RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

sábado, 25 de octubre de 2014

La muerte del Capitán de navío Lazaga al mando del Oquendo en la guerra de Cuba.


"Escena de combate naval de la guerra hispano-americana"

Luis Gómez

De todos es conocido lo que ocurrió en Cuba en al año 1898. Los norteamericanos yanquis, un país joven y lleno de riquezas, querían protagonismo a nivel mundial. Despertaban en él sus ansias imperialistas, y para conseguirlo, qué mejor que retar a España, nación vieja y gloriosa donde las haya, pero que en aquellos aciagos años de finales del XIX no era sino una cómica caricatura de lo que antaño había llegado a ser.

Dispuestas las cartas sobre el tablero de juego, la provocación yanqui llega a su máximo apogeo. Pretende provocar un conflicto diplomático, buscan una excusa para poder declarar la guerra a España y arrebatarnos así Cuba y Antillas españolas.

Destruyen deliberadamente su propio buque, el Maine, y hacen creer que el acto de sabotaje ha sido producido por los españoles. Los periódicos sensacionalistas norteamericanos, encabezados por Randolph Hearst, avivan la polémica en suelo norteamericano suscitando así el odio hacia España y todo lo que ella representa. La celada estaba servida, y toda un potencia emergente, con un poderío armamentístico muy superior en material (en calidad humana y en valor, jamás los ejércitos americanos han estado a la altura de los españoles) parten para Cuba, para tomar su “injusta venganza”.

El almirante Cervera, con la escuadra española allí fondeada, recibe la orden de salir al encuentro. Es un acto suicida. No hay esperanzas. Así lo saben los que capitanean los buques. Pero órdenes son órdenes y, en Madrid, una corte de políticos miopes y petulantes, sacrifican lo mejor de nuestro pueblo -sus hombres-, en aras de un patrioterismo rimbombante, vacío e hipócrita.  

Toda la escuadra española es bombardeada a placer por los americanos. Es una “caza de patos”. No hay posibilidad alguna para soñar con el triunfo. La derrota es total. Los USA se enseñorean de su triunfo.


En aquella triste jornada, el buque de la Armada española, el "Oquendo", es bombardeado y destruido. A su mando estaba el capitán Juan B. Lazaga. Con anterioridad a su partida, rumbo a tan triste jornada, esto dijo a las personas y familiares congregados en el Puerto de San Fernando:´


"El Capitán del Oquendo Sr. D. Juan Lazaga y Garay"

"Prometo, como hombre honrado, como español y como marino, que aun á costa de mi vida sabré defender el honor de España. Ignoro lo que la suerte me tendrá designado; vamos á pelear contra una nación poderosa y ensoberbecida con sus riquezas; somos infinitamente más débiles que esos hombres falaces, en cuyo reto á nuestro país no veo el arranque noble del amor hacia su patria, sino la evidencia de su superioridad material; pero no importa... Sea cual fuere el resultado del primer encuentro, juro no arriar el pabellón español, y demostraré á ese enemigo odioso que los hijos de esta tierra hidalga saben morir antes que rendirse".
 

Una revista militar española de la época recogía así el triste final de nuestro héroe:

Ignoramos qué Jefes fueron los que en el Consejo preliminar que se celebró á bordo del buque almirante optaron por salir de la rada de Santiago, y quiénes los que opinaron que debían continuar en aquel statu quo hasta ocasión más propicia; pero eso es lo de menos: dada la orden, no hubo vacilación alguna por parte de ningún marino, desde los Comandantes hasta el último marinero.

¡Supremo debió ser el momento en que las proas de los barcos españoles, enfilando la entrada de la bahía, salieron á la mar libre, en pleno día, á ponerse frente á una Escuadra muchísimo más poderosa por el número y por el alcance y calibre de su artillería!

De hechos tan heroicos registra la historia muy pocos... Tal vez sea el único, dadas las condiciones en que unos y otros combatientes se encontraban. Fuera de la rada los barcos de Cervera, recibieron un verdadero diluvio de proyectiles; muy pronto abriéronse en el casco del Oquendo tremendas vías de agua, al mismo tiempo que estalló á bordo un espantoso incendio producido por las granadas hechas al efecto, y que los yanquis utilizan en todas ocasiones. El Comandante Lazaga, sin abandonar el puente de su buque, oyendo silbar las balas en torno de su cabeza, contemplando aquella desolación, aquel horrible espectáculo, comprendió que todo esfuerzo humano sería impotente para evitar la catástrofe, y que si antes de morir no tomaba las necesarias providencias, su buque, en el que seguía enarbolada la española bandera, caería en poder del enemigo...

Formuló sus últimas órdenes, disponiendo que se rociara de petróleo el Oquendo para avivar las llamas que le envolvían, puso proa hacia la costa y se pegó un tiro. ¡Dios, que lee en los corazones y que es infinitamente sabio para juzgar los actos humanos, habrá acogido en su seno el alma del heroico marino!




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