RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

miércoles, 26 de agosto de 2015

LAS SIETE SOLEDADES DE NIETZSCHE


 
 
SIETE PURGACIONES PARA UN ATEO
 
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
Si con exhaustividad tuviéramos que presentar todos y cada uno de los septenarios que podemos hallar en las más diversas tradiciones religiosas necesitaríamos un grueso volumen y, si hubiéramos de glosar cada septenario, mucho me temo que sería menester varios volúmenes. Es por ello que, en la presente exposición, se nos hará la indulgencia de ahorrarnos el meticuloso glosario que de esta cuestión se podría hacer. Hemos dicho tradiciones religiosas, puesto que lo son; pero aprovechamos para dejar constancia de que todo aquello que hoy recibe el nombre de cultura no puede aspirar a ser cultura con propiedad si prescinde de lo religioso. Parafraseando la veneranda fórmula que reza: "Extra Ecclesiam nulla salus", debiéramos decir que "Fuera de la religión no hay cultura". Es por ello que, ante todo fenómeno que pueda llamarse cultural, hemos de plantarnos convencidos de que, no por estar encubierta (e incluso estentóreamente negada, como ocurre en Nietzsche), deja de estar subyacente al fenómeno cultural una religiosidad de fondo. Se diría que cuando se arroja la religión por la ventana, la religión vuelve a entrar  por la puerta trasera.
 
En todo fenómeno cultural (y el que constituye la figura y obra de Nietzsche lo es) alienta la religiosidad, por mucho que execre de las religiones institucionalizadas, por más que se gane la animadversión de los miembros de un culto religioso. Una de las mujeres que mejor conoció a Nietzsche, Lou Andreas-Salomé, lo supo ver con una extraordinaria clarividencia, cuando escribió en su diario, reflexionando sobre Nietzsche y ella misma, estos renglones que reproduzco:
 
"El fundamental rasgo religioso de nuestra naturaleza es nuestro común denominador, y tal vez se manifiesta en nosotros con tal fuerza porque somos espíritus libres en el sentido más amplio. En el espíritu libre, lo religioso no puede referirse a ninguna divinidad ni a ningún cielo fuera de sí mismo, en el que las fuerzas creadoras de la religión, como la debilidad, el miedo y la codicia, encontrarían su lugar. En el espíritu libre, la necesidad religiosa surgida a través de las religiones... puede retrotraerse sobre sí misma y convertirse en la fuerza heroica de su ser, en el impulso a la entrega a un gran ideal. En el carácter de Nietzsche hay un rasgo heroico, y éste es precisamente el más acusado, el que da cohesión a todas sus cualidades. Él será el precursor de una nueva religión y será una religión de héroes." 
 
Según Salomé, Nietzsche "será el precursor de una nueva religión y será una religión de héroes".
 
A primera vista parecería que, 115 años después de la muerte de Nietzsche, el pronóstico de Lou Andreas-Salomé no se ha cumplido. El mismo Nietzsche se ocupó de negar que él fuese un "profeta" y, menos todavía, un "santo". Pero, sin embargo, cuando tiene que explicar en "Ecce Homo" el estado en que concibió y redactó "Así habló Zaratustra" no puede por menos que declarar que esta obra fue escrita casi en un éxtasis místico por el cual su autor (el mismo Nietzsche) se convirtió en una especie de "medium de fuerzas poderosísimas". Y sigue diciendo:
 
"El concepto de revelación, en el sentido de que de repente, con indecible seguridad y finura, se deja ver, se deja oír algo, algo que le conmueve y trastorna a uno en lo más hondo, describe sencillamente la realidad de los hechos".
 
Un mojigato diría que eso no pudo ser, tratándose de Nietzsche el Ateo, otra cosa en todo caso que una revelación luciférica, satánica, de signo demoníaco. Pero, a estas alturas, lo que los mojigatos dicen a mí personalmente cada día me importa menos. Lo que ahora me importa es asentar que Nietzsche puede haber declarado la "muerte de Dios" con todas las consecuencias morales que se quieran traer a colación, pero a la vez lo hallamos en dependencia religiosa. Y no sólo lo atisbó Salomé, el mismo Nietzsche se refiere a la composición de su obra en términos eminentemente religiosos: su inspiración es entendida en clave poco frecuente ("Ésta es mi experiencia de la inspiración; no tengo duda de que es preciso remontarse milenios atrás para encontrar a alguien que tenga derecho a decir "es también la mía"-"), comparándola con las revelaciones que se han registrado en la historia de la humanidad.
 
Por todo esto y más que podríamos añadir, no podrá ser considerado un despropósito afirmar que en la obra de Nietzsche cabe rastrear elementos que concuerdan con las constantes místicas de las tradiciones religiosas más diversas. Y uno de esos elementos es el enigmático e inquietante septenario nietzscheano que él mismo llama las "siete soledades".
 
Las "Siete Soledades" no sería un tema que captara nuestro interés si esto hubiera aparecido al albur en cualquier pasaje de la obra nietzscheana, no volviendo a reaparecer más, puesto que -en ese caso- lo más atinado sería pensar que fue una ocurrencia pasajera que tuvo Nietzsche al acaso y que no tuvo la menor de las repercusiones ni para Nietzsche ni para su obra. Pero ocurre que las "siete soledades" aparecen y reaparecen en diversas obras de Nietzsche, por lo que es legítimo pensar que no sea algo accidental, sino ciertamente importante, siendo oportuno detenernos en ello para considerarlo como mínimo en su calidad de elemento que cumple sin ninguna duda alguna función en la articulación de todo el conjunto del pensamiento nietzscheísta.
 
En el parágrafo 285 de "La gaya ciencia" (año 1882) se nos presenta las "siete soledades". También en el mismo libro, parágrafo 309, se alude en su título a ello: "Desde la séptima soledad". En "Así habló Zaratustra" (escrito entre 1883 y 1885), las "siete soledades" se convierten en los "siete demonios" a los que se aluden en el discurso de Zaratustra de la primera parte, titulado "El camino del creador": "Solitario, tú recorres el camino del creador: ¡con tus siete demonios quieres crearte para ti un Dios!". Las siete soledades, los siete demonios, afloran de nuevo, ahora como "un séptuplo hielo" en los versos de "El mago" (Nietzsche también barajó la posibilidad de titular este capítulo como "El penitente del espíritu", localizado en la cuarta parte de "Así habló Zaratustra"). Y hasta cierto punto, no se nos ha pasado, "Los siete sellos (o: la canción "Sí y Amén")" de la tercera parte de "Así habló Zarastustra" también estaría relacionada con las siete soledades, pero dada su complejidad preferimos dejarla a un lado por ahora.
 
En 1888 las "siete soledades" son nuevamente convocadas en los "Ditirambos de Dionisos", en concreto en dos de ellos. El primero en el titulado "La señal de fuego" en el que dice:
 
"Seis soledades conocía ya-,
pero el mar mismo no le fue bastante solitario,
la isla le permitió subir, sobre la montaña se tornó en llama,
de una séptima soledad".
 
Y también en el titulado "Se hunde el sol", vuelve a hablar de la "séptima soledad".
 
En "Ecce Homo" (también del año 1888) la soledad, dice Nietzsche, tiene siete pieles: "La soledad tiene siete pieles; nada pasa ya a través de ellas. Se va a los hombres, se saluda a los amigos: nuevo desierto, ninguna mirada saluda ya".
 
Como vemos, bajo los nombres de "soledades", "demonios", "hielos" (incluso podríamos añadir que "sellos") y, hasta so capa de "pieles", la experiencia de la soledad profunda, vivida como privilegiado ámbito de fecundidad creadora, adopta el tradicional septenario que hallamos en las más diferentes religiones, tanto como elementos hierofánicos (los siete arcángeles) como ritualísticos (la "sapta padi" de los hindúes), como devocionales (los Siete Dolores de la Santísima Virgen María). Ni que decir tiene que sería muy difícil pensar que Nietzsche estuviera con sus siete soledades refiriéndose a los siete arcángeles de las tradiciones religiosas del judaísmo, del cristianismo y de algunas sectas islámicas, todavía menos a los "siete dolores" de la Virgen María, pero lo que para mí es digno de hacer notar es el número siete, que se repite con insistencia en Nietzsche.
 
Hora es ya de ver cuales son cada una de esas siete soledades. Para ello no existe un pasaje que mejor las testifique que el parágrafo 285 de "La gaya ciencia":
 
"¡Excelsior!- "No volverás a rezar jamás, no volverás a adorar, no volverás jamás a descansar en una confianza ilimitada; te negarás a detenerte ante una sabiduría postrera, una última bondad, una última potencia y a desenjaezar tus pensamientos: -no tendrás guardián ni amigo que te acompañe a todas horas en tus siete soledades: -vivirás sin una escapatoria hacia esa montaña, nevada en la cumbre, con fuego en las entrañas; no habrá para ti remunerador ni corrector que dé la última mano, ni habrá tampoco razón en lo que acontezca, ni amor en lo que te suceda; tu corazón no tendrá asilo donde no encuentre más que reposo ni tenga más que buscar! Te defenderás contra una paz última, querrás el eterno retorno de la guerra y la paz: -hombre del renunciamiento, ¿querrás renunciar a todo esto? ¿Quién te dará fuerzas para ello? ¡Hasta ahora nadie ha tenido esa fuerza!". Hay un lago que un día no quiso desbordarse y construyó un dique en el lugar por donde se derramaba; desde entonces el nivel del lago se eleva cada día más. Quizás aquel renunciamiento nos dará la fuerza necesaria para soportar el renunciamiento; quizás el hombre se elevará más cada día desde el instante en que deje de desbordarse en el seno de un Dios".
 
Atreviéndonos mucho, podemos ver que las siete soledades vienen a ser siete reducciones que nos llevan a una soledad absoluta, donde se ha rechazado la compañía del último que no abandona: Dios. En cada una de las soledades ha dado un rotundo "No" a Dios: se ha rechazado rezar, adorar, confiar, ser vigilado y acompañado, evadirse de la realidad, esperar retribución o ser corregido, buscar razón o amor en lo que sucede. Las siete soledades son siete renuncias que el hombre podría hacer o no hacer, pero que quien se quiere a sí mismo en la veracidad no puede dejar de hacerlas a juicio de Nietzsche. Por eso, en el parágrafo 309, lo que abruma en la séptima soledad es la "propensión a lo verdadero, a la realidad, a lo que no es sólo aparente, a la certeza". En este parágrafo se condensa una experiencia atroz para Nietzsche: su pasión por la veracidad le niega poder detenerse en cualquier "jardín de Armida". El jardín de Armida, descrito en la "Jerusalén libertada" de Torcuato Tasso, es la imagen ilusoria de un jardín edénico; esos jardines fabricados por la maga Armida cumplen la función de retener a su amado Reinaldo, manteniéndolo a distancia del mundo real y de ese modo poder acapararlo la hechicera para sí. Esta imagen evocada por Nietzsche recuerda a la Circe tantas veces identificada por Nietzsche con la razón.
 
Las siete soledades son siete renuncias a lo que Nietzsche considera la ilimitada capacidad del hombre para autoengañarse. La pasión por la veracidad condenaría así a una tremenda soledad a todo aquel que pugne por ser coherente. Las siete soledades son siete hitos en el camino del ateo que emprende la tarea de prescindir gradualmente de todo cuanto pueda ser una evasión de la realidad, puesto que todo escapismo supone una infidelidad a la inmanencia, una deslealtad que traiciona a la "tierra" por cualquier trasmundo (jardín de Armida). Las siete soledades, por lo tanto, estarían estrechamente ligadas como no podría ser de otra manera con el ateísmo nuclear de Nietzsche; pero, sin embargo, en esos renunciamientos escalonados que niegan los consuelos con los que cuenta el común de los creyentes, conducen por introspección a una realidad interior, de naturaleza incomunicable, donde Nietzsche barrunta una posible renacencia del hombre bajo la forma de una "elevación", de cuya naturaleza no se nos precisa más.
 
"Quizás aquel renunciamiento nos dará la fuerza necesaria para soportar el renunciamiento; quizás el hombre se elevará más cada día desde el instante en que deje de desbordarse en el seno de un Dios".
 
Dejando al margen las consideraciones morales y yendo al meollo del presente tema nietzscheano que hemos presentado, no podemos dejar de advertir que se comprueba que, incluso en el ateo, el septenario al que, bajo múltiples símbolos y alegorías, alude Nietzsche (siete soledades, siete demonios, siete hielos...) concuerda en todo punto con el sentido que tiene el "siete" en las más diversas tradiciones religiosas, puesto que el número 7 es universalmente considerado, según sintetizó Carl Gustav Jung, como "símbolo de la transformación y de la integración de la gama de jerarquías en su totalidad".
 
Las siete soledades del ateo, sus siete demonios y sus siete hielos, han de ser transitados por éste para operar por último la transformación que (tras desintegrar las apariencias convencionales que procuran al creyente mediocre una falsa estabilidad de índole emocional), permita místicamente reintegrarse al hombre en el interior, tal y como nos ha enseñado nuestra mística Santa Teresa de Ávila a través de sus imágenes de las siete moradas del castillo interior.
 
No nos autoengañemos ni con el acerbo ni con el almibarado lenguaje del místico que, por descontado, nunca nos quiere engañar: la experiencia tremenda de quien con audacia filosófica o religiosa se atreve a quedarse solo, para buscar la verdad, termina por conducirlo a  Dios (por mucho que el buscador no reconozca su nombre). La mística puede prescindir de las músicas celestiales acostumbradas en la palabrería sobre Dios (musicas "celestiales" que son "terrenales, demasiado terrenales"), la mística puede despreciar el sermón empalagoso y, hasta en tiempos como los nuestros, a la mística le ha de repugnar toda esa retórica sociologizante del sentimental beaterío, pero lo que nunca faltará en la mística es la experiencia dolorosa y purgante que lleva a la muerte del "hombre viejo" para dar a luz al "hombre nuevo". Así, a manera de muerte iniciática, la ascesis propicia una renacencia íntima. Se cumple inflexiblemente la sentencia de San Agustín de Hipona:

"Noli foras ire, in te ipsum redi, in interiore homine habitat veritas, et si tuam naturam mutabilem inveneris, trascende et te ipsum" 
 
"¡No vayas afuera, entra dentro de ti mismo, en el interior del hombre habita la verdad! ¡Y si encuentras tu naturaleza mutable, trasciéndete a ti mismo!"

Lo mismo que sin religión no puede haber cultura, tampoco puede accederse al ápice místico sin pasar por el purificador fuego del solitario.



BIBLIOGRAFÍA:

Peters, H. F., "Lou Andreas-Salomé. Mi hermana, mi esposa. Una biografía".

Obra completa de F. W. Nietzsche, especialmente:

Nietzsche, F. W., "La gaya ciencia".

Nietzsche, F. W., "Así habló Zaratustra".

Nietzsche, F. W., "Ditirambos de Dionisos".

Nietzsche, F. W., "Ecce Homo".

Jung, C. G., "Psichologia e Alchimia".

 

lunes, 24 de agosto de 2015

DE LA HIDALGUÍA COMO EMBRIÓN DEL FUTURO

Caballero de la mano en el pecho, El Greco: imagen de wikimedia
 
 
 
LA RENACENCIA POR LAS OBRAS
 
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
 
 
"Respondit Iesus et dixit ei: Amen, amen dico tibi, nisi quis renatus fuerit denuo, non potest videre regnum Dei".
 
"Respondió Jesús: en verdad, en verdad te digo que quien no naciere de nuevo no podrá entrar en el reino de Dios".
 
(Juan 3, 5)
 
 
No es insólito que en épocas oscuras, cuando los viles se imponen con su confusión y chabacanería, la nostalgia del orden tradicional fulgure aquí y allí todavía. Encontramos hoy este fenómeno en todos aquellos (no son pocos) que se interesan por la genealogía y la heráldica, por poco profesionalizada que esté su curiosidad. Existe toda una industria que genera la ilusión de que cualquiera puede tener escudo nobiliario, mientras alimenta la no menos ilusa idea de hacer concebir al ingenuo que, por el simple hecho de tener el mismo apellido que tuvieron ilustres personalidades pretéritas, se pueda arrogar estar éste emparentado con aquellos: es algo que ocurre entre el vulgo menos informado, pero no por ello deja de ser un síntoma de esa nostalgia por algo que todavía resplandece, incluso en las democracias más hostiles desde su fundación a todo lo aristocrático, así ocurre hoy en Estados Unidos de Norteamérica. Los aristócratas más puntillosos se estremecerían ante este fenómeno generalizado que amenaza con democratizar la sangre azul que otrora fue privilegio, siendo hoy una carga fiscal; pero el hecho es que hubo una España en que era posible acceder a la hidalguía, llegó a haber "hidalgos de bragueta" y, en Euskalherría sin ir más lejos, la hidalguía era universal.
 
 
EJEMPLARIDAD Y CONTINUIDAD
 
 
Alfonso García Valdecasas, en aquel precioso ensayo titulado "El hidalgo y el honor", afirmaba que: "La ejemplaridad y la continuidad eran los dos secretos que el lenguaje heráldico quería figurar. Ese lenguaje, repito, lo hemos olvidado. Pero los principios que expresaba han de importarnos hoy, mañana y siempre. Pues, en definitiva, ejemplo y tradición es lo que hace posible que haya progreso en la historia humana".
 
La sociedad moderna se caracteriza por haber hecho ímprobos esfuerzos por suprimir hasta el último vestigio de "ejemplaridad" y "continuidad", suplantando la ejemplaridad por la sobrevalorada espontaneidad (tantas veces destructiva), mientras simultáneamente se suplanta la "continuidad" por la no menos sobrevalorada "discontinuidad" (revolucionaria).
 
Esto puede verse en el arte, campo en el que, en vez de seguir el ejemplo de los clásicos (sin que ello signifique copiarlos), se apostó desde las vanguardias por la "espontaneidad"; en la misma enseñanza se han ido imponiendo modelos pedagógicos que abogan por la espontaneidad (la "creatividad" del alumno, dicen) y hasta se encuentran preocupantes rasgos de esto en la misma religión que parece haber arrinconado el género hagiográfico, para dar lugar a accesos de supuesta "originalidad" de la experiencia religiosa, confundiendo sentimentalismo y emociones con mística; digamos que el género de las vidas de santos cumplía antaño una función realmente eficaz, mostrando a los fieles que el seguimiento de Cristo, su imitación, era posible a hombres y mujeres tan defectuosos como cada uno de nosotros.
 
En cuanto a la "continuidad" hay que decir que toda mentalidad revolucionaria alimenta una animadversión irracional contra la continuidad de lo que precede a la revolución, puesto que el pretexto para instaurarse es la ruptura con el pasado, en virtud de la falsa idea de la necesidad de destruir el orden anterior (el Antiguo Régimen, p. ej.) para dar lugar a otro nuevo, alumbrando así un mundo nuevo (que presuntuosa y presumiblemente será mejor que el antiguo). Hasta las más diversas teorías de la naturaleza han sufrido el efecto de las revoluciones políticas y sociales. Si Georges Cuvier (1769-1832) no hubiera vivido la revolución francesa, ¿hubiera postulado su teoría del catastrofismo geológico? La revolución, más o menos cruenta, impone un calendario propio: baste recordar los esfuerzos de los revolucionarios franceses por sustituir nuestros meses por sus Fructuarios, Vendimiarios, etcétera. La revolución intenta cancelar un tiempo que censura como viejo y caduco, para imponer un tiempo nuevo que, si renuncia a la continuidad con lo anterior, aspira a crear su propia continuidad.
 
El mito revolucionario se alimenta de la discontinuidad rupturista contra la continuidad tradicional y de la presunta creatividad contra la ejemplaridad de los modelos anteriores. Pero, sin embargo, es tal la fuerza que ejerce sobre los pueblos la reminiscencia del orden tradicional (ejemplaridad y continuidad) que, pese a todas las revoluciones y sus estragos, basta que un grupo humano conserve, custodie y defienda la tradición para que ésta no desaparezca del todo incluso en el peor de los escenarios. A veces, este gran servicio a la comunidad, tiene que recurrir al secreto, como bien lo advertía Mircea Eliade, que sabía bastante bien de lo que hablaba por experiencia propia: "La segunda razón del esfuerzo del secreto es más bien de orden histórico: el mundo cambia, aun entre los "primitivos", y ciertas tradiciones ancestrales corre el riesgo de alterarse; para evitar el deterioro, las doctrinas están de más en más selladas con el secreto. Es el fenómeno muy conocido de la ocultación de una doctrina cuando la sociedad que la conservaba se encuentra en vías de transformarse radicalmente". Y si no es en el secreto, estos grupos trabajarán -en las épocas oscuras cuando imperan las fuerzas destructivas de la revolución- en los márgenes de la oficialidad hegemónica, como lo hicieron los mozárabes de San Eulogio en la Córdoba ocupada.
 
LA HIDALGUÍA ESPAÑOLA
 
Hubo un tiempo en España en que no había joven intelectual que no tuviera en su cuarto de estudio una reproducción de "El Caballero de la mano en el pecho" de El Greco. Era el icono de uno de los motivos fundamentales más caros a la tradición hispánica: la hidalguía. Más arriba me he referido al ensayo de Alfonso García Valdecasas, "El hidalgo y el honor", tan recomendable como texto propedéutico a lo que aquí nos proponemos.
 
En la hidalguía se concentra uno de los modelos humanos más hispánicos de cuantos podemos ofrecer para contrarrestar la desorientación producida por la revolución que padecemos, elevando la "ejemplaridad" y la "continuidad" contra las hostiles, falsas y destructivas "creatividades" y "discontinuidades" revolucionarias. Se requeriría, por lo tanto, una noción de lo que ha sido la "hidalguía" para España. Y para quien pretenda acercarse al asunto digamos que la hidalguía lo ha sido casi todo: ha sido prácticamente el elemento que restauró colectivamente nuestra nación, tras la pérdida de España en el aciago año 711. El gran problema que presenta la hidalguía es de carácter óptico: expliquémonos, cuando hablamos de "hidalguía" y de "hidalgos" lo primero a lo que vamos es a la época en que ya decaían. Y es entonces que, cuando emprendemos la tarea de figurarnos al hidalgo, nos encontramos con el más famoso de cuantos registra la literatura universal: ese D. Quijote de la Mancha que, muchas veces se nos olvida, dejó de ser hidalgo para recrearse a sí mismo como caballero andante, en toda su grandeza y en toda la ridiculez que transmite Cervantes. O aquel hidalgo que Cadalso nos presenta en sus "Cartas Marruecas", paseándose por la calle para regodearse en la piedra armera que ostentaba los blasones de su fachada. Y eso, claro que sí, es hidalguía, pero no es la hidalguía auroral, sino la crepuscular. Y no puede ser esa la hidalguía que quepa reclamar, puesto que es triste sombra de lo que fue; pudiérase decir que, para el tiempo de los hidalgos de triste figura, la hidalguía agonizaba presta a desaparecer.
 
El hidalgo era, como todo el mundo debe saber, el que ocupaba el rango más bajo de la nobleza hispánica. Alfonso X el Sabio los definía como: "fijos de bien, porque fueron escogidos de buenos logares et algo, que quiere tanto dezir en lenguaje de España como "bien"...". Sus características en la Edad Media eran ser "hombre libre" y "exento por linaje" de pagar impuestos (pechos), lo que lo distinguía de los pecheros.
 
Cuando se ha ensayado la genealogía de este grupo social hispánico se ha especulado con diversas teorías, siendo la más desatinada y extravagante la que ofrece Américo Castro. Éste, en su obsesión por islamizar toda nuestra tradición hispánica (o en su defecto, judaizarla), vino a afirmar, contra toda evidencia incluso filológica, que "En suma, fijo d'algo es adaptación de una expresión árabe [...] es hipótesis la correspondencia de fijo d'algo con ibn al-joms, pero no lo es que fijo d'algo lingüística e institucionalmente sea una incrustación más del Islam". Lo que tendrá que ver "ibn al-joms" con "hijo de algo" es un misterio insondable que solo encontraría explicación en los delirios de Américo Castro. 

A la hora de tratar el término de "infanzón" (éste vocablo, según la época, equivalía al de hidalgo y estaba más extendido entre navarros y aragoneses), Américo Castro sostiene que la palabra "infante" (de donde "infanzón") tuvo que ser "introducido por mozárabes cultos, que tendían a mantener el latinismo como medida defensiva y distintiva". Como suele pasar con todas las alucinaciones de Américo Castro, los estudios históricos más solventes prueban todo lo contrario.
 
 
Don Claudio Sánchez-Albornoz

 
D. Claudio Sánchez-Albornoz que sí estudió científicamente las peculiaridades del embrión de nuestra reconquista muestra que, en su origen, el reino astur-leonés estaba organizado en una estructura social que presidía la realeza, secundada por un reducido número de "comites" e "imperantes", a los que seguían "los infanzones, llamados también filli benenatorum. Estaban exentos de tributos; gozaban de un wergeld* o valor penal de 500 sueldos y de algunos privilegios procesales que les diferenciaban del común del pueblo; podían poblar sus tierras con gentes allegadizas; recibían prestimonios o soldadas con cargo al servicio de guerra y llegaron a adquirir inmunidad en sus casas. Habían heredado el status jurídico y fiscal que los filii primatum habían adquirido en los últimos tiempos de la monarquía visigoda y lo habían ampliado".
 
Tanto el término "infanzón" al que derivó la expresión latina "filii benenatorum" (hijos de los bien nacidos, literalmente), como el de "hijodalgo", muestra filológicamente que ambos términos son derivados hispánicos del latín, sin que ninguno de los dos tenga nada que ver con las especulaciones arabizantes de Américo Castro. Estos infanzones, precisa Sánchez-Albornoz, serían los legítimos sucesores del rol que habían desempeñado los "filii primatum" de los postreros visigodos. Y fueron, como demuestra Sánchez-Albornoz, los protagonistas de la mayor empresa de nuestra reconquista: la del repoblamiento de los territorios reconquistados. Y estas gentes que poblaron los territorios fronterizos eran soldados-campesinos que, poco a poco, fueron reconocidos por la fuerza de los hechos, por la imperiosa necesidad que había de ellos, por el valiosísimo servicio que prestaban, gozando de los derechos de los nobles, con su exención tributaria, su wergeld de 500 sueldos, la plenitud de derechos penales y procesales, la posibilidad de poblar sus heredades con advenientes y escotas libres de toda relación señorial y con autorización para entrar a su vez en vasallaje de un señor. "Gozaban -dice el eximio historiador- de los derechos de los nobles pero no se confundían con ellos". En todo tenemos aquí pintados a los hidalgos originales: "La nobleza hispana -añade Sánchez-Albornoz- de los siglos cruciales de nuestra historia procedía así en gran parte de esos hombres libres que, en el siglo IX, nacieron en el valle del Duero".
 
Como puede verse, estamos ante el macizo de la raza que hizo España, la masa de los antepasados que le darán el tono predominante a la raza parda: un brillo que todavía sigue fulgurando, a través de los siglos, en la oscuridad imperante.
 
Por más que su esplendor auroral se haya cubierto por la costra, ese sector de hombres libres, "hijos de los bien nacidos", "hijos de algo", "hijosdalgo", "hidalgos" (fidalgos en Portugal) fueron los que reconquistaron con sus brazos nuestra tierra, los que la conservaron y custodiaron en la dura vida de frontera, expuesta siempre a las acometidas del enemigo extranjero invasor, cuyos reductos ocupados confinaban con nuestras lindes. Conforme se ganaba territorio y mientras había enemigos se mantuvieron fuertes, manteniendo privilegios, pero con la completa reintegración de España era de esperar que este estamento languideciera y, siendo el más bajo de la nobleza, fuese perdiendo prestigio y correlativamente derechos: veremos a los hidalgos pleiteando en las Chancillerías, para hacerse reconocer en las villas en que se instalan, reacias siempre a librar de impuestos a la vecindad, los veremos pobres, disimulando sus penurias, en "El Lazarillo" o los veremos en "El Buscón" formando cofradías de socorro y ayuda mutua: es una casta que va desdibujándose y que a duras penas llega al siglo XIX, habiendo sido severamente perjudicada por las reformas ilustradas.
 
Pero la hidalguía siempre ejercerá una fascinación en el español. No sólo son los blasones que transmiten la "ejemplaridad" de unos antepasados, tantas veces truncada en su continuidad por descendientes indignos. Está incrustada en el inconsciente colectivo de España, sigue alentando en el ideal del español de todos los tiempos, aunque en nuestra época no puede extrañarnos que ello sea en todo lo peor. Ahí tenemos a los "aforados" actuales como ejemplo de grupo privilegiado que, en 2014, ascendían a unos 17.621 (2000 de ellos políticos). Una mentalidad tradicional no está contra los privilegios, siempre y cuando a esos derechos les correspondan unas obligaciones; pero hoy pasa que a los derechos que algunos ostentan no parece que les correspondan unas obligaciones proporcionadas. Por supuesto que estos aforados de hoy poco tienen de hidalgos, ni siquiera con los decrépitos hidalgos crepusculares que, en su miseria, todavía tenían honor y nada podríamos encontrar que asemeje a estos "aforados" de hoy con aquellos recios hidalgos aurorales.
 
Decía Huarte de San Juan, en su magnífico "Examen de ingenios" que: "La república hace también hidalgos; porque, en saliendo un hombre valeroso, de grande virtud y rico, no le osa empadronar, pareciéndoles que es desacato y que merece por su persona vivir en libertad y no igualarle con la gente plebeya. Esta estimación, pasando a los hijos y nietos, se va haciendo nobleza".
 
Reflexionando sobre la genealogía de esta particularidad hispánica, Huarte de San Juan venía a decirnos que: "El español que inventó este nombre, hijodalgo, dio bien en entender la doctrina que hemos traído. Porque, según su opinión, tienen los hombres dos géneros de nacimiento: el uno es natural, en el cual todos son iguales, y el otro, espiritual. Cuando el hombre hace algún hecho heroico o alguna extraña virtud y hazaña, entonces nace de nuevo, y cobra otros mejores padres, y pierde el ser que antes tenía; ayer se llamaba hijo de Pedro y nieto de Sancho; ahora se llama hijo de sus obras (de donde tuvo su origen el refrán castellano que dice "cada uno es hijo de sus obras. Y porque las buenas y virtuosas [obras] llama la divina Escritura "algo", y a los vicios y pecados "nada", compuso este nombre, hijosdalgo; que querrá decir ahora:"Descendiente del que hizo alguna extraña virtud por donde mereció ser premiado del rey o de la república, él y todos sus descendientes para siempre jamás". La ley de la Partida dice que hijodalgo quiere decir hijo de bienes. Y si entiende de bienes temporales, no tiene razón; porque hay infinitos hijosdalgo pobres, e infinitos ricos que no son hijosdalgo. Pero si quiere decir hijo de bienes que llamamos virtudes, tiene la mesma significación que dijimos".

UNA RENACENCIA POR LAS OBRAS
 
Huarte de San Juan reconoce dos hidalguías: la heredada que viene de los ancestros que la cobraron y la que puede adquirirse por uno mismo mediante las obras. En ello están al unísono todos nuestros más grandes clásicos, recuérdese aquella cervántica frase: "Cada cual es hijo de sus obras". La nobleza adquirida es fuente de obligaciones, no sólo de derechos: y esto lo comprende cualquiera, siendo la primera obligación comportarse cual "hijo de algo" y no "hijo de ninguno". Bien nos lo recordaba García Valdecasas: "El tener ascendientes nobles no es más que una causa de obligación. Cada cual, por consiguiente, tiene que ser hijo de sus propias obras y justificarse por ellas. En el "Victorial", al que no hacía obras dignas de su estado y progenitores, se le llama "hijo de ninguno"." Huarte de San Juan, en sintonía con el "Victorial", alega que: "Todo el tiempo que el hombre no hace algún hecho heroico se llama, en esta significación, hijo de nada, aunque por sus antepasados tenga nombre de hijodalgo".
 
Muy interesante nos parece que Huarte de San Juan recurra a esa explicación diríamos que mística del "segundo nacimiento", incluso trae para justificarla el pasaje del Evangelio de San Juan, cuando Nicodemo acude a Cristo perplejo por algunas frases y Cristo le recuerda que es necesario un "segundo nacimiento". Obviamente, en el pasaje evangélico, Cristo se está refiriendo al bautismo y Huarte de San Juan, más que de un segundo nacimiento nos estaría, propiamente hablando, de un tercer nacimiento.

Habría por lo tanto como tres nacimientos:
 
-El nacimiento natural, por el cual todos somos iguales, hijos de Adán y Eva -decía Fernando de Rojas en "La Celestina".
 
-El nacimiento espiritual que, por las aguas del bautismo, nos hace renacidos en Cristo: "renatos".
 
-Y una suerte de tercer nacimiento que es el que procura el hombre por sus obras dado que, a la postre y muy español esto: "Obras son amores y no buenas razones".
 
Es imposible olvidar que este prestigio de las obras está en consonancia con el espíritu del Concilio de Trento que fue hechura de teólogos españoles, hijos de algo por su abolengo y, en su defecto, por sus obras.
 
Se advierte en todo ello que esta doctrina de la hidalguía, sustentada en nuestra mejor literatura, lleva aparejada a ella unas potencialidades inéditas de despliegue vital, de realización personal, familiar y social, eminentemente movilizadoras, frente a esa percepción anquilosada, pasiva e inoperante de una "hidalguía" decrépita que se autosatisface con un pasado momificado en árboles genealógicos y escudos heráldicos, frente a esa hidalguía que se preocupa de lo superficial y accesorio, ajena a la realidad y bien olvidada de que el aristócrata, cuando lo vale, no lo es sólo aristócrata por su esclarecido linaje, sino por las hazañas y  proezas que está llamado a hacer. No estamos ante un producto ideológico, sino ante un ideal de excelencia humana, siempre beneficioso a cualquier sociedad. Pero, ¿podría este ideal volverse a poner en pie?
 
Es bastante difícil que a día de hoy, cuando lo que se protege son conductas incluso delictivas y criminales, cuando se premia desproporcionadamente aptitudes que poco redundan en la defensa y el bien efectivos de la sociedad (pensemos simplemente en los sueldos de los futbolistas), podamos hacernos ilusiones de que el Estado en su actual configuración, valedor del estado de cosas vigente, venga a conceder un estatuto ventajoso a cuantos son descendientes de hidalgos dignos de tales o a cuantos merecerían en épocas más felices el honor de ser hidalgos. Pero sí que cabe que ciertas instituciones más o menos veteranas extiendan públicamente la condición de hidalguía a los hombres y mujeres dignos de merecerla por sus obras y esto se puede hacer, se está haciendo, aunque el bien no gaste las estentóreas estridencias que el mal gasta.
 
En esa línea sí que cabe el tercer nacimiento: el renacer como hidalgos. Y a esta tarea debieran emplearse cuantas organizaciones legales se apliquen a la reconstrucción de una sociedad devastada por la imposición revolucionaria que erige la discontinuidad y las más estrafalarias y falsarias "originalidades" como mecanismos destructores de todo lo que hace a una sociedad sana y bien ordenada: la ejemplaridad y la continuidad de lo que merece continuarse. Y, en muchos casos, reanudarse.


BIBLIOGRAFÍA

García Valdecasas, Alfonso, "El hidalgo y el honor".

Castro, Américo, "España en su historia. Cristianos, moros y judíos".

Sánchez-Albornoz, Claudio, "Sobre la libertad humana en el reino asturleonés hace mil años".

Sánchez-Albornoz, Claudio, "Orígenes de la Nación Española: el Reino de Asturias".

Huarte de San Juan, Juan, "Examen de ingenios para las ciencias".

Caro Baroja, Julio, "Lope de Aguirre, 'traidor'".

Maeztu, Ramiro de, "Defensa de la hispanidad".

García Morente, Manuel, "Idea de la hispanidad".

Nota:

Wergeld (también "weregild", "wergild", "weregeld") era una modalidad de compensar al damnificado que tuviera ese derecho mediante pago, en reparación por cualquier crimen. Era lo que en nuestros archivos se decía "hidalgo de devengar 500 sueldos". 

viernes, 21 de agosto de 2015

GRAN GUERRA, GRAN TRAGEDIA

Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor


Como el gran escritor francés León Bloy, cuando quiero enterarme de las últimas noticias, leo el Apocalipsis; y como él, ya sólo espero al Espíritu Santo y a los cosacos. Aunque no concuerdo con sus apreciaciones sobre la Primera Guerra Mundial.

Pienso que, hoy en día, Rusia, aunque tenga terribles problemas, es la única que tiene fuerza. O al menos, la única que quiere vivir. Europa está podrida. Y España, mi querida España, está llegando a unos niveles de bajeza inusitados. La auto-destrucción, la endofobia… España, esta España a la que tanto quiero y a la que tanto debo da asquito a sí misma.

Con todo, me planteo la génesis del desastre actual y lo que está por venir: La Revolución, por supuesto, aquella que partiendo de Estados Unidos y Francia, tantos millares de muertos ha dejado por entrambos continentes y luego otros colaterales… La Revolución que llevaba en su código genético la pérdida del principio de autoridad tan valorado por San Pablo, que definitivamente se dio a principios del siglo XX. Porque hasta entonces, hubo mucha reticencia. Pero tras la Gran Guerra del 1914 al 1918, toda idea de autoridad monárquica, por más corrompida que estuviera de Alemania a Rusia, acabó desapareciendo. Y ni los Habsburgo ni los Romanov querían la guerra, y de hecho, la evitaron hasta último momento.

Y luego, florecieron los nacionalismos, las divisiones, las mediocridades…. Toda una oleada republicana patrocinada por el mentado imperialismo angloamericano. Esa “autodeterminación” que propagaron los yanquis, curiosamente, quienes más se lo han pasado por el forro, y quienes aprovecharon el percal, con sus papaítos ingleses, para agrandar sus colonias.

 Se perdió lo poco bueno que quedaba del mundo viejo y se consagró todo lo malo del mundo nuevo. Y en Francia, la idea monárquica, si bien presente en una élite patriótica combativa, era más idea que realidad propiamente dicha.

Se perdió la autoridad. Se fue perdiendo la fe. Se perdió la belleza, el sentido común la tradición... La maldita revolución industrial ya asomaba lo que iba a ser esta maldita revolución financiera que hoy padecemos. Ya no cuenta el mérito, el trabajo, el sacrificio... Ya no cuenta nada. Ya no hay nada. Los españoles, emigrando por necesidad. Europa está mal. Y amén de hambre, nos morimos de asco, porque ya no hay caballeros ni batallas. Estamos ante la nada. En la misma iglesia esto ha roto todos los esquemas, en especial desde el Concilio Vaticano II. Muchos curas han sido los peores enemigos del catolicismo, y muchos parecen seguir empeñados en eso. No sólo no han acercado la iglesia al pueblo desterrando la tradición y el magisterio, sino que han utilizado todo para estar cerca del poder que más le ha convenido, unos a la derecha y otros a la izquierda. Otra vez liberales y marxistas entendiéndose, pero en la propia Iglesia. Y se sigue con el complejo de inferioridad ante los protestantes, los mismos que dividieron y ensangrentaron Europa, los que nos trajeron el determinismo, la destrucción de la liturgia, el culto al dinero; los que se aliaron con lo peor del judaísmo, dándole alas políticas y económicas sobre todo desde Inglaterra y Holanda.

En fin, no hemos sabido combatir todo este dilatado proceso, y lo que hoy padecemos, por desgracia, en muy buena medida nos lo merecemos.


La Gran Guerra fue la gran tragedia. Mejor dicho: La consumación de la tragedia. Vivimos la resaca de una tremenda borrachera. Ya es hora de que durmamos la mona y de que despertemos como Dios manda. 

miércoles, 19 de agosto de 2015

ENTREVISTA A LA ASOCIACIÓN XERUTA

Imagen de xeruta.blogspot.com


¡Exclusiva! Uno de nuestros fundadores, el historiador y escritor Antonio Moreno Ruiz, entrevista a la Asociación Xeruta, cuyo trabajo por reivindicar la influencia y presencia hispánica en el norte de África es más que encomiable. Pasen y vean:


Raigambre - ¿Cuándo se formó la Asociación Xeruta?


Xeruta - Formalmente hace unos tres años pero los mismos amigos que  la componemos actualmente ya veníamos haciendo cosas juntos—principalmente salidas al campo y viajes por encargo—desde bastante tiempo atrás.


Raigambre - ¿Cuáles son vuestros ideales y objetivos?

Xeruta - La recuperación de la memoria histórica —en sentido estricto, sin ningún sesgo político—en la parte que nos es más cercana, que es la presencia española en el norte de África, ese se podría decir que es nuestro objetivo principal. También nos interesan el resto de los periodos históricos del ámbito geográfico donde nos movemos, que es el noroeste de África.  Como ideales, el amor a la historia y la tradiciones en general y de  España y Marruecos en particular.


Raigambre - ¿Cuál es vuestro radio de acción?

Xeruta - Plazas españolas de África, Marruecos y Sáhara Occidental.


Raigambre - ¿Tenéis algún apoyo de alguna institución?

Xeruta - Económicamente no. Nos financiamos de las cuotas de los socios y de los viajes conmemorativos que organizamos, tanto por iniciativa nuestra como por encargo. En este sentido quiero decir que nuestra relación con las distintas unidades de la Comandancia General de Ceuta es magnífica, colaborando con ellos en todo lo que nos es posible para la organización de viajes y conmemoración de hechos históricos.


Raigambre -  Normalmente se habla de la influencia moruna en España de una forma muy exagerada; sin embargo, nada se sabe de la influencia hispánica en el norte de África. Por supuesto, en los planes de estudio no aparece nada, y hay datos elementales que se desconocen. ¿Qué os parece? ¿A qué creéis que se debe? ¿Existe una leyenda negra al respecto?


Xeruta - Ahora se ha puesto de moda todo ese mundo exótico del Marruecos español pero de forma trivial. Políticamente no interesa profundizar en la historia y sí que es cierto que el régimen político actual ha tratado de vincular, por ejemplo, el Protectorado de España en Marruecos con unas supuestas ansias de neoimperialismo del estamento militar, la muerte de miles de españoles en el Rif, con la guerra civil o con el régimen franquista, todo ello con unas consecuencias siempre nefastas para España. No se dice sin embargo que tras siglos de conflictos armados de mayor o menor intensidad entre España y Marruecos, —un goteo constante de muertos en las fronteras de las plazas de soberanía españolas  desde su constitución como bases  para frenar los ataques norteafricanos y turcos a la Peninsula—el mayor periodo de paz fue, precisamente, durante el Protectorado, tras la última gran guerra de África que acabó en el 27.






Raigambre - ¿Existe buen recuerdo de España por partes de las gentes que conocieron o que tienen información de la época de Protectorado? Por ejemplo tenemos entendido que hace años, durante una revuelta, hubo algunos ifneños que sacaron banderas españolas como señal de protesta. ¿Queda hispanofilia por SidiIfni y el Sáhara?

Xeruta - No sólo en Ifni y el Sáhara, en todo Marruecos. La colonización española fue muy diferente a la francesa. Entre los historiadores marroquíes, por ejemplo, hay unanimidad en reconocer que, tras la II Guerra Mundial con el auge del nacionalismo marroquí, los marroquíes gozaban de mayores libertades políticas, paradójicamente, en la zona del “fascista” régimen español que en la zona de la  “democrática” República Francesa.


Raigambre - Observamos que, paradójicamente a lo que algunos puedan pensar, en Ceuta y Melilla existe una muy fuerte conciencia de orgullo por la españolidad. ¿Es así?

Xeruta - Así es. Tanto Ceuta como Melilla deben su ser como ciudades españolas al apoyo durante siglos de toda la Nación Española. De no ser por este apoyo en forma no solo de unidades militares cuando fueron precisas, sino de ayuda económica permanente, la presión constante a la que llevan sometidas durante siglos las habrían hecho caer y eso su población lo tiene muy presente.


Raigambre - ¿Qué os parece la obra del pintor Augusto Ferrer-Dalmau sobre los regulares en particular y el ejército español en general?

Xeruta - Nuestra asociación posee la distinción de “Regular de Honor” por lo tanto todo lo que toca al Ejercíto en general y a su unidad más laureada en particular lo sentimos como propio. Augusto Ferrer Dalmau se caracteriza por ser un excepcional pintor que focaliza su arte en episodios--a veces heroicos, a veces cotidianos—de la historia de  nuestros ejércitos. Además de una magnifica documentación, sabe reflejar de una forma increíble el espíritu de la escena que representa. Lo que se echa de menos es que, en otros campos como el cine, la música o la literatura, no haya más artistas que aprovechen el extraordinario filón que es la historia de España.





Raigambre - Carta blanca:

Xeruta - Animamos  a todo el mundo a interesarse por la historia de nuestra gran nación. En internet hay muchos foros y páginas que pueden interesarles antes de lanzarse a comprar libros y decidirse sobre una época determinada para empezar a descubrir este mundo extraordinario que es nuestro pasado. Aquí en Ceuta, la Asociación Xeruta está siempre a su disposición para echarles una mano orientándoles o guiándoles sobre el terreno si se deciden a visitar los escenarios históricos in situ.



Para conocer más sobre la Asociación Xeruta:

XERUTA Hispaniafrica Ceuta



Xeruta (Facebook)

lunes, 17 de agosto de 2015

EL MARABÚ Y LA DJEMÂA

Joaquim Pedro de Oliveira Martins
Imagen de maltez.info



Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor



Decía Adolf Schulten, aquel arqueólogo germánico enamorado de Tartessos, que en España pervive extraordinariamente lo arcaico. De lo arcaico en adelante se ocupó mucho Oliveira Martins, eminente polígrafo portugués, a quien tengo en estima como uno de mis historiadores de referencia. ¿Quién es capaz de dibujar historiografía en prosa poética? Pues nuestro caro lusitano, que fue definido como el historiador más artista de la península desde Menéndez Pelayo a Unamuno. História da Civilização Ibérica es un libro auténticamente delicioso. En unas doscientas cincuenta y dos páginas, Oliveira Martins nos sumerge en la historia peninsular, desde la antigüedad más remota hasta el siglo XIX que le tocó vivir. Con respecto a los iberos aporta datos curiosos, estableciendo dos figuras “histórico-étnicas” principales (amén de similitudes craneales): El marabú y la djemâa. El marabú en tanto y en cuanto a la figura del “príncipe guerrero-sacerdotal cercano al pueblo”, alejado de los “reyes-divinidades lejanas” que se van a dar en otra amplia gama de culturas.

Dice Oliveira Martins que cuando los hijos de Hispania se han visto presa de la desorganización, han acudido a sus tradiciones indígenas más primigenias cual arcano sublime, tal y como en el Medioevo nobles y plebeyos dejaban claro al monarca en las cortes de Aragón sus deberes. ¿Qué diremos del castellano “nadie es más que nadie”? Y ahí entraría la djemâa como “núcleo poblacional-político”, como germen del municipalismo más celoso. Si a esto añadimos características como una  alta conciencia de libertad, una mentalidad autárquica, el culto a los antepasados o el amor irrefrenable por la lengua materna, así como el tipo de agricultura y organización socioeconómica y militar, veremos que Oliveira Martins no era un acróbata romántico, sino un buscador perspicaz y transparente que situaba estas características primordiales en el norte de África, la península ibérica y algunos puntos de la península italiana.

Comprendemos que Oliveira Martins escribía en el XIX y se hacía eco de corrientes muy de su época, y hoy es más que discutible que sea irrefutable un origen norteafricano de los iberos, así como sabemos que los bereberes no proceden del tronco cultural semítico; de hecho, estos paralelismos no se van a dar en las culturas semitas. Empero, resultan esclarecedoramente fulgurantes estas evidentes reminiscencias en distintos planos, que también se verán a posteriori en la difusión del cristianismo: El paleógrafo Bischoff avistó el influjo norteafricano en la liturgia, ¿y qué decir de la influencia de San Agustín de Hipona y Cipriano de Cartago?

Los pueblos hispánicos, viendo como tantos otros pueblos del mundo en su solar el paso de distintas oleadas, han conservado ese sustrato tan arcaico como libre que Schulten y Oliveira Martins supieron ver y defender. No nos extrañe que sean prácticamente idénticas las descripciones grecolatinas sobre los celtíberos y el pavor de la Grande Armée bonapartista ante los guerrilleros españoles. La guerrilla es otra gran figura característico-atávica para Oliveira Martins. Asimismo, no nos extrañe que romanos y árabes harto coincidan en sus descripciones sobre los bereberes. Empero, los pueblos berberiscos, aun singulares, han perdido mucho de su esencia y libertad. Su tierra se vio invadida por el alfanje mahometano, alfanje que sangró al pueblo bereber para que éste luego se desangrara en la conquista de Hispania, cuando la minoritaria élite arábiga acabó desplazándolo. Fue el bereber el que ya en el siglo VIII se lanzó a luchar contra el árabe y provocó el temprano desquiciamiento de Al Andalus. Hasta en esto desbarran los alandalusistas, seguidores apocados de Américo Castro y Blas Infante. El mundo andalusí no fue ni por asomo “homogéneo árabe”, y se olvidan que fue un estado esclavista. En ciertos momentos algunos andalusíes quisieron aliñar lo bereber y lo indígena, que era el grueso popular, y fracasaron, pues el islamismo, “religión ideológica“ del kismet fatalista, asimila mal y digiere peor la realidad y la variedad; en Al Andalus se encontraron los omeyas y samiyyun sirios, los almorávides y los almohades, los esclavos y guardias eslavones, los esclavos negros... Mas sin nexos claros, sin identidad raigal. Así, los pueblos ibéricos, levantiscos, tozudos y en no pocas ocasiones peleados entre sí, viendo su esencia y rescatando su ideal patrio al calor de la santa cruz que en comunión con la añoranza del reino visigodo de Toledo les había dado tan sacro testigo; sacaron a relucir su nativo genio en las ocasiones más dificultosas: Ben Hafsun o el Cid Campeador por ejemplo. ¿Veremos aquí parecidos razonables desde lo iberocelta a lo amazigh? Es posible. La palabra “jinete” es de origen bereber, y el Inca Garcilaso nos recuerda que su tierra se conquistó a la gineta.

Los pueblos berberiscos, acaso antepasados de los nativos de las Islas Canarias, siguen desde Marruecos a los lindes egipcios sojuzgados, cuasi escondidos en áreas recónditas, llamados “bárbaros” por los árabes. Y hemos aquí que aquí no pían aquellos próceres del “anticolonialismo tercermundista”, cuando la realidad es que los nativos del África septentrional siguen invadidos y colonizados, pero no esperemos que el chavismo y adláteres suelten alharacas por ello. Nos hablan con Antonio Gala e Isabel Gemio de un "islam abierto", pero lo cierto es que el islam se cierra en banda hasta contra los pueblos que le dan fe.

Con todo, urge que ante tanto falso, subvencionado, maniqueo, ridículo y estridente paraíso andalusí, rescatemos nuestro genio nativo, moldeado en la lengua y el derecho de Roma, el empuje visigodo y en la fe que mueve montañas.

martes, 11 de agosto de 2015

SOBRE UN ARTÍCULO DE FRANCISCO CANALS VIDAL

Francisco Canals Vidal

LAS CLAVES DE LOS NACIONALISMOS CENTRÍFUGOS


Manuel Fernández Espinosa





 
Ayer teníamos la ocasión de leer un interesante artículo que era rescatado por SOMATEMPS de la hemeroteca, artículo titulado "Dostoyevski y los nacionalismos hispánicos" (ver enlace) y cuyo autor era D. Francisco Canals Vidal (1922-2009).
 
El autor es una de las eminencias de nuestro pensamiento del siglo XX y el artículo original veía la luz el jueves 22 de septiembre de 1983 en "La Vanguardia", siendo publicado ayer 10 de agosto de 2015 por SOMATEMPS. El artículo trata de ser una reflexión sobre el "misterio profundo" que subyace en los nacionalismos centrífugos, especialmente considerados el vasco y el catalán. Se muestra interesante cuando sondea el origen de ambos señalando el fondo atávico de un "tradicionalismo" ancestral, sin embargo su punto de partida nos parece más que discutible y lo vamos a poner en cuestión con el máximo respeto que nos merece D. Francisco Canals, por lo que será oportuno tener presente que su artículo se ajustaba a lo que era un artículo de opinión, lo que hace disculpable de antemano que no pudiera desarrollarse de un modo más exhaustivo. Dicho esto, vayamos al punto de partida con el que no estamos de acuerdo y trataremos de razonar nuestra discrepancia. 
 
"Mi reflexión -escribía Canals Vidal- parte de la manifiesta singularidad. extrañamente silenciada, de la historia de estos pueblos: secularmente aferrados a sus «leyes viejas» y a sus tradiciones y que vivieron más alejados que otros pueblos hispánicos de las corrientes culturales que han caracterizado a la Europa moderna: el Renacimiento, el racionalismo, la ilustración, el liberalismo de la Revolución francesa."
 
Vamos a verlo:
 
1º Canals comete el inveterado error de enfoque que más tarde será recurrentemente sostenido por la historiografía oficialista, a saber: que esa actitud de arraigo a las tradiciones que cuajó en el carlismo del siglo XIX fue algo así como exclusiva de los vascos y de los catalanes. Desde 1998 en que nos aplicamos a investigar el fenómeno del carlismo andaluz al hilo del caso de nuestro paisano D. Miguel Sancho Gómez Damas (5 de junio de 1785 - 11 de junio de 1864) lo que nuestra labor ha logrado es poner de manifiesto que el carlismo fue un fenómeno más extendido de lo que esta percepción tan localizada mantiene. Y a lo largo de muchos artículos en estos años hemos dejado constancia de que el carlismo no fue un fenómeno restringido a ciertas zonas septentrionales de España, sino que fue un fenómeno que afectó a la totalidad de España. No fueron las provincias vascongadas y Cataluña las únicas regiones carlistas, sino que Andalucía, Castilla, La Mancha, Extremadura, etcétera también tuvieron un fuerte arraigo carlista, por lo que la "singularidad" que nota D. Francisco Canals no puede pretenderse exclusiva de Euskalherría o Cataluña. Esto que decimos no deja de reconocer que el esfuerzo de guerra estuvo concentrado geográficamente en Cataluña y Euskalherría, con el conseguiente desgaste material y moral sobre las poblaciones que las habitaban. En nuestro artículo "Tribulaciones del carlismo en camino a su reintegración" lo decíamos: "Es cierto que, con el inicio de la Guerra de los Siete Años, los leales a Carlos María Isidro, por razones geográficas y militares, se concentrarían en ciertas zonas vasconas, catalanas y valencianas y en estas tierras el conflicto se recrudecería, suponiendo un altísimo coste en vidas y hacienas para las poblaciones autóctonas de esos territorios, los más afectados" (NIHIL OBSTAT, nº 24). Pero otra cosa es tomar la parte por el todo.
 
2º Sostiene Canals que Cataluña y Vascongadas son pueblos "que vivieron más alejados que otros pueblos hispánicos de las corrientes culturales que han caracterizado a la Europa moderna: el Renacimiento, el racionalismo, la ilustración, el liberalismo de la Revolución francesa." Si entendemos por pueblo exclusivamente a la población rural compuesta por campesinos, el baserritarra vasco o el payés catalán no estarían más alejados de las novedades que lo estaban un horticultor valenciano o un jornalero andaluz. En el siglo XVIII, cuando los ilustrados españoles querían imponer nuevos métodos en la agricultura peninsular, el refrán que cundía por toda España era uno la mar de expresivo:


"Ara hondo, cava profundo, echa basura
y cágate en los libros de agricultura". 


Si atendemos a las elites catalanas y vascas podríamos decir incluso que fueron más receptivas que las de otras regiones a la penetración de modas culturales e ideológicas. Veámoslo con ejemplos elocuentes: Juan Boscán (Barcelona, 1492 - Perpiñán, 21 de septiembre de 1542) fue, con Garcilaso de la Vega, uno de los principales introductores del renacimiento italiano, importando la métrica italianizante contra la que reaccionaba el mirobrigense Cristóbal de Castillejo (Ciudad Rodrigo, 1490 - Viena, 1550) con una virulenta campaña a favor de la métrica castellana, patentizada en muchos de sus versos, de los cuales podemos escoger estos:
 
 
Bien se pueden castigar
A cuenta de anabaptistas,
Pues por ley particular
Se tornan a baptizar
Y se llaman petrarquistas.
Han renegado la fee
De las trovas castellanas,
Y tras las italianas
Se pierden, diciendo que
Son más ricas y loçanas,
 
La Ilustración europea penetró en España de la mano de los "Caballeritos de Azcoitia", con Xavier María de Munibe, Conde de Peñaflorida, José María de Eguía y Manuel Ignacio de Altuna que en 1763 presentaron el plan de lo que sería la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, aprobada en 1765, entidad que fue el paradigma de las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País que se extendieron por toda España.
 
Sostener que Cataluña y las Provincias Vascongadas fueron algo así como zonas impermeables a cualquier europeísmo es un mito. La misma posición geográfica que ocupan, lindera con Francia y abiertas en sus puertos (Bilbao o Barcelona) las hacen ser precisamente todo lo contrario. Cataluña ha sido siempre uno de los territorios más receptivos a las modas filosóficas extranjeras: baste pensar la influencia del pensamiento escocés en el pensamiento catalán del siglo XIX que, como afirmaba Francisco Mirabent: "En Cataluña han sido las tendencias filosóficas de Martí de Eixalá y de Francisco Javier Llorens, en las que se encuentran los mejores rasgos de nuestra constitución espiritual: el tino (seny) y el sentido de la realidad [...] Esta escuela y el nombre de Balmes dan a Cataluña una dignidad y eficacia filosóficas." Esto será una constante que, pasando por Eugenio d'Ors, llegará hasta los círculos intelectuales de la burguesía barcelonesa en plena época franquista. Y en Vascongadas, sin el puerto de Bilbao no se entiende que Miguel de Unamuno pudiera ser uno de los primeros europeos que leyera al danés Søren Aabye Kierkegaard. Y sin que nos detengamos mucho más, digamos que no sólo fueron modas intelectuales, sino también políticas: merece recordar que el anarquismo entró en la Península Ibérica por Cataluña.
 
El punto de partida del artículo de D. Francisco Canals que comentamos acusa como vemos dos tópicos difícilmente aceptables. La "singularidad" que halla el pensador en Vascongadas y Cataluña como fundamento subyacente que explicaría el nacimiento de sus respectivos nacionalismos no estaría en su "tradicionalismo" ancestral, una de cuyas expresiones sería la presunta impermeabilidad refractaria a las novedades europeas (que no creemos que fueran más pronunciadas en estas regiones que en las del resto de España, dependiendo del sector social al que atendamos), sino que habría que buscarla en otros factores que intervienen (soslayados): creemos que sería más acertado irlas a buscar en el romanticismo (no hay nacionalismo sin romanticismo) y en el hecho -muchas veces llamado "diferencial"- de contar respectivamente con su propio idioma: uno, con el prestigio de la antigüedad literaria y el otro, el vasco, con el prestigio de lo arcaico. 
 
Los nacionalismos catalán y vasco, surgidos en la segunda mitad del siglo XIX, no encuentran su razón de ser en el tradicionalismo que habían abrazado vascos y catalanes y por el que habían derramado su sangre en las guerras carlistas. Esto es uno de los errores que difunden los publicistas liberales como Federico Jiménez Losantos, César Vidal o Arturo Pérez-Reverte y es totalmente falso.
 
El fenómeno del nacionalismo centrífugo vasco y catalán hay que entenderlos cabalmente como productos de la modernidad revolucionaria que tiene esa capacidad de poner las cosas del revés, como bien percibió el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante cuando, tras años de ausencia, se reencontró con la Cuba castrista:
 
"Al encontrarse él con lo que Lisardo Otero llamaría la realidad revolucionaria sintió agudamente la extrañeza: estaba en su país pero de alguna manera su país ya no era su país: una mutación imperceptible había cambiado las gentes y las cosas por sus semejantes al revés: ahí estaban todos pero ellos no eran ellos, Cuba no era Cuba".
 
Guillermo Cabrera Infante, "Mapa dibujado por un espía".
 
Y aquí sí, Francisco Canals ofrece en su artículo comentado una pista que merece seguirse, cifrada en la frase de Dostoyevski que sirve a nuestro autor para tratar de comprender el fenómeno nacionalista. Los nacionalistas, viene a decir Canals, vendrían a protestar contra la España moderna, liberal y centralista, en virtud de lo que Dostoyevski revela en el caso ruso: "Esa protesta ha sido siempre inconsciente; el alma rusa protesta inconscientemente en nombre de su cultura auténtica, original, propia y reprimida."