RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 25 de julio de 2013

DEL ÁFRICA ESPAÑOLA



El presente artículo fue publicado en la "Revista Cultural Órdago de Torredonjimeno", en el  año 2008. Seis años antes, en el 2002, los militares marroquíes invadieron con armas y soldados, la tierra española sin mediar provocación alguna por parte de las autoridades de España. Ese atentado a la soberanía nacional pasó a la Historia como: “El incidente de la Isla Perejil”. Desde esa fecha, la radicalización de las políticas marroquíes para con el pueblo Español, han ido creciendo, pasando a ser agresivas e irracionales y llegando incluso a poner en peligro la estabilidad de la zona.

Con los presentes artículos tratamos de establecer una visión general del panorama hispano-marroquí, dejando de forma clara y concisa, la falta de legitimidad histórica del pueblo marroquí a la hora de reclamar como suyos, los territorios de Ceuta, Melilla, o incluso el Sahara.  


"Uniforme de los soldados españoles durante la campaña de 1859-1860"


España durante la campaña militar de Marruecos: 1859-1860


España escudo de Europa.
            La península Ibérica es la zona más occidental de Europa, y se encuentra separada del continente Africano por el Estrecho de Gibraltar, puerta natural que han utilizado desde la antigüedad las invasiones norteafricanas para penetrar en la península Ibérica  e intentar la conquista del continente europeo.  En los tempranos años 171 o 172 d. C. Durante el reinado de Marco Aurelio, ya hay constancia de fuertes invasiones por parte de tribus “mauris” (moras) que asolaban la Bética: “en una expedición cuyo objetivo era la consecución de botín”. Comenta el historiador F. J. Sanz Huesa al hablarnos sobre esas invasiones. (1) El problema se solucionaría años más tarde bajo el emperador Diocleciano al reformarse las provincias Hispanas e incluir una provincia más en el norte de África, la Tingitania, que evitase fuertes invasiones como las anteriores.

            En los albores del siglo VII d. C. España era gobernada por los reyes visigodos que, por razones de credo religioso y de sucesión electiva, estaban enfrentados entre partidos. Es el rey Recaredo el primero en convertirse al cristianismo abjurando de la herejía arriana (2) hecho que causó una agudización de las diferencias con sus adversarios, los cuales también pretendían ostentar la corona de “Rex Visigothorum”. Los visigodos que no aceptaron el catolicismo, los arrianos, veían en la nueva forma de religión africana, el “Islam” (vocablo que en árabe significa “sumisión”), muchos parecidos con su herejía, por lo que no dudaron en aceptar a los musulmanes como aliados para derrotar a los católicos, con la finalidad de obtener tierras y dominios. Pactada la traición, en el año 711, en las inmediaciones del río Guadalete, se enfrentaron los ejércitos cristiano y árabe. D. Rodrigo, rey visigodo convertido al catolicismo, traicionado por sus ambiciosos adláteres, es derrotado y muerto en la batalla. Los árabes acceden a la península, y lejos de contentarse con el botín pactado, traicionan a sus aliados para penetrar más adentro en los reinos peninsulares y ocupar por la fuerza la España visigoda.

            Los traidores que abrieron las puertas a los árabes facilitándoles la entrada a la península Ibérica no sabían el tiempo y sangre que costaría tamaña traición. Durante casi ocho siglos, los árabes campearán por Hispania haciendo de ella un territorio sometido a su voluntad. Diferentes reyes cristianos empezarán una labor de reconquista que culminará con la liberación de España de los árabes en 1492 de la mano de los Reyes Católicos con la toma de Granada, último reducto islámico en la península y de la Europa cristiana.
            El Islam jamás perdonará a España y a los españoles ese hecho, ya que hemos sido el único pueblo de Europa que, después de un sometimiento al Islam de siete siglos, no sólo no lo




"Mauris. Moros en la Tingitania española"

 
aceptamos como religión, sino que fuimos capaces de expulsarlos de la tierra que habían ocupado por la fuerza y devolverlos al continente africano.
            La política de los reyes venideros será la de establecer una frontera natural en el norte de África, la Tingitania que actualmente se conoce como el Magreb, que evitase posibles acometidas o invasiones en el futuro.

La Campaña de Marruecos

            Desde antiguo los enfrentamientos entre españoles y marroquíes han sido una constante. En 1859, tiene lugar la “Campaña Militar de Marruecos”. Como indica el escritor César Alcalá en su obra (3) sobre la campaña de 1859: “O´Donnell estaba esperanzado. Creía que el bienestar económico y la campaña de Marruecos devolverían a los españoles aquel aliento de patriotismo, perdido desde hacía tiempo y todo volvería a la tan deseada normalidad”. (4) Lo cierto es que no sirvió totalmente para los propósitos deseados, y lo que fue una victoria militar, con el paso del tiempo sería una brecha que desangraría a la juventud española encuadrada en el ejército sin remedio.
            El pretexto utilizado por el ejército español para entrar en guerra con Marruecos, fue el siguiente.
            El gobernador de Ceuta de aquella época, el Sr. Gómez Pulido, inició la construcción de un cuerpo de guardia fortificado que sirviese de defensa a la ciudad por ese lado, pero fuera de las murallas, esto es en terreno neutral. Los marroquíes consideraron que se estaba edificando en terreno que les pertenecía según el tratado anteriormente firmado entre ambos países. Como consecuencia, las obras que se realizaban por la mañana eran destruidas por la noche a manos de los marroquíes. La tensión llegó a tal punto, que un día los marroquíes destruyeron la piedra que delimitaba la frontera con aquel país, cebándose con el escudo de armas que representaba a la nación española.
            El ultraje al escudo de armas, en una sociedad decimonónica donde los valores y el sentido del honor estaban muy presentes no podía quedar sin contestación. Se solicitó al rey marroquí que restituyese el honor de los españoles mediante una serie de actuaciones, más con el ánimo de guardar las apariencias que de agigantar un suceso intrascendente. Pero no se llegó a ningún acuerdo positivo por ninguna de las partes, salvo excitar el ánimo de los marroquíes en su afán de venganza. Así las cosas, se utilizó dicho pretexto para comenzar una guerra contra los moros que sería conocida como la “Campaña de Marruecos” que se desarrolló entre los años 1859 y 1860, la cual tenía entre otras finalidades la delimitación del territorio español de forma clara.
            El comienzo de las hostilidades fue el 24 de octubre de 1859, y uno de los testigos privilegiados de aquellas luchas fue sin lugar a dudas el escritor D. Pedro Antonio de Alarcón, que tuvo el honor de participar en aquella contienda y dejar reflejadas sus impresiones en sus libros y novelas.(5)
Las luchas contra los moros se sucedieron con una crueldad inusitada. Las atrocidades a las que se sometían los ejércitos en combate eran terribles. Los españoles además de los rigores del clima y el territorio adverso, debían luchar con un enemigo mucho más cruel e invisible: el cólera; la falta de agua y la escasez de higiene harían más estragos entre los españoles que las balas que nos causaba la morisma (6). Al respecto de la crueldad practicada por los marroquíes en el combate nos comenta el escritor de Guadix lo ocurrido en una de las múltiples escaramuzas en las que participó: “ ...Vengando así la suerte que había cabido a algunos soldados españoles, a quienes los bárbaros y crueles marroquíes habían degollado y puesto en cruz, como escarnio




"D. Leopoldo O´Donnell y Jorris, mando supremo de las tropas españolas durante la guerra de África, gracias a la victoria en Marruecos obtuvo el título de duque de Tetuán"

 

hecho a Jesucristo”(7). Sucesos similares y atrocidades mucho peores serían una constante durante toda la “Campaña de Marruecos”. La brutalidad y crueldad no cesarán por parte de los moros. Esas prácticas perdurarán años después con la contienda de la Guerra de África, donde millares de soldados españoles morirán en las más crueles torturas inimaginables para las sociedades civilizadas.
Así las cosas no es de extrañar que el 18 de noviembre Leopoldo O´Donnell después de pasar revista a las tropas españolas en el puerto de Santa María les arengase de esta manera: “Soldados : Vamos a cumplir una noble y gloriosa misión. El pabellón español ha sido ultrajado por los marroquíes; la Reina y la patria confían a vuestro valor el hacer conocer a ese pueblo semi-bárbaro que ofende impunemente a la nación española”. (...) “Soldados: mostraros dignos de la confianza de la Reina y de la patria haciendo ver a la Europa que os mira, que el soldado español es hoy lo que ha sido siempre cuando ha tenido que defender el trono de sus reyes, la independencia de su patria o vengar las injurias hechas a la honra nacional...”(8)
Los combates se sucedieron en los días siguientes con desigual fortuna para ambos bandos. Pero al final, las armas españolas se terminaron imponiendo a los africanos, obteniendo notorias victorias en el campo de batalla. El ejemplo de los batallones vascos y catalanes fue singularmente heroico, como bien refleja el autor Pedro Antonio de Alarcón en sus “Diarios
El objetivo que se pretendía con la entrada en guerra con Maruecos tuvo su éxito relativo. En la Península las disensiones políticas de aquellos dos años cruciales fueron mitigadas por los sucesos de la “Campaña de Marruecos” El desembarco en la península de Montemolín, partidario de la facción carlista, fracasó, así como el intento del republicano Sixto Cámara de levantar en armas las guarniciones para forzar un golpe de estado. La bonanza económica obtenida con los ingresos que el ferrocarril estaba obteniendo como símbolo del progreso hacía que los españoles se las vieran muy felices en aquellos años, si no fuera porque más allá de las fronteras peninsulares, muchos soldados españoles dejarían su sangre y su vida y no regresarían jamás a sus hogares.
El final de la guerra fue firmado en una tienda de campaña entre O´Donnell y Mulay-el-Abbas, el 25 de marzo de 1860. En dicho tratado se ratifica la cesión a perpetuidad de una serie de territorios norteafricanos a favor de España, incluyendo la ampliación de las fronteras melillense y ceutí, junto con el pago de una indemnización como gastos de guerra. El éxito de aquella campaña sería, como se verá más adelante, relativo. Las hostilidades con las harcas marroquíes no cesarán, existiendo una prolongación larvada del conflicto, cuyas hostilidades culminarán con la nueva entrada en guerra pasados unos años.
Luis Gómez

NOTAS
(1) “Hispania Tardo romana y visigoda” Francisco Javier Sanz Huesa, Pág. 25 Ediciones Istmo 2007
(2) Ver el artículo de la revista Órdago n º 8, “Los godos una visión general”, Luis Gómez López, pp, 8 a10.
(3) La Campaña de Marruecos, 1859-1860”, César Alcalá, A. F. Editores de Historia Militar, 2005
(4) ibídem, p. 14
(5) Pedro Antonio de Alarcón reflejó sobre todo sus impresiones en su obra “Diario de un testigo de la Guerra de África
(6) Según César Alcalá en su obra, el total de muertos en África fu de 9034 hombres, de los cuales, 2888 lo fueron por la enfermedad del cólera, 786 lo fueron en el campo de batalla y otros 366 más lo hicieron a consecuencia de las heridas, Cit. César Alcalá, “La Campaña ...” pp. 164 y 165
(7) Pedro Antonio de Alarcón, “Diario de un testigo de la Guerra de África”, cit. De César Alcalá, “La Campaña de Marruecos, 1859-1860” p. 45.
(8) César Alcalá, Ibíd. p. 49

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