro Cunqueiro: 

mis lecturas: álvaro cunqueiro - antonio moreno ruiz






(2) Podríamos recomendarle al señor Alberca sobre el carlismo, por ejemplo:

La formación del pensamiento político del Carlismo (1810 ...













(3) Sobre Mistral, el panlatinismo y el tradicionalismo: 

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