RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

domingo, 29 de septiembre de 2013

HEROÍSMO NECESARIO



«¿No habéis luchado esta mañana, al dejar vuestro lecho, contra un principio de inercia y una tentación de sueño? Admitid, pues, que el mundo no tiene necesidad de otra cosa que de heroísmo.

¡Apresurémonos a rehacerlo todo! ¡Hay que ir contra la corriente!»

F.T. Marinetti

DE RUBÉN DARÍO A JUAN RAMÓN JIMÉNEZ





¿Tienes, joven amigo, ceñida la coraza
para empezar, valiente, la divina pelea?
¿Has visto si resiste el metal de tu idea
la furia del mandoble y el peso de la maza?

¿Te sientes con la sangre de la celeste raza
que vida con los números pitagóricos crea?
¿Y, como el fuerte Herakles al león de Nemea,
a los sangrientos tigres del mal darías caza?

¿Te enternece el azul de una noche tranquila?
¿Escuchas pensativo el sonar de la esquila
cuando el Angelus dice el alma de la tarde?...

¿Tu corazón las voces ocultas interpreta?
Sigue, entonces, tu rumbo de amor. Eres poeta.
La belleza te cubra de luz y Dios te guarde.




miércoles, 25 de septiembre de 2013

FE Y LEALTAD SÍ, PAPOLATRÍA NO



"Existen entre nosotros fulanos que piensan es devoción al Sumo Pontificado decir que el Papa "gloriosamente reinante" en cualquier tiempo "es un santo y un sabio", "ese santazo que tenemos de Papa", aunque no sepan un comino de su persona. Eso es fetichismo africano, es mentir sencillamente a veces, es ridículo; y nos vuelve la irrisión de los infieles. Lo que cumple es obedecer lo que manda el Papa (como estos no siempre hacen) y respetarlo en cualquier caso, como Pontífice; y amarlo como persona, cuando merece ser amado"

Padre Leonardo Castellani

JOAQUÍN COSTA Y LA VIGENCIA DE SU ANÁLISIS


Joaquín Costa
 
 
EL POLÍGRAFO ARAGONÉS JOAQUÍN COSTA
 
 
Por Manuel Fernández Espinosa
 
Joaquín Costa es una de las figuras más señeras de lo que denominamos (sin comprenderlo mucho, por desgracia) el “regeneracionismo” español. Joaquín Costa es un gran desconocido entre nosotros. Empero su influencia se hizo sentir en varias generaciones de españoles que, ante la debacle de 1898 despertaron (algunos de ellos despertaron gruñendo, como los de la Generación del 98). Pero, ¿quién era Joaquín Costa? ¿Cuáles eran su  ideas nucleares? ¿Puede decirnos algo a nosotros, más de cien años después de su intervención científica, literaria y pública? Y si nos dice algo: ¿Qué es eso que nos dice a nosotros, españoles irreductibles del siglo XXI?
Joaquín Costa Martínez (1846-1911) nació y murió en Huesca. Dos son los eslóganes por los que se le reconoce todavía, entre la minoría que se ha preocupado de saber algo, por poco que fuere, de la obra de este macizo aragonés: “Despensa y escuela” y “Siete llaves al sepulcro del Cid”. La ventaja de cifrar un pensamiento de tal envergadura como el de Joaquín Costa en dos consignas es indiscutible, desde el punto de vista propagandístico. Pero la desventaja que sale al paso es que, si esas frases nos eximen de penetrar en su pensamiento, lo que puede pasarnos a buen seguro es interpretar mal sus planteamientos, sus argumentos y las propuestas aportadas para solucionar los problemas nacionales a los que se enfrentó.
DESPENSA Y ESCUELA
 
Su formación científica era sólida como la de pocos de sus contemporáneos y sus intereses abarcaban ámbitos tan diversos como la jurisprudencia, la economía, la literatura, la geografía, la arqueología o la etnología. Sus estudios económicos le llevaron a propugnar el colectivismo agrario que sería la “despensa” de la Nación; en este sentido, Costa contribuyó con una luminosa revisión histórica de las estructuras constitutivas del país, apelando a una larga tradición de pensadores y reformadores políticos de entraña hispánica, y publicando sus estudios en aquel ensayo suyo que entusiasmara a muchos de sus contemporáneos: “Colectivismo agrario en España. Doctrinas y hechos” (1898). Pero Costa no era un erudito que se conformara con la especulación intelectual, por lo que siempre desbordaría el ámbito de lo teórico, sin demorarse en poner manos a la obra de un modo práctico: aportando estudios hidrológicos y agropecuarios, por ejemplo; y hasta organizando plataformas sociales que plasmaran en la realidad lo ideado en la mente. A la despensa había que sumarle el segundo término del lema: “Escuela”. "Joaquinón" (que era como le llamaban los amigos por su corpulencia) compartía este ideal pedagógico con los miembros de la Institución Libre de Enseñanza, en la que estuvo como docente, siendo gran amigo de Francisco Giner de los Ríos. El planteamiento costista recogía así la urgente demanda de una eficaz acción pedagógica en la sociedad, uno de los temas favoritos de nuestros krausistas, aunque en Costa la cuestión pedagógica (la Escuela de su lema) no fuese entendida en clave sectaria, como era sólito entenderla entre los krausistas de la I.L.E.
DOBLE LLAVE AL SEPULCRO DEL CID
 
El otro lema que Joaquín Costa acuñó fue el de: “Doble llave al sepulcro del Cid, para que no vuelva a cabalgar”. Costa lanzó este eslogan sobre el soporte de un Mensaje de la Cámara Agrícola del Alto Aragón dado al país. Aquello sonó como una atronadora irreverencia a las tradiciones patrias: los españoles más europeístas encontraron en este eslogan todo un programa para sacudirse el pelo de la dehesa patria y lanzarse atropelladamente a tomar como más que bueno cualquier cosa que viniera del otro lado de los Pirineos. Los españoles más castizos y tradicionalistas entendieron que Costa era poco menos que un hereje. Ninguna de las dos Españas entendió a Costa en sus cabales términos.
Costa es tenido vulgarmente como un “europeísta”. En efecto, fue un “europeísta”, pero su “europeísmo” dista mucho de ser el que significa para el común de los que se autoproclamaban tales y actualmente todavía insisten en proclamarse “europeístas”. Nunca fue Costa, como ellos lo fueron y lo son, de esa condición lacayuna que se rinde ante una presunta superioridad de lo anglosajón, de lo francés o de lo germánico. Costa quería que aprovecháramos lo europeo, pero no que aniquiláramos lo propio por lo extranjero, pues eso sería la invitación al suicidio nacional. Costa exhortaba a tomar lección de Europa como de Estados Unidos de Norteamérica, pero nunca para aniquilar lo español por ese complejo de inferioridad de nuestros desnaturalizados extranjerizantes, sino para aumentar el poderío de España. Su admonición a candar el sepulcro del Cid (que, llevamos dicho, los españoles extranjerizantes acogieron jubilosamente) no era hacer borrón y cuenta nueva con todo el pasado, era la legítima reacción de un patriota español que estaba harto de bostezar con los tópicos rimbombantes y vacíos de los más campanudos oradores que invocaban las glorias del pasado, sin querer abrir los ojos ante las miserias del presente que exigían afrontarlas cara a cara y corregirlas con la contundencia que merecían.
Joaquín Costa se verá obligado a precisar los términos de aquella frase tergiversada por los ridículos extranjerizantes denigradores de la tradición española, frase que resonaba a blasfemia en los oídos de los más tradicionalistas. Y dilucida su sentido recordando a sus detractores que jamás propuso él: “borrar del corazón y de la memoria de los españoles las figuras del Campeador y de Don Quijote, para levantar a tales altares a un tenedor de libros”. No eran solo palabras, como él mismo recuerda, Costa había promovido la celebración de un Congreso de Geografía colonial y la fundación de una Sociedad Geográfica: “para adquirir vastas extensiones de territorio en el continente africano que ensancharan el imperio del Cid y de Don Quijote en lo futuro”. Alguien que se empeña en empresas como las referidas no podría ser nunca confundido con uno de esos grotescos fantoches de nuestra vida pública, peleles de su titiritero extranjero; como los que en el presente nos mangonean. Joaquín Costa aparece así a una luz nueva, lejos de la interpretación parcial que se ha hecho de él, tanto por el sectarismo de la izquierda como por la ignorancia irredenta de la derecha española. ¿Será por ello que yace en el olvido?
El intelectual baturro tenía muy claro que la única forma de sobrevivir al empuje de otras razas que avasallaban al mundo, como era la preponderante raza anglosajona, era ofrecerle una alternativa hispánica; por eso escribió que: “la humanidad terrestre necesita una raza española grande y poderosa, contrapuesta a la raza sajona, para sostener el equilibrio moral en el juego infinito de la historia”.
Despensa, Escuela, candado al Cid retórico, para realizar el programa del Cid, aprendiendo de las gestas del Cid Campeador, extrayendo de su “Cantar” algunos de los vectores que, según Costa, habrían de ser adoptados por nuestra política interior y exterior.
LA OLIGARQUÍA AL DESCUBIERTO
 
Sin embargo, un obstáculo obturaba el camino para que pudiera realizarse el programa regeneracionista del Cid. Ese obstáculo fue localizado por Costa en la oligarquía insolidaria que, generación tras generación, venía perpetuándose sobre España, ahogando a la nación bajo un degradante e insufrible avasallamiento. Costa la había descubierto. La oligarquía era toda una superestructura parasitaria, encubierta bajo el formalismo parlamentario de la restauración Alfonsina perpetrada por Cánovas del Castillo, oculta bajo los dos partidos turnistas: el de Cánovas y el de Sagasta. Joaquín Costa estaba dispuesto a desenmascararla y por eso organizó y llevó a cabo, en el marco del Ateneo de Madrid, una ambiciosa encuesta que inquirió a los intelectos más preclaros del momento, independientemente de su postura política particular. Entre los encuestados se hallaban hombres tan dispares como Francesc Pi y Margall, republicano federal de izquierdas o egregios integristas como D. Juan Manuel Orti y Lara.
La oligarquía es la inversión del patriciado natural, la inversión del régimen aristocrático. Costa sintetiza lo que es esa superestructura encubierta con formidable resolución:
“…forma un vasto sistema de gobierno, organizado a modo de una masonería por regiones, por provincias, por cantones y municipios, con sus turnos y sus jerarquías, sin que los llamados ayuntamientos, diputaciones provinciales, alcaldías, gobiernos civiles, audiencias, juzgados, ministerios, sean más que una sombra y como proyección exterior del verdadero Gobierno, que es ese otro subterráneo, instrumento y resultante suya, y no digo que también su editor responsable, porque de las fechorías criminales de unos y de otros no responde nadie. Es como la superposición de dos Estados, uno legal, otro consuetudinario: máquina perfecta el primero, regimentada por leyes admirables, pero que no funciona; dinamismo anárquico el segundo, en que libertad y justicia son privilegios de los malos, donde el hombre recto, como no claudique y se manche, sucumbe.”
Esta oligarquía parasitaria está encuadrada en los dos partidos turnantes del tiempo de Costa, impidiendo con sus corruptelas que España sea dirigida por los mejores. Se trata del “gobierno por los peores” que arbitrariamente abusa de todo el resto y que conduce, así las cosas, a un irremediable divorcio entre Estado y Pueblo. Costa advierte el peligro de los secesionismos que encuentran en esta situación una justificación y recuerda que “para que viva el pueblo, es preciso que desaparezca la oligarquía imperante”, pues un pueblo sometido a la oligarquía que se arroga el nombre de “nacional” termina por serle indiferente que su opresión la ejerzan los propios o los extraños.
VIGENCIA DE LAS LÍNEAS MAESTRAS DE SU ANÁLISIS
 
La figura y obra de Joaquín Costa se eleva ante nosotros. No es un monumento del pasado. Si no nos hemos dado por vencidos, la obra de Joaquín Costa exige que volvamos a ella para interpretar nuestro presente y configurar nuestro porvenir. Nos han regateado su lectura, despachándolo frívolamente con los lemas que hemos tratado en este artículo. Las claves que nos ofrece en su obra son terriblemente clarificadoras para el pasado, lo mismo que lo son -y tan útiles- para interpretar el estado actual de las cosas. Si no nos conformamos con la versión estandarizada de su figura y obra, si nos aplicamos a una relectura de su obra entonces, sí: el mensaje de Joaquín Costa nos interpela.
Las oligarquías que denunció Costa han ido perpetuándose, permaneciendo incólumes a los avatares del tiempo. Han sobrevivido a todas las catástrofes que ha padecido nuestro pueblo: libraron a sus vástagos de sucumbir en la defensa de la españolidad de Cuba en 1898 (lo recordaba Costa), libraron a su prole de las masacres rifeñas, contemplaron desde Estoril la confrontación de 1936-1939: estuvieron en la retaguardia, pero se apresuraron a camuflarse entre carlistas y falangistas; más tarde, “pitaron” en el Opus Dei, para convertirse en tecnócratas durante el franquismo; mutaron sin trauma alguno durante la transición, tornándose demócratas de UCD, Alianza Popular, Partido Popular y PSOE… Incluso se hicieron pasar por comunistas, sin haber luchado nunca en la clandestinidad ni haber “corrido delante de los grises”. Y a día de hoy ese repugnante imperio de los peores, capaz de todos los chanchullos y corrupciones morales y económicas, oprime a España, sometiéndola a políticas supranacionales. Dividieron a España como una tarta, para zampársela por autonomías, creando artificios que saquean sistemáticamente al pueblo y lo arruinan.
Son ellos: la casta política, al alimón con el capitalismo apátrida, en línea directa con los directores de las sucursales en España. Y la gravedad de este cáncer es de tal magnitud que, a día de hoy, hablar de “soberanía nacional” resulta un sarcasmo.
 
¿Quién puede dudar que Joaquín Costa no sea actual? Joaquinón sigue diciéndonoslo: Para que viva el pueblo es necesario que esa lacra corrupta y corruptora desaparezca.
 

domingo, 22 de septiembre de 2013

DE SANTOS Y HÉROES: ¿SAN RODRIGO DÍAZ DE VIVAR?

 
EL PROCESO DE CANONIZACIÓN DEL
CID CAMPEADOR
Por Luis Gómez
A lo largo de la historia, la Iglesia Católica ha ido elevando a los altares a numerosas personas, que por sus virtudes, su ejemplo, su dedicación dentro del Magisterio de la Iglesia, y por su vida y milagros, han merecido ser elevados a la categoría de santos.
Según el Cardenal José Saraiva Martins, Prefecto Emérito, de la Congregación para las Causas de los Santos: "Los protagonistas en un proceso de beatificación y canonización no son el obispo o la Iglesia. El primer paso son los fieles que dicen al obispo: "él fue un verdadero santo"." 
En efecto. La vida que el santo desarrolla alrededor de los demás, dando ejemplo de Cristo, es el principal motivo por el cual los fieles piden a la Iglesia que ese “modelo de virtud” sea investigado para poder ser llevado a los altares.
Nos sigue comentando el cardenal Saraiva: “Cuando los fieles piden al obispo la beatificación de una persona, éste nombra una comisión para probar que la fama de santidad de esa persona sea cierta. Es entonces cuando se recogen los testimonios que prueban, con hechos, la santidad de la persona. Es la llamada fase diocesana. Una vez superada, los documentos se envían al Vaticano, a la Congregación para las Causas de los Santos. La segunda fase tiene lugar en el Vaticano. Historiadores y teólogos trabajan juntos para reconstruir una biografía exacta de la persona, incluyendo también su espiritualidad y signos de heroísmo”
Ese proceso suele durar años. Y todavía quedaría por probar, si una vez beatificado, el posible santo ha realizado un milagro gracias a su intervención. Dicho milagro es sometido a un estudio riguroso, en el que intervienen especialistas y médicos de diferentes disciplinas, los cuales someten el estudio a todo tipo de pruebas para verificar que la curación o milagro ha sido duradera, permanente en el tiempo, y sin explicación científica. Luego habría que probar que la sanación se ha realizado por la intercesión de dicho santo y no por otro.
En resumidas cuentas, que dicho proceso no es cualquier cosa.
En la Alta Edad Media, el conflicto religioso estaba a la orden del día. La sociedad occidental era eminentemente teocéntrica y durante el s. XI dicha sociedad aspiraba a un gobierno unitario bajo la dirección del papado; esa cosmovisión del mundo estaba en constante conflicto con la oriental, que también poseía una misma visión de la sociedad y pretendía llevar a cabo su obra mediante unos postulados beligerantes contra todo aquel que no estuviese sometido al Islam. Ambos mundos chocaban entre sí y los intereses económicos y religiosos se mezclaban sin tener clara una línea de distinción entre uno y otros.
Menéndez Pidal apunta además sobre ésta época: “La potestad directa conferida por Dios a San Pedro y sus sucesores era superior al poder pasajero de los reyes; el poder sacerdotal es de origen divino, mientras el poder real es una invención de los hombres instituida ya en el mundo pagano; todas las naciones cristianas debían, pues, unirse bajo la guía suprema del pontífice; grandiosa ambición de unificar políticamente la Europa sobre la base de su unificación espiritual”.
Es así como en el s. XI surge una distinción entre las milicias. Originariamente la Iglesia había distinguido netamente la militia Christi de la militia secularis. La militia Christi expresaba la lucha espiritual contra el mal (así aparece en la Regla de San Benito)[1]. La militia secularis era el servicio militar profano, que en el imperio pagano romano implicaba también sacrificios a la divinidad del emperador, lo que era incompatible con la fe cristiana.
Con el paso de los años surgen en la sociedad cristiana grandes nombres de santos guerreros, y que por lo tanto no se dedicaban a la vida contemplativa o a la vida religiosa, sino que siendo caballeros, nobles reyes o plebeyos, luchaban en nombre de Dios y por Dios, dando fuerza y ejemplo a todos los que les seguían.
Esta concepción de la “militancia católica” está hoy en día despreciada o arrinconada. No se explica lo suficiente a los fieles y por eso, a la mayoría de la gente les sorprende y no la entienden como una vía más dentro de la Iglesia. Pero lo cierto es que tan necesario es no hacer el Mal, como combatir el error. Si un católico no lucha contra el Mal, entonces éste avanza sin oposición. Ahí es donde arraiga el principio de “militancia católica” o lucha activa contra el error.
En la Alta Edad Media, tenemos reyes santos, como San Fernando III, de quien dice que a su muerte y según testimonios de la época, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros a los cuales se les suponía los más valientes. También se cuenta que merced a su piedad y su caballerosidad, los reyes enemigos se convertían a la fe de Cristo, según nos relata la “Crónica Tudense[2]. Otro rey santo es San Luis “Rey de Francia”. Primo de Fernando III, el cual tuvo desde su infancia una educación esmerada en la piedad y en la fe. Combatió en las Cruzadas, y siempre estuvo atento a las preocupaciones de su reino. “Padre de su pueblo y sembrador de paz y de justicia, serán los títulos que más han de brillar en la corona humana de San Luis, rey” nos dice Francisco Martín al narrarnos su hagiografía. No sólo los caballeros o los apóstoles, como Santiago “Matamoros” o San Jorge venciendo al dragón, son representados como luchadores contra los enemigos de la fe. Dentro del santoral nos podemos encontrar con personajes de humilde condición como Santa Juana de Arco la “Doncella de Orleans” quien jugó un papel primordial en la Guerra de los Cien Años que libraron Inglaterra y Francia y así podríamos continuar con un sinfín mas de vidas ejemplares.
El joven Cid Campeador venga la afrenta de su padre Diego Laínez, cortándole la cabeza al conde Lozano. El cuadro es de Juan Vicens Cots (1830-1886)
 
Rodrigo Díaz de Vivar, El “Cid Campeador”
La vida y hazañas del personaje real de Rodrigo Díaz de Vivar, son harto conocidas, o al menos lo eran hace unos años, cuando no se había impuesto en España esta moda tan irracional de olvidar nuestros héroes, y suplantarlos por alfeñiques foráneos.
Hubo un tiempo, en el que los libros de texto de los estudiantes de Bachillerato, tenían por norma la de narrar la Historia de España y al hilo de la misma, destacar los hechos más sobresalientes que los héroes y personajes españoles tuvieron en esas épocas. Así se llegaba a conocer las gestas realizadas por  un D. Rodrigo, D. Pelayo, el Cid, Fernando III, “El Gran Capitán”, los Tercios,  Pizarro y Hernán Cortés, la hazaña de Castaños, la Batalla de Bailén, el Sitio de Zaragoza, Agustina de Aragón, la muerte de Churruca o la de tantos y tantos otros que dieron su vida por España a lo largo de todos estos siglos.
Con el advenimiento de las Autonomías y con la cesión por parte del Estado de las competencias de Cultura y Educación, tenemos en el panorama estudiantil nacional una aberración tras otra. Jóvenes catalanes, por ejemplo, que son obligados a aprenderse de memoria los ríos y afluentes de los arroyos que atraviesa su provincia, olvidándose de los grandes ríos españoles. O vascos que se aprenden de carretilla los nombres de los presidentes de la comunidad, (como si fuese la antigua lista de los reyes godos), y no saberse quien fue Felipe II o Carlos I.
Ese mal tan extendido en la actualidad no corresponde en su totalidad a la casta política. También lo es, y mucho, de la comunidad universitaria, convertida en parasitaria de la política, que ha sido incapaz de levantar la voz y protestar por semejante aberración, permitiendo mansamente que se manipule así la asignatura y la carrera de Historia, carrera que luego ellos se afanan en ejercer desde sus cátedras. Y por supuesto no podemos olvidarnos de la inmensa mayoría de profesores y docentes, que anulados desde hace años y relegada a la condición de porteros de guardería, no son capaces de plantarse ante la casta política y discrepar, pues son rehenes de sus propios compañeros sindicalistas o políticos…
Fuera como fuesel hubo un tiempo en que el Cid Campeador era el ejemplo de caballero español por antonomasia. Su vida fue elevada a los cantares de gesta, como lo fue la de Roldán en Francia. Varios son los escritos sobre el Cid, pero destaca sobremanera el llamado Cantar de Mio Cid del que se dice que fue creado por dos juglares, uno de Medinacelli y otro de San Esteban.
 
Las primeras fuentes que hablan con certeza sobre él, datan del s. XI, en 1148 ya aparece en la “Chronica Adefonsi Imperatoris”, durante la conquista de Almería. Más tarde será mencionado en la “Historia Roderici” y así sucesivamente.
Pero no podemos detenernos en esos asuntos. Lo que si queremos destacar en este artículo, es el proceso de beatificación y santificación que se propuso y se inició en otros tiempos.
Como queda apuntado más arriba, en el s. XI todos los hombres, lo mismo caballeros que simples campesinos, vivían en una sociedad donde la fe cristiana era el epicentro de su existencia. Del personaje histórico de Rodrigo Díaz de Vivar, se destaca por los documentos que era muy religioso. Entre sus hechos más destacables en este sentido, podemos señalar las donaciones que tanto él como su esposa, doña Jimena, realizaron donando algunas casas de su propiedad y unos solares al Monasterio de Silos, para la propia subsistencia de la comunidad religiosa así como para la asistencia y ayuda de los peregrinos. También estuvo muy vinculado al Monasterio de San Pedro de Cardeña, en Burgos “Cardeña, en las cercanías de la capital del condado castellano, era el monasterio más emblemático de las comarcas centrales del condado; unos 15 kilómetros separan a Vivar de Cardeña, siguiendo el camino que por Villayerno, Morquillas, Villafría y Cardeñajimeno conducía al cenobio benedictino, regido aqeullos años por san Sisebuto”. D. Rodrigo se nos presenta así en las crónicas con una doble vertiente. De un lado es un guerrero implacable, pero por otro lado, sus decisiones son justas y equitativas. Lo podemos ver en algunos pasajes rezando intensamente a Jesucristo para pedir la protección de sus hombres[3], o realizando la conversión de la mezquita de Valencia en iglesia, donando a su vez los cálices y telas que debían de componer el Altar mayor.
 
 
La posible santificación de Rodrigo Díaz de Vivar, el “Cid”
 
La fama y proezas del Cid no escaparon a los hombres de antaño, hasta tal punto que Felipe II ordenó a su embajador en Roma D. Diego Hurtado de Mendoza, que comenzase a tratar la canonización del venerable caballero Rodrigo Díaz de Vivar. “El mismo embajador hizo una recopilación de las virtudes y sucesos milagrosos del Campeador con los papeles y noticias que le remitieron desde el monasterio de Cardeña
 
El proceso no avanzó como era debido, pues según nos informa José María Garate, la pérdida de Siena, que era gobernada por el entonces embajador de Felipe II en Roma D. Diego Hurtado de Mendoza, hizo que los papeles se extraviaran, y con ellos se perdiese la posibilidad de tener un santo castellano, quedando la cuestión en el inicio del trabajo y la recopilación de documentación que acreditaba que D. Rodrigo Díaz de Vivar no era sólo un arquetipo de caballero medieval, sino que su vida era ejemplo para cristianos y su sentir religioso era sincero y veraz.
Es el propio Garate quien nos da más información sobre los trabajos recopilados para justificar la posible santidad de D. Rodrigo y entre ellas nos cuenta que: “No era una lucubración absurda la de Felipe II. El confusionismo sobre la verdadera historia del Cid, que injustificadamente llega hasta nuestros días, hacía imposible podar la hojarasca milagrera que envolvía sus recias virtudes. Desde que el Obispo D. Jerónimo le señaló como enviado, «suscitado por Dios », en el exordio de la donación valenciana, o como «venerable » en su donación para ser enterrado en Cardeña, este discreto concepto de hombre virtuoso fué subiendo de tono, al parecer sin nuevos motivos para ello. Según Berganza, el Conde Berenguer tuvo al Campeador por gran siervo de Dios al considerar con qué poca gente le había vencido. Cuando la traslación de restos en 1541, el Abad de Cardeña Fray Lope de Frías entonó el salmo “Los santos le alabaron en su gloria”, después que los monjes cantaron el que comienza “Admirable es Dios en sus santos”. El mismo Abad al referir los hechos hablaba del “Santo cuerpo”. Fray Melchor Prieto decía en su historia: «Tengo por probable que sus huesos son reliquias y que fue santo», y el dominico Fray Juan de Marieta le llamó «Valeroso Campeador y santo Rodrigo Díaz»”
 
Es sin lugar a dudas este trabajo de José María Garate, el que más contribuye a esclarecer la cuestión y a reconocer al Cid Campeador como santo. Todo el trabajo está lleno de recopilaciones y de extractos de datos que corroboran esa hipótesis.
 
En estas horas, en las que España –y la cristiandad- atraviesan por un duro y oscuro porvenir, nos es imprescindible que se vuelvan a retomar las figuras heroicas y santas de estos modelos de fe.
 
El laicismo secularizante de los gobernantes políticos. El avance imparable de sectas y desviaciones.- El Islam, que no ha evolucionado ni un ápice desde la época de “San Rodrigo Díaz”, son un ejemplo bastante elocuente de la necesidad imperiosa de recuperar y proponer, que se vuelva a reabrir el proceso de santificación de nuestro héroe español por antonomasia.
 
BIBLIOGRAFÍA:

El Cid Campeador”, Ramón Menéndez Pidal
Comentarios a la Regla de San Benito” Isidoro María Anguita
El Cid Histórico” Gonzalo Martínez Díez
Poema del Mio Cid” César Aguilera
La posible Santidad del Cid” José María Garate
 





[1] Dice así la Regla: “Por tanto, debemos disponer nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar en el servicio de la santa obediencia a sus preceptos” Por su parte, el Abad del Monasterio de Huerta, nos dice en sus “Comentarios a la Regla de San Benito”: “San Benito habla de “militar” y no sólo de vivir. La obediencia pasiva nos despoja de una forma superficial, anulando a veces a la persona, acomplejándola y haciéndola dependiente. La obediencia activa, abrazada libremente y buscadora de un fin, supone un despojo interior que nos predispone a acoger al Dios simplicísimo cuando él quiera mostrarse”. ANGUITA, Isidoro Mª, (Abad de Santa Mª de Huerta) “Comentarios a la Regla de San Benito” Cap. 1º “Clases de Monjes
 


[2] La “Crónica Tudense” fue escrita por Lucas, obispo de Tuy, por encargo de la reina Doña Berenguela que le indicó compendiase todas las crónicas de la Historia de España. Abarca hasta Fernando III.


 
[3] En el “Poema del Mío Cid” podemos leer por ejemplo,  “Le pesa al rey de Marruecos de mío cid don Rodrigo: En mis heredades tan bravamente se metido, y él no se lo agradece sino a Jesucristo

POR ELLA (PATRIA MEXICANA)



POR ELLA

¿Qué queda de mi Patria? Sus bosques seculares
no son ya de sus hijos: las ondas de sus mares
las surcan mil bajeles de extraño pabellón;
Y huérfanos sus hijos, helados sus hogares,
sus vírgenes holladas, sus hombres sin honor.


¿Qué queda de mi Patria? Sus ríos de oro y plata
ha mucho desembocan en gruesa catarata
en la nación vecina que siempre nos odió.
En cambio en nuestros rostros el hambre se retrata,
vivimos cual mendigos, y es rico el vil ladrón.


¿Qué queda de mi Patria? Los que antes era huertos,
hoy son lagos de sangre o fúnebres desiertos
en donde los chacales celebran su festín...
¡Tan pobre está mi Patria, que hasta sus hijos muertos,
bajo el ardiente fuego del sol se han de podrir...!


¿Qué queda de mi Patria? Su legendaria historia,
que es toda epopeya, que es un cantar de gloria,
las manos de sus hijos, infame, mancilló:
¡El nombre de sus héroes huyó de la memoria,
y se levantan himnos en nombre del traidor...!


¿Qué queda de mi Patria? Su tricolor bandera,
dicen que no es la misma que en otros tiempos era,
que Unión ya no nos pide, que ya no es Religión;
Qué el resplandor rojizo de una infernal hoguera
de odios implacables, su rojo se tiñó...


¿Qué queda de mi Patria? Las losas funerarias,
que ayer veíanse envueltas en rosas y plegarias,
sacrílega la turba llegó y las arrancó.
Y al polvo de los héroes llamó polvo de parias,
y las cenizas santas se llevó el aquilón...


¿Qué queda de mi Patria? El Dios de mis mayores,
Él único que puede calmar nuestros dolores,
El Cristo de mis padres, ¡mi Cristo! ¿dónde está?
¡Escupen nuestros rostros llamándonos traidores,
si intentan nuestros labios su Nombre pronunciar!


¿Qué queda de mi Patria? No tiene ya valientes,
sus niños, no son niños... pues no son inocentes;
sus hijos no son ángeles... no tienen ya pudor;
sus viejos no son viejos... hay manchas en sus frentes;
sus madres no son madres... les falta corazón...!


¿Qué queda de mi Patria? Cerrados sus Santuarios,
están llenos de polvo y rotos sus Sagrarios y,
la santa nave, sola; sin fieles y sin Dios...
Y mudos y sombríos sus altos campanarios,
parecen mausoleos de un pueblo que murió.


¿Qué queda de mi Patria? Mañana, cuando truene
la voz de los cañones, si el extranjero viene
e intenta destrozarnos... ¿por quién iré a luchar?...
¿Pueden arrebatarle su Patria a quien no tiene?...
¿Al huérfano su madre, le pueden arrancar?


¿Qué queda de mi Patria? ¡Una fulgente estrella
que en lo alto del bendito Tepeyac descuella,
bañando en la luz purísima el mundo de Colón!.
¡Mi Patria aun no ha muerto, que de mi Patria es Ella
la gloria, la esperanza, la vida, el corazón!


La Patria no ha muerto; no ha muerto, mexicanos.
La Celestial Morena, la que nos hizo hermanos,
la que nos hizo libres, está en el Tepeyac.
Que tiemblen los infames, que tiemblen los tiranos,
que canten los clarines de eterna libertad.


Por Ella lucharemos hasta el postrer instante;
por Ella, venceremos al colosal gigante
que intente destrozarnos, y, si él es vencedor,
tendrá bajo sus plantas a un pueblo agonizante,
que muere por su Virgen, que muere por su Dios.



Mons. Vicente María Camacho (1886-1934), Obispo de Tabasco.

sábado, 21 de septiembre de 2013

IMPRECACIÓN EN LA HORA DECISIVA: UN ARTÍCULO DE 1931, DE JOSÉ MARÍA SALAVERRÍA


 
 
 
José María Salaverría yacía en el olvido hasta que Manuel Fernández Espinosa lo ha venido a rescatar para RAIGAMBRE, en los -hasta ahora- dos artículos aquí publicados y que llevan por título "La afirmación española de José María Salaverría" (1ª y 2ª parte). Este fuerte vasco siempre fue un autor incómodo por su defensa a ultranza del españolismo.

Estaba recién proclamada la II República cuando José María Salaverría escribía el presente artículo en LA CONQUISTA DEL ESTADO. Su título es de por sí una declaración de intenciones: "Imprecación en la hora decisiva" y es una de las pocas colaboraciones externas que recibió LA CONQUISTA DEL ESTADO de Ramiro Ledesma Ramos: cabe mencionar que fueron pocos los que escribieron con Ledesma Ramos. Entre esos valientes que firmaron en LA CONQUISTA DEL ESTADO podemos contar al versátil Ernesto Giménez Caballero; al párroco rural de Valdecañas del Serrato, D. Teófilo Velasco; a Bermúdez Cañete; a Juan Aparicio y a nuestro José María Salaverría. Este artículo, escrito en una hora decisiva para España, merece la pena recobrarlo de la hemerotecas. Con ello se pone de manifiesto que los patriotas españoles estaban dispuestos a ofrecer toda su colaboración a la flamante II República Española, siempre y cuando ella trabajara por hacer respetar a España. Por desgracia, las directrices de esta República estaban dictadas desde las logias masónicas y, más tarde, desde la U.R.S.S. de Stalin. Y ante la imposible reconciliación entre el internacionalismo asesino de los pueblos y el patriotismo, custodio del ser de los pueblos, hubo de estallar el conflicto.
 
 
IMPRECACIÓN EN LA HORA DECISIVA 
 

Por José María Salaverría
 
Como aviso a los que acaso pudieran haberse figurado que la implantación de una República se reduce a prolongar el jolgorio del martes de Carnaval, o anticipar las verbenas de San Isidro, el Gobierno se apresuró a decir que ahora todos se deben poner a trabajar. Pero el aviso pudo igualmente rebotar en los mismos hombres que tienen en sus manos el manejo de la República; es decir, de España. ¿Qué han pensado hacer con la República y con España? Ahora, lo importante y lo dramático consiste en saber el tono, el acento que darán a nuestra nación. ¿Sabrán ser duros?
 
Me anticipo a descomponer la palabra dureza en sus dos sentidos esenciales, descartando inmediatamente el sentido de crueldad, de venganza, de represalias sangrientas. No ; ahora se trata de la otra especie de dureza. Se trata de hacer una nación que suene a cosa resistente. Una República como Francia, dura y entonada: eso va bien. Pero hay el riesgo de convertirse en una Austria indefensa, o en un Portugal, que parece la nación que ha desaparecido en el Atlántico. Mediante un régimen candorosamente federativo, aun puede convertirse España en algo más infeliz y bobo que Portugal y Austria.
 
Hay, en fin, el peligro de caer en la blandura o de acentuar, mejor dicho, esa carrera de blandenguería que sigue España desde hace mucho tiempo. Es lo que le perdió a Primo de Rivera, aparte su privación de toda cultura. También él se figuró que podía gobernarse campechanamente, dejando al buen pueblo de Madrid que se expansionase en aire de continua verbena. «Sed buenos chicos, y a trabajar y divertirse ..." No; así no se ponen en pie las naciones. Es necesario ser duro, tener hueso por dentro, para mantenerse de pie con fuerza. Se toca a Inglaterra, a Francia, y suena a duro. A inflexible. A una voluntad y un pensamiento. Saber profundamente lo que se quiere; esta es la cuestión. El romántico Maciá (catalán puro), ése sabe muy bien lo que quiere; por lo pronto se ha apoderado del Estado catalán, y después ya veremos quién se lo quita.
 
 
Malo es que se entregue el destino de una nación a un hombre sin cultura; pero también es peligroso que una nación quede en poder de unos hombres con exceso de literatura. Hombres para quienes la doctrina es lo primero y la nación lo secundario. Que tienen prisa por implantar sus programas utópicos, de un idealismo internacionalista, sin considerar que hoy, más que nunca, los pueblos tienden a una concentración nacional de fuerte tipo defensivo. No es tiempo de doctrinarismos. Las naciones se gobiernan con el sistema que pueden, con república o monarquía, con parlamentarismo o dictadura ; lo único que les importa es la nacionalidad, y todo cuanto de trascendente histórico y de realidades amenazadas va comprendido en ella. Mucho mejor, naturalmente, si el pueblo consigue hacer su camino con un régimen de dignidad política.
 
Y aquí les llega a los hombres de la República el momento comprometido. Tienen que hacer una operación moral difícil, un cambio de frente en sus ideas respecto de la patria. Tienen que convertirse en patriotas los mismos que repugnaban antes el patriotismo. Necesitan pensar exclusivamente en España los que antes sólo pensaban en la doctrina democrática. Había monárquicos que hablaban convencidamente de la consustancialidad de España y la Monarquía ; idea para hacer reír, desde luego. Pero muchos de los hombres radicales les daban la razón ; ellos también, sin caer en la cuenta, confundían a la Monarquía con la patria, y en su odio al rey se sobrepasaban hasta odiar, digamos menospreciar, a la patria. España era la cosa inservible, miserable, deshonrosa, llena de militares sin valor y de glorias históricas falsas, habitada por una raza bajuna y cavernaria. Pues bien, no tendrán más remedio que convertirse a la religión del patriotismo. Como todos los republicanos del mundo. Como los republicanos franceses y alemanes, chinos y argentinos, turcos y Yanquis. Si no quieren que España se les convierta en una cosa boba. La cosa blanda que los extranjeros miren con asombrada conmiseración.
 
Conviene no perder de vista el hecho siguiente: la República se ha establecido en Barcelona a impulso de un fervor nacionalista, exclusivamente nacionalista catalán, y en Madrid, al contrario, por una especie y desvalorización de la tradición nacionalista española. Mientras en Barcelona el sentido de la patria catalana se hace reaccionario; tradicionalista y sentimental histórico (resurrección de la Generalitat medieval, apoteosis de la fiesta de San Jorge, supresión de las provincias de tipo constitucional y moderno), en Madrid se dejan ir por la pendiente de las dejaciones, hasta caer en la sensiblería federal. Toda la responsabilidad contraída por Madrid en estos últimos siglos con respecto a la nación española está en el aire, expuesto a debilidades y equivocaciones que costaría mucho tiempo reparar.
 
Por eso es tan grave la posición de los hombres de la República. En la hora presente no hay más que voces de optimismo; todas son bellas palabras de amor y de confianza. Pero los motivos profundos siguen ahí latentes. Por eso también, cuando se pondera el humor normal y sensato con que la muchedumbre vive dentro de la República, no logra uno entusiasmarse demasiado, porque hay la sospecha de que en ese vivir tranquilo y alegre se oculta el viejo pecado español: la blandenguería. Es decir, el pasar de un régimen a otro sin excesivos sobresaltos. El que todo siga como si tal cosa. El da lo mismo lo uno que lo otro. Recuérdese que a los cuatro días de haber dado su golpe de audacia Primo de Rivera, Madrid y toda España reanudaron su vida normal con un contento absoluto.
 
Yo no soy más que un escritor suelto y libre, que sólo piensa en una cosa: España. España es mi propiedad ; puede decirse que la única propiedad que poseo. Antes España estaba en manos de un rey; ahora se halla en poder de la República. El dramatismo del cambio imprime un incontenible temblor a la pluma... ¡Guardadme a España! Libradme a España de toda estupidez, de toda frivolidad e incoherencia, de toda renunciación y blandura. ¡Hacedme dura a España!
 
(LA CONQUISTA DEL ESTADO, 2 de Mayo de 1931, núm. 8.)