RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

miércoles, 29 de mayo de 2013

ISLAM Y OCCIDENTE

El autor de "Islam y Occidente", Marco Cimmino


A petición nuestra, Marco Cimmino nos ha honrado con esta contribución, permitiéndonos publicar la traducción de uno de sus lúcidos textos en primicia para nuestra bitácora de RAIGAMBRE. Es de agradecer la disponibilidad y gentileza con la que nos ha distinguido el historiador italiano al permitirnos traducir al español por vez primera uno de sus textos, publicados en la muy autorizada y recomendable revista Storia Veritá (revista que tenemos el gusto y el honor de enlazar aquí).

Merece la pena presentar a nuestro ilustre colaborador, habida cuenta del vacío cultural que impera sobre esta nuestra España contemporánea.

Marco Cimmino (Bérgamo, 1960) hizo su servicio militar en el 5º Regimiento Alpino y se licenció en Historia Medieval en Milán. Desde entonces ha compaginado la docencia con la investigación histórica, a la vez que con la actividad periodística, convirtiéndose en una de las voces más autorizadas en Italia. Su atención investigadora la focalizó en la Primera Guerra Mundial, especializándose en esta etapa. Es presidente del jurado del Premio Internacional I. F. M. S. de la Associazione Nazionale Alpini, miembro de la Sociedad del Museo de la Guerra de Rovereto y de la Sociedad Italiana de Historia Militar. Asimismo forma parte de la comisión científica del Festival Internacional de Historia de Gorizia y es socio académico del Grupo Italiano de Escritores de Montaña. En su faceta periodística podemos destacar que colabora con Radiouno Rai, en el programa “L’Argonauta”, y ha firmado numerosas cabeceras. También es autor de varios manuales didácticos de la asignatura de Historia para la Escuela Superior Italiana. Entre sus publicaciones más recientes cabe destacar “La conquista dell’Adamello”, “La storia Della scuola italiana. Cronaca di un desastre annuciato”, “Da Yalta all’11 settembre”, "Pellegrini in grigioverde” y “La conquista del sabatino”. Ha participado en tres antologías de cuentos fantásticos, al cuidado de G. de Turris: “Se l’Italia”; “Altri Risorgimenti” e “Apocalissi”.

"Islam y Occidente" es un texto que da buena cuenta de la lucidez del historiador italiano. Pensado para un número que la revista Storia Veritá dedicó a las relaciones entre el mundo occidental y el mundo islámico, Marco Cimmino se ocupa de precisar a modo de preámbulo las diferencias oportunas que permitan comprender un mundo y el otro. Con un exquisito respeto por el Islam, el autor se aparta no obstante de las interpretaciones simplonas que tanto abundan hoy en Europa, sobre todo en España, y que son el síntoma más notable de la crisis de valores que sufrimos, crisis debida al relativismo y a la endofobia preponderantes en un occidente secularizado que no se respeta a sí mismo. La receta que recomienda el historiador es el mutuo conocimiento y el recíproco respeto entre dos mundos que han sido vecinos durante tantos siglos, repletos de relaciones pacíficas y bélicas.




Europa, esa extraña aleación de germanos y latinos, unidos por el Sacro Imperio Romano-Germánico y la Cristiandad
 



Artículo original de Marco Cimmino


Introducción, Traducción y notas de Manuel Fernández Espinosa



Si la historia fuese realmente tal y como la imaginaba Giambattista Vico (1)*, esto es: si se caracterizara por el “corsi e ricorsi” el problema de la compleja y controvertida relación entre el Occidente cristiano y el Islam ni se plantearía, pues no habría nadie para contarlo, ya que, conforme a la regla, debiéramos estar todos islamizados. Esto se debe, en efecto, a que en el curso de la historia euromediterránea se ha repetido el mismo patrón: una historia hecha de hegemonías sucesivas, determinadas en cada ocasión por factores diversos, pero con una matriz común, que es la de la juventud o, si se prefiere, la del vigor étnico, que prevalece sobre la decadencia.

En efecto, en los últimos cuatro mil años de historia el testigo ha pasado por varias manos: de los pelasgos a los indoeuropeos, de los asiáticos a los aqueo-dorios, de los púnicos a los romanos, hasta los tiempos más recientes y más calamitosos, en los que, a manera de oleadas, los pueblos germánicos en plena expansión migratoria, se empujaban los unos a los otros hacia el oeste y hacia el sur, fundando reinos y destruyendo otros. Vándalos, visigodos, francos, sajones, burgundios, hasta los longobardos y, por último, los alamanes y húngaros, invadieron el continente, con un flujo casi continuo de migraciones, a veces pacíficas, pero con mayor frecuencia acompañadas de un séquito de terribles estragos, formando aquella extraña aleación de romanos y germanos que, entre el siglo V y el XI después de Cristo, ha dado vida a la Europa moderna.

En suma, la historia de Europa, hasta este punto, habría encarnado perfectamente aquella idea de “corsi y ricorsi” a la que aludíamos arriba. Pero, sobre el escenario de la historia aparecieron los árabes, y las cosas cambiaron definitivamente. Para comenzar, los árabes no eran un pueblo cohesionado, pequeño y combativo, como lo habían sido las tribus germánicas y tampoco tuvieron una tecnología superior, como la que tuvieron los aqueos con las armas de hierro, sino que eran una mezcolanza de tribus, dispersas sobre un territorio muy amplio, divididas por la religión y las costumbres. El elemento de cohesión, que los hizo tan poderosos y permitió una rauda expansión fue la fe: la predicación de Mahoma se transformó en una formidable energía propulsiva y la doctrina de la Yihad, de la difusión tanto pacífica como coactiva del Islam, fue el motor. No fue, por lo tanto, la búsqueda de mejores pastos y el botín de las razzias lo que impulsó a los ejércitos musulmanes a la conquista del Mediterráneo y de las estepas asiáticas, un vasto espacio para convertir, sino que fue una empresa fanática de los misioneros en armas. El equivalente de las invasiones bárbaras, pero con el Corán debajo del brazo, en otra época y sobre otras líneas directrices.

Hay que decir que los árabes o, al menos, la "civilización andalusí* alcanzó precozmente elevados niveles de cultura y refinamiento: lo que nos permite dudar del axioma según el cual un pueblo grosero y belicoso tiende a prevalecer sobre un pueblo refinado y pacífico. En el caso de la guerra de España, los rudos, en todo caso, fueron los caballeros visigodos y francos: Roldán, comparado a un guerrero musulmán andalusí, ofrecía todo el aspecto de bárbaro. Y no tenemos, sin embargo, que creer que las dinastías andalusíes y los soberanos hispano-godos invirtieron todo su tiempo libre degollándose los unos a los otros: desde el principio del siglo VIII que marca el afianzamiento musulmán en la Península Ibérica y hasta el final de la Edad Media, hubo intercambio cultural y comercial constante entre el Occidente musulmán y el Oriente cristiano, en una visión histórica que no sólo subvierte los estereotipos, sino que incluso trastorna nuestro imaginario geográfico, apegado a la idea de un oriente islámico y un occidente eurocristiano. Pero tampoco, en este sentido, conviene exagerar: hubo intercambios, y fueron cruciales para el renacimiento cultural europeo, que debe precisamente a estos contactos la recuperación de la cultura griega, que de otra forma se hubiera perdido (2)*. Pero decir esto no equivale a decir que las relaciones entre la España musulmana y la Cristiandad romano-germánica fueran idílicas: era una época de guerras y violencia. Fue, sin embargo, también una época en que las relaciones entre los poderes particulares sobre el territorio tuvieron un aspecto netamente privado, debido en gran medida a la ausencia de un fuerte control del poder central. Todo esto determinó una situación extremadamente diversa e irregular, que nos impide generalizar. En definitiva, la convivencia y la buena vecindad entre el Islam y la Cristiandad dependieron de las circunstancias y situaciones concretas: esto, sin embargo, permitió una influencia recíproca superior a cuanto se cree por lo común y más de lo que transmiten las fuentes que, recordemos, son ante todo literarias y, por lo tanto, quedan sujetas a inevitables amplificaciones de los aspectos polemológicos.

Cabe señalar, por ende, que las escaramuzas y guerras eran la norma de la vida cotidiana de la sociedad de aquellas calendas y se combatían, a menudo a título personal, en un ambiente de anarquía, "todos contra todos", y no tan solo por la diferencia religiosa, sino que, muy a menudo, resultaban ser diferencias y contenciosos entre miembros del mismo credo. Había, huelga decirlo, las guerras de religión: la historia de la "Reconquista", la de Navarra y Asturias, la misma historia de Francia, parte de la Liguria y de la de Italia, aportan abundantes testimonios, pero hay que decir que esta situación, a diferencia de aquella descrita arriba, no representaba la regla.

Henri Pirenne (3)*, en su celebérrimo ensayo “Mahoma y Carlomagno” postuló por vez primera, allá por 1937, la responsabilidad directa del Islam en la clausura efectiva de la experiencia política del Imperio Romano: desde entonces, esta visión se ha convertido, paulatinamente, en la dominante, hasta haber sido aceptada a todos los efectos en la historiografía occidental. Si lo pensamos, en el fondo, la culpa principal de la expansión árabe de los siglos VII y VIII fue justamente ésta, y la desconfianza y el miedo de occidente desfondaron las propias raíces en este terrible hiato, que ha separado las dos orillas del Mediterráneo, creando una fractura entre África y Europa que a día de hoy existe todavía: para los romanos, no había una diferencia sustancial entre Leptis Magna y Neapolis, porque siempre fue Roma en cualquier parte. Podemos decir que la geopolítica euromediterránea moderna tuvo su origen en este imponente fenómeno, que se convirtió en el tema dominante de una relación tan difícil y que traería tantos acontecimientos. Otro error de valoración que, a menudo, se comete (y digamos también que se comete por el bizantinismo de los nombres altisonantes e incluso ante las cámaras de televisión) es el que confunde la civilización árabe con la expansión turca, que tuvo un carácter harto peculiar.

"Don Rodrigo en la batalla de Guadalete", óleo de D. Marcelino Unceta y López (1835-1905), obra de 1858, Museo de Zaragoza


La primera oleada islámica, es bueno recordarlo, fue la acaudillada por la dinastía Omeya, que se expandió por África septentrional y por Asia, llegando a desdibujar las fronteras del Celeste Imperio (China): todavía bajo los Omeyas, en la batalla de Karbala (año 680) se produce la fractura principal en el seno del Islam, dividiéndose éste en sunnitas y chiítas. Sin embargo, la batalla de Guadalete*, entablada contra los visigodos en el año 711, permitió a los árabes conquistar la mayor parte de España: pero, con todo y con eso, la era de los Omeyas estaba tocando a su fin. Serán sucedidos, tras la Batalla del Gran Zab (año 750), por la dinastía de los Abasidas, ligada a un florecimiento de las artes en el mundo islámico. Pero, en realidad, bajo la hegemonía de los Abasidas también vino a crearse progresivamente una serie de potencias semi-independientes, como la de los almorávides en España o los fatimíes en Egipto: podemos decir que esto se convirtió en norma del imperio islámico, que se transmutó en una multitud de pequeños estados independientes "de hecho", aunque no lo fueran "de derecho".

El Islam de Anatolia nació de supuestos muy diferentes al Islam originario y tuvo, en todo caso, caracteres comunes con las migraciones germánicas de los siglos V y VI: los turcos eran un pueblo joven, dinámico y violento, mucho más rudos que las dinastías árabes a las que usurparon el territorio y el papel preponderante. Comparecieron más tarde y más tarde se convirtieron al Islam, con el fanatismo propio de los recién llegados. También tenían rasgos completamente distintos en lo militar y en el modo de expandirse. Después de la conquista de Constantinopla, se mueven en dirección noroeste, en vez de hacerlo hacia el suroeste, esto tal vez ocurrió por parecerles los territorios de los Balcanes más semejantes a los lugares de donde procedían, así como el norte de África debió parecerles a los árabes el terreno ideal para propagarse en su primera oleada. Sin contar también que los turcos habían eliminado, gradualmente, los dos mayores obstáculos para una penetración islámica en la cuenca del Danubio, a saber: el Imperio Bizantino sobre tierra firme y Venecia sobre el mar: esta larga onda expansiva disminuyó solo después de la terrible debacle de Lepanto* (año 1571) y, sobre tierra firme, tan solo en los albores del siglo XVIII, en la época de Eugenio de Saboya.


Los Húsares Alados, caballería polaca y lituana, que se distinguió en su intervención para levantar el Sitio de Viena

Por lo tanto, la amenaza islámica sobre Europa se localiza, en rigor, en dos momentos precisos, muy diferentes por motivaciones y alcances: la primera fase de expansión es la que va, más o menos, desde los inicios del siglo VIII hasta el final del IX; la segunda es la penetración turca en el Mediterráneo central y en los Balcanes, que tuvo lugar entre el siglo XV y el siglo XVIII. Todo ello, salpicado de enfrentamientos y conflictos de carácter episódico o circunscrito. Sin embargo, las huellas profundas de esta relación ambivalente están presentes en casi todos los lugares de Europa: las torres vigías demuestran una preocupación constante por las correrías de la morisma, las periódicas colectas por el continente para armar tropas y navíos son una constante de la legislación medieval. Las cruzadas no terminaron en el siglo XIV, sino que continuaron, incluso en el vocabulario político, hasta la edad moderna: eran, por así decirlo, la nota distintiva de la Cristiandad, hasta las postrimerías del Siglo de las Luces*.

Así pues, a la luz de lo transcurrido, ¿es posible prever una convivencia pacífica entre el Islam y el mundo occidental?

Empecemos por decir que, como siempre, hay un islam y otro tipo de islam, así como hay un cristianismo y otro tipo cristianismo: como europeos, tenemos la tendencia de no hacer demasiados distingos dentro de lo que sucede fuera de nuestro universo. En cambio, para comprender las múltiples relaciones que Europa está trabando con el mundo musulmán, es necesario aceptar el hecho de que aquel mundo también ha vivido tormentosas divisiones y verdaderos cismas en su seno y que, hoy como ayer, es cualquier cosa menos algo homogéneo. Las crónicas periodísticas nos ponen ante los ojos constantemente el profundo contraste que divide a los chiítas y a los sunnitas: no se necesita mucho tiempo para darse cuenta de que hay un Islam moderado, al lado de un fundamentalismo que tiene, es inútil negarlo, las características de una auténtica xenofobia. Así somos nosotros también, por otra parte: y también hemos experimentado terribles cismas y guerras feroces de religión. Sería equivocarse del todo considerar al Cristianismo y al Islam, cada uno por su parte, como fenómenos unívocos y ecuménicos.

De aquí podemos extraer una primera conclusión: la historia nos enseña que hechos y fenómenos nacen y existen bajo la bandera de la multiplicidad y no de la unicidad. Por esta razón, carecería de sentido el ocuparse de relaciones entre Europa y el mundo musulmán sin tener en cuenta esta multiplicidad: un análisis que no parta del dato fáctico de encontrarnos en presencia de una religión, que es también fuente de derecho, enormemente mudada y mutable, según las épocas y lugares, es un análisis que no puede llevar a ninguna conclusión científicamente aceptable. De hecho, la sensación es que, en casos como este, muchas veces la historia es sólo un instrumento demagógico para reforzar algunas tesis políticas. Y las buenas prácticas, por lo tanto, se confían a una terminología que tenga en cuenta esta variedad y complejidad, hablando de “mahometanismos” en plural, en vez de hablar de un único y monocromático mahometanismo en singular. El empleo del plural, entre otras cosas, permite subrayar que, habida cuenta de estas variaciones sobre el tema islámico, no siempre se han mantenido caracteres exclusivamente religiosos, sino que se han mezclado a menudo factores que tienen poco de religiosos.

Sea una postrera consideración: el mundo islámico ha nacido casi seiscientos años más tarde que el Cristianismo, sin contar que este último ha podido contar con una base territorial homogénea por cultura, lengua y tradición, cosa que los musulmanes obtuvieron al precio de largos y fatigosos esfuerzos. Va de suyo que el mundo islámico, comparado con Occidente, presenta un vacío en términos de cultura jurídica y social: en la práctica, el estadio de evolución antropológica del Islam es, en algunos aspectos, similar al de la Europa tardomedieval. Aunque se consideren los factores osmóticos (de recíprocas influencias), los intercambios, los contactos: a pesar de todo eso, es innegable que algunos aspectos de la cultura islámica nos resultan inevitablemente primitivos, especialmente en lo que concierne a la doctrina social. Porque, en el fondo, es como si, en el curso de su evolución, la Ilustración* no hubiera llegado a los musulmanes. Lo cual sea dicho no para polemizar con el mundo islámico, sino para tratar de explicar fenómenos y conductas, que de otro modo resultarían muy difíciles de comprender. Por otro lado, la Doctrina Social de la Iglesia, en las últimas tres centurias, ha experimentado enormes cambios: no hay motivo para creer que esto no pueda verificarse algún día también en la religión mahometana.

En conclusión, el tema entraña problemas complejos: bienvenido sea el esfuerzo común de todos para abrir un camino de convivencia pacífica que, para ser posible, pasa a través de la recíproca comprensión. Es, precisamente, el cabal concepto de reciprocidad el que siempre ha faltado en las relaciones entre estos dos mundos: en el fondo, actualmente, la actitud de la Iglesia frente al universo musulmán consiste simplemente en acogerlo, sin pretender nada a cambio. Lo cual es digno de alabar, considerándolo desde la caridad, pero cruje sobre el terreno de la historia. Especialmente, teniendo en cuenta la espantosa crisis de valores que Europa está atravesando. Una experiencia de quince siglos nos enseña que el único modo de habérselas con estos vecinos nuestros, tan similares y tan distintos de nosotros, es ponernos sobre un plano paritario: en el mismo momento en que nos rebajamos, es cuando justamente (también en lo psicológico) se desencadena el mecanismo de la Yihad. El respeto ha de ser recíproco, como lo era en los tiempos de la España andalusí*. Ciertamente, se trata de una historia, como se decía al principio, controvertida y compleja: las Cruzadas, la Reconquista, Lepanto, Viena... Han dejado secuelas muy hondas y han cavado surcos que dividen más que unen. Es superándolos como puede pensarse un futuro de civilizada convivencia: nunca suprimiendo esos surcos. Pues la historia, cuando se sepulta bajo la mentira y el olvido, invariablemente, retorna. Y tal vez lo haga bajo la forma de íncubo.

NOTAS:

1. Giambattista Vico (Nápoles, 1668-Nápoles, 1744) fue abogado y un notable filósofo de la historia. En 1725 publicó por vez primera su obra "Scienza nuova", que más tarde conocería otras dos ediciones ampliadas en vida del autor. Una de las expresiones que caracterizarían su rico pensamiento fue la de "corsi e ricorsi". Para Vico el progreso no es indefinido ni puede serlo. Por el contrario, la ley de Vico implica la decadencia y la desaparición de las culturas y, por lo tanto: "el retorno al principio". Observando el proceso del origen, desarrollo y ocaso de las sociedades, el filósofo napolitano extrajo reglas. El número 3 preside el sistema de Vico que establece para cada nación tres especies de naturaleza, tres especies de costumbres y tres especies de derechos naturales, tres especies de gobierno, tres especies de caracteres, tres especies de autoridad y tres "clases de tiempos": divino, heroico y humano. Uno de los primeros introductores de Vico en los círculos intelectuales españoles fue nuestro D. Juan Donoso Cortés que, entre septiembre y octubre de 1838, publicaría una serie de artículos sobre la Filosofía de la Historia de Vico en "El Correo Nacional" [que se vieron incluidas por el hispanista Hans Juretschke, encargado de compilar la obra donosiana, en las "Obras completas de D. Juan Donoso Cortés", tomo 1 (Madrid, 1946)]. Recomendamos su lectura. Para una aproximación al pensamiento de Vico recomendamos también la lectura del ensayo de Isaiah Berlin, "Vico y Herder: dos estudios de historia de las ideas" (año 1976).

2. En efecto, el occidente latino tuvo que prescindir de la mayoría de las obras que componían el Corpus Aristotelicum. El mundo islámico sí que pudo acceder a muchas obras aristotélicas, tras la conquista de Siria, en donde se conservaban textos aristotélicos en posesión de las comunidades cristianas de oriente. En Bagdad, los califas Abasidas (750-1258) fundaron una escuela en la que sabios musulmanes tradujeron al árabe obras del Estagirita. Al-Kindi, Al-Farabí, Avicena emplearon obras de Aristóteles, aunque muy mezclado con Platón; obras que se habían perdido para la Cristiandad hasta que los musulmanes las trajeron a Córdoba. Aquí, en Córdoba, Averroes se aplicó a purificar los textos. Las escuelas de traductores, tanto de Toledo como del Sur de Italia, contribuyeron a rescatar los textos de Aristóteles para la Cristiandad. Santo Tomás de Aquino realizaría la gran síntesis entre el pensamiento peripatético y el cristianismo, a despecho del averroísmo latino que desató las razonables sospechas de la Inquisición, puesto que los secuaces de Aristóteles -musulmanes y cristianos- se servían de una hermenéutica que, como la de Averroes, no podía aportar una conciliación razonable entre Fe y Razón; cuestión que definitivamente salvó el Aquinate.

3. Henri Pirenne (Verviers, 1862-Uccle, 1935) fue un famoso historiador belga, profesor de Historia desde 1892 hasta 1935 en la Universidad de Gante. Pirenne rompió con el inveterado prejuicio que sostenía la tradición historiográfica, cuando ésta fijaba el principio de la llamada Edad Media con la Caída del Imperio Romano de Occidente. En el año 476 Odoacro, régulo de los hérulos, depuso al último emperador romano, Rómulo Augústulo, y la historiografía tradicional entendía que acababa la Antigüedad y comenzaba la Edad Media. Sin embargo, el historiador belga defendió la novedosa tesis propia de que los bárbaros no truncaron la continuidad del Imperio, aunque vencieran a los romanos, sino que lo prolongaron hasta la invasión árabe de Europa en el siglo VII, que se convierte así en el acontecimiento que para Pirenne abre la Edad Media.

(*) Los asteriscos sin numerar corresponden a ciertos términos y expresiones que hemos traducido a la manera española y que queremos comentar aquí, para dar cumplida cuenta de nuestra labor. Tenemos que precisar que, pese a los intentos supranacionales de uniformarlo todo en Europa, el vocabulario que maneja la historiografía varía de país a país.  En ese sentido, el texto original de Marco Cimmino, pensado para italianos, emplea un nomenclator que difiere del que se estila en la historiografía española: por ejemplo, en el texto original la Batalla de Guadalete (711), en la que se eclipsó el Reino Godo de Toledo y el último de los reyes godos desapareció, es denominada Batalla de Jerez de la Frontera en el texto original. Y, siguiendo la tradición veneciana, la Batalla de Lepanto es llamada Batalla de Curzolari. Hemos preferido traducir según la tradición española, pensando en nuestro público hispanohablante. También hemos traducido como "Ilustración" lo que, sabido es, se usa en Italia llamando "Illuminismo": nos referimos, para ponernos de acuerdo, a lo que en alemán se llamó "Aufklärung". Sí que hemos traducido "Siglo de las Luces" cuando el autor lo ha escrito así en italiano. También precisamos que en italiano hemos encontrado la expresión "civiltà mozarabica" que nosotros hemos traducido como "cultura andalusí", puesto que en España se entiende como "mozárabes" a aquellos hispano-godos cristianos que tuvieron que vivir en territorios ocupados por el poder islámico en régimen de sumisión. Siempre que el lector se encuentre con un término de la familia "andalusí" es cosecha nuestra y traducimos con ello lo que en italiano figura como "mozarabico": lo propiamente musulmán durante la ocupación de la Península Ibérica por parte islámica.



Giambattista Vico


LA CONTRA-REVOLUCIÓN EN EL ABATE LORENZO HERVÁS Y PANDURO (2ª PARTE)

Hervás y Panduro

LORENZO HERVÁS Y PANDURO Y SU OBRA "CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN DE FRANCIA"
Luis Gómez López



La religión de los filósofos: El ateísmo.

Los filósofos, señor mío, han dogmatizado el ateísmo y la rebelión a los soberanos con sus libros y con estos han corrompido la mente y las costumbres de innumerables personas y han formado inmenso partido para arruinar el altar y el trono”. El abate conquense ya lo tiene claro en esas tempranas fechas. El objetivo de los filósofos, los calvinistas, los jansenistas y los masones es la destrucción de los pilares fundamentales de la sociedad de su época. Para los filósofos, la razón es su dios, y el Dios de los religiosos no es más que un estorbo para sus fines. Sólo les impide avanzar más deprisa una cosa: la educación. Sobre este aspecto nos indica el autor: “Más este modo de obrar de los ateístas les parecía lento, y por esto pensaron en apoderarse de las escuelas públicas para hacer con facilidad y seguridad innumerables prosélitos”. La fuerza de esta observación hecha en el s. XVIII es incuestionable.

En la actualidad podemos ver en España este problema casi de continuo en los telediarios, donde los partidos políticos se afanan en “adoctrinar” a los jóvenes estudiantes mediante la inserción de asignaturas como Educación para la Ciudadanía, o la tergiversación histórica que se realiza en los manuales de estudio de algunas comunidades autónomas, donde se falsea la asignatura de Historia para adecuarla a los intereses de los partidos nacionalistas separatistas. 

Según nos adelanta D. Lorenzo, en el año 1786, el elector bávaro-palatino se apoderó de ciertos papeles pertenecientes a un individuo que profesaba en una logia “de los llamados iluminados francmasones”, y descubrió que éstos, “después de la destrucción de los jesuitas, se habían apoderado de sus cátedras o maestrías públicas, y fundaron después las famosas escuelas llamadas normales para corromper en ellas la juventud”. El Krausismo haría acto de aparción décadas después, ya en el siglo XIX, en España. Esa forma de “enseñar” sería propalada por Francisco Giner de los Ríos (1839-1915) a través de la Institución Libre de Enseñanza, y aún hoy en día, se puede decir que goza de cierta aceptación por parte de individuos de izquierda. 



Orígenes de la francmasonería.

Lorenzo Hervás dedica en su obra un amplio análisis a desentrañar los orígenes de la francmasonería, a explicar –someramente- los grados, los tipos, y como se organizan dichos sectarios. Para el jesuita conquense, los francmasones iluminados, son originarios de Alemania. “Este parecer (sobre dicho origen) se funda en un documento nuevo poco conocido, que es una carta erudita de Graudidier, en la que tiene usted noticias fundamentales del origen de los francmasones. La secta, pues, de éstos debe su principio a la junta o unión que los albañiles de Strasburg hicieron a mitad de siglo XV, y que después perfeccionaron con estatutos y aun con jurisdicción que les concedió el magistrado de Strasburg”.

Nuestro autor se equivoca al conceder a Strasburg (Estrasburgo) la nacionalidad alemana. Dicha localidad se unió a Francia en tiempos del rey Luis XIV en el año 1681. Bien es cierto que la localidad volvería a manos alemanas una vez concluida la guerra franco-prusiana, y ya no volvería a ser francesa hasta después de la I Guerra Mundial. Los “Iluminados de Baviera”, a los que parece hacer alusión Hervás, fueron creados por Adam Weishaupt (1748-1830) corriendo el año 1776 y según los historiadores, la causa fundamental de la creación de dicha asociación fue el “odio” que Weishaupt sentía por lo clerical, fundamentalmente por los jesuitas. En la universidad de Ingolstadt, donde impartía clases, el sistema educativo era jesuítico, y todos los profesores, menos él, participaban de la forma de impartir clases de los jesuitas. Adam creó un “club de lectura anticlerical” donde fue reuniendo a los alumnos más aventajados, y a los que fue instruyendo en sus principios y visión ilustrada de la sociedad a los adeptos.

Pero según la opinión del abate Panduro, los albañiles de otras ciudades de Alemania siguieron el ejemplo de Strasburg, se agruparon y dicha agrupación recibió el nombre alemán de haupt-huete, cuyo significado viene a ser el de lonjas, “… y de este nombre ha provenido el llamarse lonjas a las escuelas de los francmasones” aunque habríamos de decir que el nombre con el que mejor se las ha llegado a conocer por los estudiosos de este tema ha sido el de logias.

Los alemanes optaron por divisa de su asociación la libertad, y por emblemas los de su oficio. Según el abate, estos serían copiados por los ingleses en visitas posteriores. Panduro rechaza la teoría de que Cronwell fue el fundador de la masonería, así como el que ésta naciese en Francia (aunque ya hemos visto que bien pudo ser así, pues el propio autor la hace originaria de Estrasburgo). De las opiniones del falso conde Cagliostro (se cree que bajo ese nombre se esconde la personalidad de José Balsamo, 1743-1795, quien utilizaría el alias de Conde de Cagliostro y que ejerció como médico, alquimista y fue un gran masón Rosa Cruz además de propiciador de otras corrientes masónicas con rituales propios) desconfía, y se aferra más a esta hipótesis alemana como la más plausible. Sobre los orígenes de la masonería y sus ritos iniciáticos en España, la máxima autoridad sobre masonería es D. Ricardo de la Cierva, quien tiene publicado numerosos libros y trabajos al respecto.

Por su parte, la obra “Causas de la revolución de Francia” puede servir de complemento, ya que como advertimos al principio de este somero estudio, D. Lorenzo Hervás y Panduro fue coetáneo de muchos de los personajes que se supone grandes indicadores del movimiento masónico en Europa. Además, las lecturas de ciertos manuscritos o libelos, realizados por el abate, eliminan del lector las interpretaciones que segundas personas puedan haber hecho de ellos, formándose así una mejor opinión sobre lo expuesto y sobre el tema.    

De hecho, las conclusiones a las que llega el jesuita conquense sobre la masonería iluminada, son harto reveladoras. A lo largo de las sucesivas páginas, el abate llega a presuponer, no sin razón, que de haber triunfado en un principio los postulados de los masones en Europa “habían llegado ya a tal poder, que un profano (este nombre dan al que no es francmasón iluminado), por más insigne que fuese su ciencia y en sus obras, no sin suma dificultad llegaba a lograr un empleo”. Está claro que andando el tiempo, ciertas cuestiones masónicas parece que se han hecho realidad, y a día de hoy, en determinados puestos institucionales europeos, si uno no es de determinado “partido”, por muy docto que se sea, es imposible acceder al puesto de trabajo.  Por otra parte, queda claro para el autor, que las tres grandes fuerzas que convergen para destruir el trono y el altar son los filósofos (ilustrados), los masones y los jansenistas. Cada uno de ellos, actúa por su interés, pero confluyen en multitud de puntos, y juntos aúnan esfuerzos para conseguir sus objetivos. Para evitar el avance de la secta masónica, Panduro ofrece como alternativa la de preservar en la educación religiosa de los infantes y adolescentes durante la educación, así como la prohibición de las lecturas perniciosas que éstos masones puedan hacer o introducir en los Estados. 


Conclusión.

Don Lorenzo Hervás y Panduro escribió su obra siendo consciente de que la Revolución Francesa no fue una acción casual en el tiempo, sino que había por parte de ciertos sectores de la sociedad, una predisposición a que este tipo de hechos ocurriese. El excesivo énfasis que el autor de “Causas de la Revolución…” hace sobre el jansenismo es evidente en toda la obra. En esos años, los detractores de los jesuitas eran legión, y quienes más hicieron en Francia por oponerse a la Compañía de Jesús fueron sin lugar a duda los calvinistas y los jansenistas.

Por otra parte, el espíritu revolucionario estaba a flor de piel, y los masones con sus logias, se convirtieron en mensajeros de ese espíritu por todo el occidente conocido. Los enciclopedistas o ilustrados, sentían gran aversión por lo religioso. Estamos en el siglo de la razón, y por ello, el ateísmo, bien por moda o por convicción, se convirtió en droga que era consumida secretamente en los palacios y cortes europeas. Las posibilidades que esta nueva visión del mundo abría a los hombres poderosos e influyentes era muy grande. Por el hecho de pertenecer a una de las ramas de la secta, se accedía a información, a puestos de trabajo, a ascensos en el ejército, a influencia, y exclusividad. Todos pagaban gustosos el precio por entrar en una logia…, muchos no pudieron pagar el precio por salir de ellas y eso les costó la vida.

Con el paso del tiempo, el estudio de la masonería y sus implicaciones en las revoluciones de los siglos XVIII y XIX ha resultado más que evidente. En los EEUU de América, la gran mayoría de los fundadores de esa nueva nación eran masones iluminados, desde George Washington a Benjamín Franklin, pasando por muchos otros después.

En las provincias españolas de ultramar ocurrió tres cuartos de lo mismo, y la masonería jugó un papel importantísimo en la generación de revueltas o en la proclamación de líderes, que perteneciendo a la masonería, consiguieron sublevar y encabezar una revuelta local, siendo apoyada por sus hermanos masones europeos (Francia e Inglaterra principalmente) con el objeto de conseguir así el hundimiento de España como potencia y conseguir acceso a las rutas marítimas y obtener materias primas de los países latinoamericanos.

A día de hoy, hablar de masonería, se ha convertido en algo banal y sin importancia. La gente es incrédula o apática cuando menos sobre este asunto, pero se sabe con certeza que ciertos gobiernos y ciertas instituciones europeas, están dirigidas por masones de alto grado.

Por otra parte, el ataque que la religión católica y el papado reciben continuamente de ciertos lobbies de poder, es una clara y evidente continuación de un proyecto empezado hace siglos, y que espera la mejor oportunidad para asestar el golpe definitivo que termine la obra que otros iniciados ya comenzaron. 










BIBLOGRAFÍA

LEONARD GEORGE. “Enciclopedia de los herejes y las herejías”, Ediciones Robinbook, Barcelona, 1998.
HERVÁS Y PANDURO, LORENZO. “Causas de la revolución de Francia”, Ediciones Atlas, Madrid 1943.
MENÉDEZ Y PELAYO, M. “Historia de los Heterodoxos Españoles” Editado por la B. A. C. Madrid 1956
DE LA CIERVA, RICARDO “La Palabra Perdida. El triple secreto de la masonería. Orígenes internos, Constituciones y rituales masónicos vigentes nunca publicados en España” Editorial Fénix, Toledo, 1994
VV.AA, “Las enciclopedias en España antes de l´Encyclopédie” C.S.I.C. Madrid, 2009

lunes, 27 de mayo de 2013

POESÍA Y HAMBRE


LA CONTRA-REVOLUCIÓN EN EL ABATE LORENZO HERVÁS Y PANDURO (1ª PARTE)

Lorenzo Hervás y Panduro, S. J.



LORENZO HERVÁS Y PANDURO Y SU OBRA "CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN DE FRANCIA"

Por Luis Gómez López

El conquense Lorenzo Hervás y Panduro, (nacido en la localidad de Horcajo de Santiago el 10 de mayo de 1735 y fallecido en Roma el 24 de agosto de 1809), fue el menor de tres hermanos. D. Lorenzo había nacido de en el seno de una familia humilde, y optó por ingresar en la Compañía de Jesús en el año 1749. Los avatares que soportó la Compañía de Jesús en esos convulsos años del siglo XVIII (merced a la persecución y posterior disolución en España, Francia, Italia y Portugal), marcarían el devenir de los estudios y trabajos que posteriormente realizara Panduro en diferentes reinos europeos. Hervás y Panduro fue muy prolífico escritor ya que su obra escrita consta de más de 90 volúmenes donde alterna escritos en italiano y en español. Quizás su obra más destacada sea una enciclopedia en la que resume el saber de la época, obra dividida en varios volúmenes, de los que escribió, primero en italiano y luego, corregido y aumentado, en español.

Para los estudiosos, nuestro personaje es más conocido por sus tratados sobre lengua de signos que por este pequeño trabajo del que hablamos en este estudio, en donde el autor –ya anciano- diserta sobre las causas de la Revolución Francesa.

Pero sobre todo, lo que más nos interesa de su figura para este estudio, es la visión de los sucesos revolucionarios que tuvieron lugar en Francia durante la Revolución que allí se gestó, pues como contemporáneo, estaba al tanto de los entresijos y causas primordiales que favorecieron dicha “revolución” aportando numerosos nombres propios y datos sobre este tema.

Hervás expone a lo largo de la obra cuales fueron los causantes directos de la fuerza revolucionaria y demoníaca que sometió a Francia en esos años. Dice así nuestro autor: “Concluiré mi carta o tratado haciendo breve historia de las causas mediatas e inmediatas de la Revolución francesa. A esta observaré cuando aún era pagana, y después daré a usted breve noticia de las herejías que afligieron y maltrataron su cristianísimo” a continuación esboza lo que será el hilo de su obra en las páginas siguientes, apuntando primero a los calvinistas “llamada comúnmente la reforma y en Francia entendida vulgarmente con el nombre de religión de los hugonotes.” Sigue su disertación haciendo ver al receptor del escrito, que demostrará la mutación que el calvinismo ha hecho a lo largo de los años, para mostrar su verdadero rostro en 1789 “en qué se mostró perversa como era y había sido siempre”. Para el abate Lorenzo, el calvinismo no era más que una herejía “reinicida” (sic) que arraigó en Francia con más ahínco y que se ocultó bajo la apariencia de cristianismo, pero que estuvo alimentando revueltas y esparciendo semillas de paganismo propio de una secta, floreciendo gracias al manantial del filosofismo y del jansenismo con los que según el autor: “Francia ha destruido la soberanidad y el catolicismo” 

Corneille Janssens, más conocido como Jansenio.


El jansenismo y los jesuitas del s. XVIII

Los jansenistas se desarrollaron merced a la publicación del libro Agustinus, obra del obispo católico Cornelius Jansen (1585–1638). La ortodoxia de Cornelius no fue nunca puesta en duda mientras vivió, pero dos años después de su muerte, tras la publicación de su obra antes mencionada estalla la controversia. Los partidarios de Jansen –jansenistas- serían declarados herejes. Básicamente, se puede decir que la obra de Cornelius interpretó la obra de San Agustín de Hipona en el sentido de que los seres humanos sólo son capaces de hacer buenas obras gracias a la intervención de la Gracia divina; cuando Dios la concede, dicha Gracia es irresistible; pero el humano por sí mismo, no puede elegir el ser bueno. Esta doctrina atribuye muy poco margen al libre albedrío y se entiende generalmente como una postura polémica de San Agustín contra el pelagianismo. (Para saber más sobre Pelagio y sus consecuencias en la historia de la Iglesia, es recomendable la obra de M. Menéndez Pelayo “Historia de los Heterodoxos Españoles” editado por la BAC, dos volúmenes, Madrid 1956)  Lo cierto es que el desarrollo de la herejía jansenista es más intenso en siglo XVIII que en el anterior, cuando surgió. Básicamente, los jansenistas opinaban que la naturaleza humana era tan corrupta que los humanos nunca podrían ser buenos sin la ayuda de Dios. Esta visión pesimista justificaba unas prácticas religiosas de extraordinaria rigurosidad, así como acusaciones de laxitud contra la Iglesia católica; en particular los jansenistas fueron enemigos de los jesuitas, que por aquel entonces eran muy influyentes en Francia.

La doctrina herética del jansenismo, al llegar los albores de la Revolución francesa, estaba más bien acabada, pero gracias a la propaganda de los filósofos, los calvinistas, y sectas masónicas, hizo que cobrara fuerza y resurgiera. Su meta máxima era acabar con los jesuitas, propalando conjuntamente con otras fuerzas, panfletos, libelos y demás propaganda en contra de ellos, como así lo deja claro Hervás, al decirnos que: “Los jefes del jansenismo, valiéndose de esta errónea y perniciosa preocupación, que con el triunfo inicuo de la ignorancia popular han logrado hacer no poco común en el centro del catolicismo, consiguientemente han desacreditado aun los testimonios más ciertos y evidentes que sobre el carácter del jansenismo y sobre la conducta de sus secuaces se hallan en los libros, no solamente de los jesuitas y ex jesuitas, mas también de todos sus católicos, a quienes con los jesuitas confunden llamándoles molinistas

Tradicionalmente se llamaba molinistas a los individuos que se guiaban por el sistema desarrollado por Luis de Molina (jesuita conquense, 1535-1600) y que fue adoptado en los puntos esenciales por la Compañía de Jesús. Este sistema se proponía reconciliar la Gracia y la libre voluntad, chocando así de forma directa con los postulados de los jansenistas y de los deterministas.

A lo largo de las primeras páginas de la obra de Hervás se nota la palpable tensión que existe entre las herejías calvinistas y jansenistas y los seguidores de San Ignacio, y como los primeros han ido tejiendo a lo largo de todos esos años (hasta la expulsión de la Compañía) fabulaciones, insidias, difamaciones, etc., que han ido minando la credibilidad de los jesuitas en el mundo entero.

Denis Diderot


Los enciclopedistas

Uno de los mayores enemigos de la Compañía de Jesús, es d´Alembert (Jeane le Rond d´Alembert, 1717-1783) filósofo ilustrado y uno de los grandes promotores del enciclopedismo, del que el abate conquense llega a decir de él, poniéndole en su boca las siguientes palabras: “d´Alembert confiesa ingenuamente que por boca de la nación y de los magistrados, los filósofos destruyeron a los jesuitas, y que el jansenismo fue solamente solicitador”, agregando a continuación: “podía haber añadido que también fue pagador, como el muy bien lo sabía” Y es cierto, pues diversos autores hablan de la generosidad de dinero que se dio para editar ese proyecto enciclopédico por todos los reinos, junto con los panfletos o libelos en contra de los jesuitas. Algunos nombres propios que se dedicaron a este asunto son Rolland, que era consejero del rey y del que Hervás dice que era “filósofo y antirrealista”, la marquesa de Pompadur (Jeanne-Antoine Poisson, 1721-1764) gran mecenas e impulsora de la Enciclopedia de Diderot, el luterano Murr, el portugués Carvalho, marqués de Pombal (Sebastião José de Carvalho e Melo, 1699-1782, Primer Ministro del rey José I, su actitud ilustrada es controvertida, pues si bien es cierto que contribuyó a la realización de grandes obras en Portugal, también se afanó en la destrucción de los jesuitas). En 1768 llegó a promulgar una ley por la que los “cristianos viejos de Portugal” debían casar a sus hijos con “familias judías”, suprimiendo bajo severas penas el término “puritano o cristiano viejo” con el que se identificaban los portugueses que no tenían en su linaje ascendencia hebrea en su árbol genealógico. También habría que citar a Diderot (1713-1784, escritor e ilustrado y junto a d´Alembert, promotor de la Encyclopédie), su anticlericalismo queda reflejado en la novela “La Religiosa”), a Voltaire, a Montesquieu, a Jean-Jaques Rousseau, etc.

La filosofía, pues, triunfó últimamente, destruyendo a los jesuitas; ella, en Francia, tenía muchos prosélitos, y entre ellos a la marquesa de Pompadour y al duque de Choiseul, primer ministro de Estado y amigo íntimo de Voltaire, muelles de máquina tan grande, que ponía en movimiento casi todos los Gabinetes de Europa”.

En este estado de cosas, el jesuita español entiende que era muy difícil impedir la labor de zapa que habían hecho los enemigos de la religión. Pese al prestigio del que gozara “la Compañía” antaño, un nuevo frente de “ilustrados” y “enciclopedistas” surgía en el siglo XVIII con intención de extenderse por todo el orbe como la nueva forma de entender el mundo conocido, deseoso de imponer su nueva forma de interpretar al hombre y a Dios.

El fenómeno del enciclopedismo comenzó en el siglo XVII con la Cyclopedia de Ephraim Chambers, que era, básicamente, un diccionario universal de las ciencias y de las artes. En 1745, el editor francés Le Breton, interesado en obras inglesas, consiguió licencia para traducir aquella obra al francés. En un principio encargó la empresa a los traductores John Mills y el abate Jean Paul de Gus de Malves, pero ante las dificultades existentes, Le Breton terminaría por encargar su trabajo a Diderot y a d´Alambert, quienes prefirieron, en vez de traducir el trabajo ya existente, organizar la materia para realizar una enciclopedia propia. Corría el año 1750. d´Alembert fue el encargado de realizar el discurso preliminar de L´Encyclopédie.  Un interesante trabajo sobre este tema de las enciclopedias, lo podemos estudiar en la magnífica obra “Las enciclopedias en España antes de l´Encyclopédie” donde se repasa la labor de compilación del saber en España, mucho antes de que en Francia se iniciase esa labor.

Sobre los filósofos y enciclopedistas nos dice D. Lorenzo: “Estas proposiciones, que la ignorancia de los buenos y la malicia de los filósofos y de sus protectores alababan, querían decir que el ateísmo filosófico no quería religiosos, y que la filosofía había enseñado cómo debía hacerse para destruir a los jesuitas.”

Los jesuitas se vieron acosados por los libelos y las asechanzas de los nuevos “ilustrados”, pero aún así y todo trataron de defenderse. En un alarde de ingenio, y tras los primeros siete volúmenes de la famosa Encyclopédie, los doctos jesuitas se rieron de ella, pues la consideraron plena de incongruencias: “…llena de errores en geografía, historia, etcétera, haciendo comparecer caballeros a las cronologías, ciudades a las estatuas, islas a los escollos, pueblos a las montañas, personas a los títulos de los libros, etc.” – Nos dice el autor en su obra. Y es que, la obra que los revolucionarios trataban de hacer pasar como “suma de los conocimientos”, como si fuese el gran logro y avance intelectual de la época, no era ni más ni menos que en su primera edición, un compendio de garrafales errores de bulto. Ante la mofa y risas de los jesuitas, los masones, filósofos y demás enemigos de San Ignacio, no reaccionaron nada bien. Digamos que, hablando en castizo, se la tenían jurada a los jesuitas.

La segunda edición de la enciclopedia corrigió algo los errores existentes, pero aún así y todo, según Hervás: “… y en ellos se notaron más de quinientos yerros de geografía, historia, etcétera, sin contar los innumerables que había en materia de religión. Estos yerros se publicaron en una obra francesa intitulada: Cartas sobre la Enciclopedia para servir de suplemento a sus siete tomos primeros”.

La reacción por parte de los enciclopedistas y filósofos franceses fue clara. La consigna era desmentir y acallar las críticas con exceso de loas y alabanzas sobre la nueva obra creada por ellos. Los reinos europeos estaban maduros para esa tarea, y en casi todos ellos se editaron sin cesar las enciclopedias con todos sus errores. En las universidades y en los conciliábulos masónicos, se dio la consigna de alabar la obra como si fuese el mayor compendio de sabiduría hecho por los hombres.  

La Revolución francesa y la independencia de las colonias americanas

En 1789 culminó el proceso revolucionario que inundaría Europa de sangre y de muerte. Este periodo de la Historia se ha visto a lo largo de los años como la culminación de un proceso. Los escritores del  siglo XVIII, filósofos, politólogos, científicos y economistas, denominados philosophes, y desde 1751 enciclopedistas, contribuyeron a minar las bases del Derecho Divino de los reyes. La decadencia y corrupción de las monarquías tradicionales, el despotismo de la nobleza, el alejamiento de parte del clero de los postulados del Cristianismo, chocaba radicalmente con la inmensa mayoría de la gente, que casi en su totalidad estaba compuesta por pequeños artesanos, comerciantes y campesinos que vivían bajo unas durísimas normas y unas leyes que los asfixiaban a impuestos y que les obligaban a ser poco menos que “bestias de carga”. Una condición ésta que desde su nacimiento les condicionaba para toda la vida.

Pero la revolución no fue algo espontáneo, algo que surgiera por casualidad. Ese proceso tenía que estar propiciándolo mucho tiempo antes “algo”, preparando a la gente, minando la credibilidad de las instituciones, propiciando pequeñas revueltas y generando malestar, y el abate Lorenzo lo entendió enseguida. Dice así Hervás: “En este documento doy brevísima idea de una obra que se empezó a escribir el año 1768 y se publicó en 1775 con el título: El año 2440. Sueño de Mercier. Este fingido autor supone que empieza a dormir en 1768 y despierta en el 2440, y refiere lo que en este año veía en Francia y había sucedido en España, Inglaterra, Alemania, Polonia, Italia, en América, etc. Tiene usted a su vista el documento, y sabe lo que sucede en Francia; lea usted el documento, y a la menor observación advertirá que presuntamente en Francia se piensa, obra y aun se habla como Mercier pensó y escribió desde el 1768 lo que publicó en 1775” -y continúa- “En la obra de Mercier hallará usted las expresiones que hoy el ateísmo francés usa, esto es, las expresiones de libertad, igualdad, error, superstición, despotismo, tiranos, vivir y morir libremente, para significar la destrucción del cristianismo, de la religión natural, de las Monarquías y de todo Gobierno civil que coarte la libertad para impedir el vicio (…) Mercier, en 1768, sabía ya que el ateísmo oculto de la nueva filosofía se había apoderado de Francia y había inficionado a Inglaterra, Alemania, Italia y otros países, y por esto empezó a escribir el plan de gobierno que los ateístas pondrían y observarían, y en el 1775 juzgó que ya era tiempo de publicarlo”.

Está claro que el proyecto revolucionario consistente en derrocar las monarquías europeas junto con la destrucción de la Iglesia se llevaba gestando en las cabezas conspiradoras e ilustradas desde mucho antes del estallido de la brutal masacre ocurrida en Francia en 1789. La obra de Louis-Sebastián Mercier (1740-1814) es reveladora en este sentido, más no es la única. Cuando escribió su novela “El año 2440…” tuvo gran repercusión en su época, pero no fue entendida por la mayoría de los lectores, los cuales albergaban muchas reservas sobre las utopías expuestas en el relato; quizás al no estar todavía madura la sociedad para que reaccionase y se cumpliesen así las exaltadas visiones que en ella ofrecía sobre el nuevo orden mundial revolucionario que se pretendía construir.

En las colonias americanas es donde se ve con mejor claridad este proyecto masónico y sus efectos, y como si de un reflejo de esos movimientos socio-políticos se tratase, los filósofos e ilustrados europeos, planeaban el mismo resultado para las monarquías del viejo continente, extrapolando los sucesos coloniales a los viejos reinos europeos. 

A lo largo del texto de “Causas de la Revolución de Francia”, podemos leer un poco sobre la tan interesante obra del supuesto Mercier, ya que el abate Hervás y Panduro copia un párrafo, el cual, reproducimos por ser harto revelador de lo que el jesuita sospecha y nos comenta en su libro. Dice así:

 Pueblos –dice la obra de Mercier- endurecidos y conducidos por no sé que fanatismo se burlarán de todas las combinaciones injuriosas; las fortalezas serán sitiadas, los cañones tomados por manos intrépidas, y el hambre abrirá las puertas de las plazas fortificadas… ¡Qué suceso! El Norte del nuevo hemisferio (americano) ha despedazado las cadenas, (se refiere a la independencia de Canadá), la libertad renace en las regiones que la tiranía oprimió, la población va a crecer en los países que la sed del oro despobló… Se dice que el tiempo de las Repúblicas ha pasado ya; no es así; este tiempo va a renacer; el Código americano, obra de la sabiduría y de la razón europea, volverá al lugar en que nació y recompensará a los descendientes de los que han calculado las leyes humanas. Se tiembla a la vista del número prodigioso de soldados que tienen Prusia, Austria, Rusia y Francia; el arte y la disciplina se pasman al ver sacrificada toda esta soldadesca a los soberanos; parece que Europa huye de la libertad; mas no temáis nada de esto, porque la filosofía está vigilante, velan las artes; la filosofía forma por todas partes cabezas republicanas; ella muestra con el dedo los Estados unidos; ella ha destruido ya el despotismo sacerdotal, que hoy deja Europa respirar. No temáis, os repito, amigos de la libertad. La filosofía encadena por todas partes los asaltos orgullosos de los soberanos, la filosofía arroja rayos de luz sobre los hemisferios”.

Como se puede ver, todo un alarde de intenciones. En la obra de Mercier, España no sale muy bien parada, y en el último capítulo dedica una visión pesimista y catastrófica sobre lo que acontecerá en España y sus colonias americanas. Hoy en día se sabe que la masonería jugó un papel primordial en la sublevación de los ánimos y en el independentismo de las provincias americanas.

La infiltración de filósofos o “revolucionarios”, “masones” en los diferentes reinos europeos fue una constante durante los siglos XVIII y XIX. Su misión era tomar contacto con la realidad de cada país, establecer relaciones con personajes afines e influyentes y  levantar columnas”, para de esa manera ver la mejor forma de establecer puentes de unión y propalar el mensaje filosófico.

En España, el rey Carlos III había prohibido la masonería en los reinos españoles, (ya lo había hecho cuando era rey de Nápoles) y la actuación de la Inquisición hacía que el establecimiento de logias permanentes en suelo hispano fuera harto dificultoso. Hubo, no obstante, algunos primeros inicios, por ejemplo el duque de Wharton (1698-1731), coronel inglés al servicio de la Corona de España que fundó en Madrid en 1728 la logia de Las Tres Flores de Lys o Matritense. Según algunas fuentes, fue además la primera logia fundada fuera de las Islas Británicas y al año siguiente fue reconocida por la Gran Logia de Inglaterra pero en 1768 desapareció de su registro porque llevaba demasiado tiempo inactiva. En las zonas ocupadas por los ingleses, como Gibraltar, fundamentalmente y sus zonas adyacentes, sí es cierto que florecieron más logias, y también es cierto que en Madrid y Barcelona, algunos militares extranjeros al servicio de la corona española, se establecieron en algunas casas donde realizaban en secreto sus tenidas, mas no llegaron a durar y terminaron por desaparecer al poco tiempo.

Si bien es cierto que durante la primera mitad del s. XVIII no fue fácil establecer en España ese tipo de “logias”, también lo es que sí que se podía sondear a la sociedad del momento y ver la posibilidad de realizar establecimientos futuros, utilizando para ello la infiltración de comerciantes masones, viajeros espías, militares dobles, embajadores ilustrados, etc., que merced a sus puestos de trabajo, cargos o profesiones, se les permitía viajar por toda España en libertad, pudiendo así contactar con personas afines a sus ideales y con las que ponerse en contacto en un futuro no muy lejano para facilitar posteriores acercamientos. D. Lorenzo lo dice así en su opúsculo. “(Las logias) tienen viajadores, que suelen ser literatos con exterior de personas nada sospechosas, y estos viajadores son los espías de las cortes, de los tribunales, etc.; los cuales deben dar noticia del carácter y, principalmente, de las flaquezas de los soberanos, de los ministros, etc., y todas estas noticias se comunican a todos los miembros de los círculos”.

Con la entrada de las tropas napoleónicas en España, la cosa cambió. Desde 1809 en adelante, y merced a la supresión de la Inquisición, los masones y sus logias se propalarían por todo el territorio con gran celeridad. Principalmente logias dependientes del Grande Oriente Francés. 

Continuará