RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

viernes, 19 de junio de 2015

ELUCIDACIÓN DE LA "TRADICIÓN" (I PARTE)


 
Por doquier se lee, se escucha, se apela a la "Tradición". Sus detractores encienden la alerta cuando se habla de "tradición" (sobre todo si es propia del país en que nacieron), pero sus partidarios esgrimen el vocablo a manera de "varita mágica" de la que no saben si está hecha de madera o de metal (y salta a la vista que tampoco saben emplearla). 

Me propongo en ésta y sucesivas entregas aclarar el término con el propósito de aquilatarlo y rectificar así los torpes, insípidos y estériles usos del término.
 
 
INTRODUCCIÓN: LA AUTORIDAD,
LA TRADICIÓN Y LA AUTORIDAD DE LA TRADICIÓN
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
Con mucha razón podía escribir el filósofo italiano Norberto del Noce: "En todas partes se ha establecido una línea divisoria entre tradicionalistas y progresistas, y el progresista de cualquier color se siente más cerca de otro progresista que del tradicionalista de su mismo partido". Esta observación se puede comprobar a diario. Podríamos pensar que, al igual que los progresistas se atraen entre sí, los tradicionalistas de cualquier credo (sagrado o profano) tendrían la misma propensión al acercamiento. Pero la experiencia constata que esto, si alguna vez sucediera, se produce con menos frecuencia. Podemos ver a un sacerdote católico ("progresista") confraternizando -en aras del ecumenismo- con pastores protestantes ("progresistas"), pero es más difícil que un sacerdote católico ("tradicionalista") esté dispuesto a confraternizar institucionalmente con un pope ortodoxo griego ("tradicionalista", por supuesto): más fácilmente será que los veamos excomulgándose recíprocamente en virtud de los calificativos de "cismático" o "romano" respectivamente. Y eso que ocurre en el terreno de las religiones, sucede con pareja semejanza en el terreno de las ideas políticas (a primera vista, más profanas). Pero a mí no me interesan ahora los "tradicionalismos" religiosos: la cuestión es de suyo embrollada como para empezar por aquí. Lo que me interesa es aquilatar el vocablo "tradición": ¿qué decimos cuando hablamos de "tradición"?
 
Dejemos por un momento suspendida esa pregunta, para explicar la génesis del contencioso ante el que nos encaramos en esta ocasión.
 
El debate tiene sus raíces en el protestantismo, pero la Ilustración dieciochesca sometió a una tremenda crítica a la "autoridad" y a la "tradición": todo lo que era "autoridad" y "tradición" fue cuestionado. La raíz filosófica de esta actitud se encuentra en Descartes que, como pocos, demostró con su filosofía dos puntos que pueden resultar muy instructivos para desacreditar la filosofía moderna:
 
1) Que esta actitud ofensiva es eficaz en destruir, pero no en construir. Descartes mostró la eficacia de su método en la parte destructiva, conduciéndonos al solipsismo de la subjetividad; pero fue de lo más chapucero a la hora de construir a partir del "Yo pienso", terminando por explicar, por ejemplo, la unión de la "res cogitans" con la "res extensa" con burdas soluciones como la "glándula pineal".
 
2) Que todo el que quiere empezar de nuevo se contradice a sí mismo y, a la postre, se ve forzado a introducir elementos tradicionales aunque sea subrepticiamente. Descartes se jactó de prescindir de la tradición, para hacer una filosofía nueva conducida por sus reglas metodológicas; pero cualquiera puede rastrear los antecedentes de su argumentario en el "Teeteto" de Platón (para articular la duda en el momento de descartar el testimonio de los sentidos como fuente de certeza; o bien para la imposibilidad de distinguir el sueño de la vigilia) o en San Anselmo y San Agustín para sus pretendidas demostraciones de la existencia de Dios.
 
Es cierto, no obstante, que Descartes fue más prudente a la hora de llevar sus especulaciones al terreno de la filosofía práctica: la moral y la política. Pero no tardarían en asomar algunos más ignorantes y audaces que él.
 
La Ilustración, con Inmanuel Kant a la cabeza, pensó que era hora de que la humanidad prescindiera de la tutela de "autoridades" y "tradición". Había que atreverse a pensar para aprender: "Sapere aude!": para emancipar al ciudadano de las estructuras tradicionales, pues ya había llegado presumiblemente a la "mayoría de edad". Esto resulta un despropósito: pues si esta actitud de someterlo todo a crítica se llevara a las cuestiones de la política y la organización social, lo que estaría garantizado sería la parálisis de la acción y, en ciertas situaciones (las de vida o muerte en el orden práctico) pensar incapacita para actuar. Los estropicios que se siguen de aquí son incalculables y, además, si todo lo que tuviéramos que saber (se supone que para actuar) lo tuviéramos que saber por el esforzado ejercicio individual de la razón: ¿cuándo empezaríamos a vivir conforme a la razón ilustrada? Además de ello, ¿quién le ha dicho a Kant que todo "ciudadano" está dispuesto a ejercer su razón? En definitiva, lo que ocultaba el proyecto de Kant no era la emancipación, sino la sustitución de un modelo de pensar y actuar (el tradicional) por otro (el suyo y el de sus alegres compadres ilustrados). Mucho más sensato y práctico se nos muestra aquel rey Federico II de Prusia, cuando dijo aquello de: "Razonad sobre lo que queráis y tanto como queráis, pero obedeced".
 
El hombre moderno ha despreciado la autoridad y la tradición (sus motivos habría que irlos buscar en profundos desarreglos del alma, en lo que la religión ha llamado pecados capitales). Y esto ha llegado a tal gravedad que hoy se confunde "autoridad" con "autoritarismo", por lo que es oportuno recordar las lúcidas palabras de H. G. Gadamer: "la autoridad de las personas no tiene su fundamento último en un acto de sumisión y de abdicación de la razón, sino en un acto de reconocimiento y conocimiento: se reconoce que el otro está por encima de uno en juicio y perspectiva y que en consecuencia su juicio es preferente o tiene primacía respecto al propio".
 
Con el desdén y el desprestigio propagandístico que, desde la Ilustración revolucionaria, ha afectado a la tradición y a la autoridad (así como a la "autoridad de la tradición") los individuos, así como la sociedad en su conjunto, han perdido resolución práctica, los problemas que se han ido suscitando no han encontrado la contundente solución que el hombre antiguo era capaz de aplicar. La tradición, cuando lo es, forma un tipo humano mejor definido, con menos dubitaciones, con mayor seguridad (lo mismo en él que en su tradición), un individuo mucho más eficaz que cualquier filosofante que todo lo quiere someter a examen minucioso con su razón abstracta, en debates interminables que nada resuelven y más bien complican.

Bien supo ver esto Nietzsche cuando comentó: "La manera como en conjunto se ha mantenido en Europa el respeto a la Biblia es tal vez el mejor elemento de disciplina y de refinamiento de la costumbre que Europa debe al cristianismo: tales libros profundos y sumamente significativos necesitan, para su protección, una tiranía de la autoridad venida de fuera a fin de conquistar esos milenios de duración que se precisan para agotarlos y descifrarlos".
 
Lo que ha ocurrido en Europa, desde los siglos XVII-XVIII, es que se ha perdido toda referencia, los moldes en los que se formaba un tipo humano más integrado e íntegro han sido declarados obsoletos. La desintegración del hombre y la sociedad es justamente lo que le debemos a esas pedantes y funestas manías ilustradas y revolucionarias de cuestionar y rechazar la "autoridad" y la "tradición".
 
Pero todavía sigue pendiente la pregunta: ¿Qué decimos cuando hablamos de "tradición"? Como introducción por hoy está bien.
 
 
BIBLIOGRAFÍA:

Del Noce, Augusto, "Tradición e innovación" (Comunicación en la Convención de estudio del Comité Católico Docente Universitario, "Autoridad y libertad del devenir de la historia", 23-25 de mayo de 1969). Publicado en español en "Agonía de la sociedad opulenta", EUNSA, Pamplona, 1979.

Gadamer, Hans-Georg, "Verdad y método. Fundamentos de la hermenéutica filosófica", Ediciones Sígueme, Salamanca, 1991.

Nietzsche, Friedrich Wilhelm, "Más allá del bien y del mal: preludio de una filosofía del futuro", (traducción de Andrés Sánchez Pascual), Editorial Alianza, Madrid, 1992.  
  
 
 

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