RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

sábado, 21 de septiembre de 2013

IMPRECACIÓN EN LA HORA DECISIVA: UN ARTÍCULO DE 1931, DE JOSÉ MARÍA SALAVERRÍA


 
 
 
José María Salaverría yacía en el olvido hasta que Manuel Fernández Espinosa lo ha venido a rescatar para RAIGAMBRE, en los -hasta ahora- dos artículos aquí publicados y que llevan por título "La afirmación española de José María Salaverría" (1ª y 2ª parte). Este fuerte vasco siempre fue un autor incómodo por su defensa a ultranza del españolismo.

Estaba recién proclamada la II República cuando José María Salaverría escribía el presente artículo en LA CONQUISTA DEL ESTADO. Su título es de por sí una declaración de intenciones: "Imprecación en la hora decisiva" y es una de las pocas colaboraciones externas que recibió LA CONQUISTA DEL ESTADO de Ramiro Ledesma Ramos: cabe mencionar que fueron pocos los que escribieron con Ledesma Ramos. Entre esos valientes que firmaron en LA CONQUISTA DEL ESTADO podemos contar al versátil Ernesto Giménez Caballero; al párroco rural de Valdecañas del Serrato, D. Teófilo Velasco; a Bermúdez Cañete; a Juan Aparicio y a nuestro José María Salaverría. Este artículo, escrito en una hora decisiva para España, merece la pena recobrarlo de la hemerotecas. Con ello se pone de manifiesto que los patriotas españoles estaban dispuestos a ofrecer toda su colaboración a la flamante II República Española, siempre y cuando ella trabajara por hacer respetar a España. Por desgracia, las directrices de esta República estaban dictadas desde las logias masónicas y, más tarde, desde la U.R.S.S. de Stalin. Y ante la imposible reconciliación entre el internacionalismo asesino de los pueblos y el patriotismo, custodio del ser de los pueblos, hubo de estallar el conflicto.
 
 
IMPRECACIÓN EN LA HORA DECISIVA 
 

Por José María Salaverría
 
Como aviso a los que acaso pudieran haberse figurado que la implantación de una República se reduce a prolongar el jolgorio del martes de Carnaval, o anticipar las verbenas de San Isidro, el Gobierno se apresuró a decir que ahora todos se deben poner a trabajar. Pero el aviso pudo igualmente rebotar en los mismos hombres que tienen en sus manos el manejo de la República; es decir, de España. ¿Qué han pensado hacer con la República y con España? Ahora, lo importante y lo dramático consiste en saber el tono, el acento que darán a nuestra nación. ¿Sabrán ser duros?
 
Me anticipo a descomponer la palabra dureza en sus dos sentidos esenciales, descartando inmediatamente el sentido de crueldad, de venganza, de represalias sangrientas. No ; ahora se trata de la otra especie de dureza. Se trata de hacer una nación que suene a cosa resistente. Una República como Francia, dura y entonada: eso va bien. Pero hay el riesgo de convertirse en una Austria indefensa, o en un Portugal, que parece la nación que ha desaparecido en el Atlántico. Mediante un régimen candorosamente federativo, aun puede convertirse España en algo más infeliz y bobo que Portugal y Austria.
 
Hay, en fin, el peligro de caer en la blandura o de acentuar, mejor dicho, esa carrera de blandenguería que sigue España desde hace mucho tiempo. Es lo que le perdió a Primo de Rivera, aparte su privación de toda cultura. También él se figuró que podía gobernarse campechanamente, dejando al buen pueblo de Madrid que se expansionase en aire de continua verbena. «Sed buenos chicos, y a trabajar y divertirse ..." No; así no se ponen en pie las naciones. Es necesario ser duro, tener hueso por dentro, para mantenerse de pie con fuerza. Se toca a Inglaterra, a Francia, y suena a duro. A inflexible. A una voluntad y un pensamiento. Saber profundamente lo que se quiere; esta es la cuestión. El romántico Maciá (catalán puro), ése sabe muy bien lo que quiere; por lo pronto se ha apoderado del Estado catalán, y después ya veremos quién se lo quita.
 
 
Malo es que se entregue el destino de una nación a un hombre sin cultura; pero también es peligroso que una nación quede en poder de unos hombres con exceso de literatura. Hombres para quienes la doctrina es lo primero y la nación lo secundario. Que tienen prisa por implantar sus programas utópicos, de un idealismo internacionalista, sin considerar que hoy, más que nunca, los pueblos tienden a una concentración nacional de fuerte tipo defensivo. No es tiempo de doctrinarismos. Las naciones se gobiernan con el sistema que pueden, con república o monarquía, con parlamentarismo o dictadura ; lo único que les importa es la nacionalidad, y todo cuanto de trascendente histórico y de realidades amenazadas va comprendido en ella. Mucho mejor, naturalmente, si el pueblo consigue hacer su camino con un régimen de dignidad política.
 
Y aquí les llega a los hombres de la República el momento comprometido. Tienen que hacer una operación moral difícil, un cambio de frente en sus ideas respecto de la patria. Tienen que convertirse en patriotas los mismos que repugnaban antes el patriotismo. Necesitan pensar exclusivamente en España los que antes sólo pensaban en la doctrina democrática. Había monárquicos que hablaban convencidamente de la consustancialidad de España y la Monarquía ; idea para hacer reír, desde luego. Pero muchos de los hombres radicales les daban la razón ; ellos también, sin caer en la cuenta, confundían a la Monarquía con la patria, y en su odio al rey se sobrepasaban hasta odiar, digamos menospreciar, a la patria. España era la cosa inservible, miserable, deshonrosa, llena de militares sin valor y de glorias históricas falsas, habitada por una raza bajuna y cavernaria. Pues bien, no tendrán más remedio que convertirse a la religión del patriotismo. Como todos los republicanos del mundo. Como los republicanos franceses y alemanes, chinos y argentinos, turcos y Yanquis. Si no quieren que España se les convierta en una cosa boba. La cosa blanda que los extranjeros miren con asombrada conmiseración.
 
Conviene no perder de vista el hecho siguiente: la República se ha establecido en Barcelona a impulso de un fervor nacionalista, exclusivamente nacionalista catalán, y en Madrid, al contrario, por una especie y desvalorización de la tradición nacionalista española. Mientras en Barcelona el sentido de la patria catalana se hace reaccionario; tradicionalista y sentimental histórico (resurrección de la Generalitat medieval, apoteosis de la fiesta de San Jorge, supresión de las provincias de tipo constitucional y moderno), en Madrid se dejan ir por la pendiente de las dejaciones, hasta caer en la sensiblería federal. Toda la responsabilidad contraída por Madrid en estos últimos siglos con respecto a la nación española está en el aire, expuesto a debilidades y equivocaciones que costaría mucho tiempo reparar.
 
Por eso es tan grave la posición de los hombres de la República. En la hora presente no hay más que voces de optimismo; todas son bellas palabras de amor y de confianza. Pero los motivos profundos siguen ahí latentes. Por eso también, cuando se pondera el humor normal y sensato con que la muchedumbre vive dentro de la República, no logra uno entusiasmarse demasiado, porque hay la sospecha de que en ese vivir tranquilo y alegre se oculta el viejo pecado español: la blandenguería. Es decir, el pasar de un régimen a otro sin excesivos sobresaltos. El que todo siga como si tal cosa. El da lo mismo lo uno que lo otro. Recuérdese que a los cuatro días de haber dado su golpe de audacia Primo de Rivera, Madrid y toda España reanudaron su vida normal con un contento absoluto.
 
Yo no soy más que un escritor suelto y libre, que sólo piensa en una cosa: España. España es mi propiedad ; puede decirse que la única propiedad que poseo. Antes España estaba en manos de un rey; ahora se halla en poder de la República. El dramatismo del cambio imprime un incontenible temblor a la pluma... ¡Guardadme a España! Libradme a España de toda estupidez, de toda frivolidad e incoherencia, de toda renunciación y blandura. ¡Hacedme dura a España!
 
(LA CONQUISTA DEL ESTADO, 2 de Mayo de 1931, núm. 8.)
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario