RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

martes, 8 de julio de 2014

LA IZQUIERDA PATRIOTA QUE NO PUDO SER

Estatua de Vercingétorix, en Burdeos (Francia)
 
PIERRE JOSEPH PROUDHON Y LA FEDERAL
"SAGRADA TIERRA DE LA GALIA"
 
 
Por Manuel Fernández Espinosa
 
En los siete volúmenes que forman su magna obra “La historia del pensamiento socialista”, George Douglas Howard Cole (1889-1959) comenta que en el siglo XIX, cuando los movimientos obreros irrumpen en la historia, el Estado sería percibido por los revolucionarios socialistas como “un poder externo superpuesto a sus súbditos, y no como un organismo que representa la amplia masa de los ciudadanos”. Si el Estado era percibido a manera de un poder externo y artificial y el liberalismo decimonónico había optado por identificar Estado liberal con Nación, el resultado era previsible: la Nación tenía que ser rechazada con la misma fuerza que el Estado (sería la posición de los anarquistas) o había que conquistar el Estado sin parar mientes en la Nación (fue la posición de los marxistas). Anarquistas y marxistas estarían de acuerdo en algo: la lucha era internacionalista y no tenía que reparar en nación ni patria: Nación y Patria no son conceptos equivalentes, pero tenían la misma resonancia; y así fue como anarquistas y marxistas formaron conjuntamente en la Asociación Internacional de Trabajadores (I Internacional), fundada en Londres el año 1864, y caminaron juntos al menos hasta el V Congreso de la I Internacional (1872), año en que las disensiones entre los partidarios de Bakunin y los secuaces del tándem Marx-Engels fueron tan fuertes que llevaron a la ruptura. Pero el internacionalismo no fue la raíz de esa escisión. El movimiento obrero podía estar formado por distintas familias, con diferentes análisis y criterios sobre el modo de enfrentar la lucha obrera, pero que la lucha obrera era internacionalista (y, por ende, apátrida) estaba más que aceptado por todos.
Sin embargo, uno de los más grandes teóricos del anarquismo, se mantendría al margen de esa tendencia: me refiero a Pierre Joseph Proudhon (1809-1865). Su autodidactismo, su independencia de pensamiento y sus desavenencias con Karl Marx podrían explicar ese desapego por el internacionalismo obrero, pero Proudhon no sólo se mantuvo al margen de la corriente general del movimiento revolucionario (de signo internacionalista), sino que se manifestó sin ambages como un auténtico y sincero patriota.
Marx le había cursado una invitación, en 1846, para escribir en una revista alemana que dirigiría Marx desde Bruselas, pero Proudhon (por las razones que fuesen) despreció la propuesta y Marx, rencoroso y vengativo, se lo apuntó en la cuenta y le pasaría factura. Cuando Proudhon escribió en 1843 una de sus obras más ambiciosas (“El sistema de las contradicciones económicas o la Filosofía de la Miseria”) Marx respondió con todo su veneno al año siguiente con el burdo panfleto de “Filosofía de la miseria”. Eran incompatibles: el judío alemán (a sueldo de los poderes fácticos) y el obrero autodidacta francés no podían estar en el mismo barco. Cuando Marx insistía en un golpe de mano revolucionario (a veces incluso con grave auto-contradicción de su doctrina), Proudhon respondía: “Creo que […] no debemos plantear en absoluto la acción revolucionaria como medio de reforma social, pues este pretendido medio sería simplemente una apelación a la fuerza, a la arbitrariedad, en suma, una contradicción”.
Y por si fuese poco, Proudhon no era internacionalista. Tampoco era nacionalista, es cierto. Pero era patriota. Nos lo dice uno de los especialistas españoles en anarquismo, Diego Abad de Santillán (pseudónimo de Sinesio García Fernández, anarquista español y estudioso del anarquismo de reconocidísimo prestigio): “Era un patriota –nos dice Abad de Santillán-, pero de ningún modo un nacionalista: amaba su región natal y se integraba en ella como la parte en un todo; en ella se reponía de sus males físicos y de sus depresiones espirituales”. Y así lo deja claro el mismo Proudhon, cuando escribe: “No tengo otra fe, amor, esperanza que la libertad y la patria. Por eso me opongo sistemáticamente a todo lo que me parece hostil a la libertad y extraño a esta tierra sagrada de la Galia”.
En la sectaria interpretación marxista este “patriotismo” se ganaría a no más tardar la acusación de “pequeño-burgués”, pero Proudhon no fue nunca un pequeño-burgués, sino un trabajador (que, por cierto, también conoció el desempleo y la miseria), incomodidades -y más que eso- que Karl Marx supo esquivar con la ayuda de sus "amigos".
El genuino patriotismo de Proudhon explica que no cayera en el internacionalismo que tendía a disolver todo patriotismo en una Internacional; ese era el movimiento obrero que animaba la inmensa mayoría de los socialistas libertarios o autoritarios. Pero, ¿cómo podía conciliarse el estar a la vanguardia de la problemática social y en permanente confrontación con los poderes opresores de la usura, el capitalismo y la política y... apartarse de los internacionalistas?

Proudhon tuvo en esto una ventaja: entendió que tanto la Nación-Estado como la Internacional eran dos abstracciones hostiles a la naturaleza humana: la primera, homogeneizando lo que por razones naturales (geográficas) e históricas (culturales y por tradición) era diverso: las realidades regionales… La otra: homogeneizando todo, anulando las tradiciones patrias que abarcaban esas realidades regionales. Para escapar de la Nación-Estado (recordemos las palabras de Cole, aplicadas para el Estado: “un poder externo superpuesto a sus súbditos, y no como un organismo que representa la amplia masa de los ciudadanos"), Proudhon identificaba lo que para él era la “patria” con la “sagrada tierra de la Galia”, mientras que el Estado-Nación lo asocia a Francia. Por eso, uno de los capítulos de su libro “El principio federativo” (del año 1863), se titula “Tradición jacobina: Galia federalista, Francia monárquica”.
Con frecuencia empleamos coloquialmente los términos “Galia” y “Francia” como sinónimos, pero si queremos hilar más fino habría que tener en cuenta que el celtismo había invadido la historiografía romántica francesa antes de la revolución de 1830. El fenómeno había eclosionado en la historiografía francesa por esos años, pero tenía su genealogía en la Revolución de 1789, cuando los revolucionarios establecieron una división en términos binarios: la aristocracia (a la que profesaban el odio más furioso fue interpretada por los revolucionarios como heredera de los “francos” de Clodoveo: "poder externo superpuesto"), mientras que el pueblo revolucionario se entroncaba gustosamente con unos supuestos ancestros galos (Vercingétorix). Estas genealogías, bien es verdad, podrían ser inexactas o estar equivocadas para el escrupuloso historiador, pero poco importaba la falta de correspondencia de estas teorías con la historia, pues como escribió Jorge Luis Borges:
“Todas las teorías son legítimas y ninguna tiene importancia. Lo que importa es lo que se hace con ellas”.
Es, en definitiva, el factor “mítico” de todo movimiento político lo que permite comprender y activar los cambios políticos. Proudhon entendía que la Galia era constitucionalmente una realidad federativa, mientras que Francia se había superpuesto sobre la Galia como una Monarquía con su aparato estatal de opresión; los jacobinos no lo habían solucionado, centralizando el Estado surgido tras la Revolución. Y es aquí adonde pudo venir Charles Maurras (1868-1952), más tarde, a descubrir lo que llamó “país real” y “país legal”. Lo cierto es que el federalismo propugnado por Proudhon fue mucho más sano que el postulado en España por Francesc Pi y Margall (1824-1901), que estudió a Proudhon e incluso lo tradujo. Pero no solo Pi y Margall se empapó de las teorías proudhonianas, más próximo a Proudhon que Pi y Margall estuvo el gallego Ramón de la Sagra (1798-1871) que colaboraría estrechamente con Proudhon allá por el año 1840, ayudando en la creación del “Banque du Peuple” (uno de los proyectos más ambiciosos de Proudhon); sin embargo, el federalismo español encontró en Pi y Margall a su máximo teórico y las razones últimas del federalismo pimargalliano estaban muy lejos de ser las que animaban a Proudhon… Pero eso, como decía aquel escritor… Es ya otra historia.

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